miércoles, 11 de enero de 2017

Yo sí sé

Nelsa Curbelo
nelsalibertadcurbelo@gmail.com
Miércoles, 11 de enero, 2017 - 00h07


La declaración del fiscal, yo sí sé, pasará a la historia como la otra inefable expresión ¿quieres probar mi poder? No se trata de japonés, o para estar más a tono, no se está hablando en chino…
La verdad es que todos sabemos. Como sabemos que no hay corruptores sin corruptos. Ambos son como las raíces entrelazadas de un árbol que nace con un tronco formado por 2 ramas. De modo que si el señor fiscal sabe, como investigador de delitos quién es el corruptor, sabe de hecho quién o quiénes son la otra rama… O en términos monetarios, más afín al caso, quién o quiénes son la otra cara de la moneda, o del billete... Con un gobierno tan acucioso como el que tenemos, tan pendiente de lo que se hace, se dice, se escribe, se paga o no se paga, es sorprendente que no se hubieran dado cuenta antes de Yo sí sé…
Tampoco es bueno afirmar que se sabe quiénes son corruptores de conciencias o los que compran conciencias. Las conciencias no se venden, porque no hay mercado de conciencias, ni escaparate para escoger las mejores o peores, faltaba más. No hay mercado para ponérsela o quitársela. La conciencia y la persona son una sola cosa.
Los que se venden al mejor postor son las personas. Se venden quienes buscan puestos preguntando primero cuánto se gana y cuánto es el lleve, esos que pasan unos documentos que están al final y los ponen primero como parte de la comisión que no perjudica al Estado…, esos que apenas empiezan compran casas y carros, y quieren que les traten con privilegios, desde saltarse el orden en una fila, hasta no pagar lo que consumen o pedir favores para no aplicar multas o represalias. Son personas vendidas, prostituidas y así hay que llamarlas. Los y las prostitutas que venden su dignidad, su honor, su posible prestigio o buena fama en aras de conseguir dinero rápido.
Recuerdo siempre un episodio de nuestra niñez. Teníamos un perro muy inteligente pero poco amigo de la limpieza… Vivíamos en un barrio con amplias veredas. Así que cada vez que bañábamos a Cacique, así se llamaba el perro, este saltaba la cerca y se revolcaba en cuanta basura e inmundicia encontraba, mientas más putrefacta mejor y volvía muy perfumado y contento a la casa.
Eso es la corrupción: revolcarse en la basura y excremento, llenar todo con un olor pestilente y encima pavonearse como si se hubiera hecho algo digno de elogios y aplausos. Y decir que están limpios porque antes recibieron un baño perfumado… Y echarle la culpa a los demás de sus propias acciones y si los descubren decir que siempre ha sido así, que hay que mirar la historia para descubrir cosas peores. Que ni la política ni los negocios son cosa de ángeles y que hay que saber negociar… Y que la rueda debe seguir girando.
No se puede poner nunca un pare en esas condiciones.
No depende solo de la política y los políticos, de que la justicia funcione o no.
Depende de cada uno de nosotros, de cada ciudadano. Está en juego el sentido de la vida, lo que consideramos importante. Debemos preguntarnos qué haríamos nosotros en circunstancias similares, si nadie nos viera y nadie nos denunciara. Entonces y solo entonces podríamos sin miedo denunciar y exigir. Porque nuestra imagen no estaría como sello de agua en el espejo de la corrupción que nos indigna. (O)

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