Sabatina 488: Jorge Glas encontró quien le pague la papa
Si a una sabatina normal se le sacan los insultos, las calumnias y la maledicencia, su duración se reduce a la mitad. Por eso una sabatina de Rafael Correa dura más de cuatro horas y una de Jorge Glas, ahora que anda de candidato, apenas dos y media. A un candidato populista le corresponde administrar correctamente su cara de papanatas buenoide (cosa que Glas hace a las mil maravillas) y no meterse con nadie. Si acaso de ladito con los otros candidatos pero sin hacerse mala sangre. Hay que cuidar la imagen. Por eso no insulta los sábados el vicepresidente. Y cuando le toca –porque le toca– presentar el video insidioso semanal de la Secom, se hace el desentendido. Sonríe de oreja a oreja, levanta las manos como diciendo yo-no-fui y se abstiene de comentarios. De modo que a las 12h30 no le queda nada por decir. Correa, en su lugar, despotricaría sin parar hasta que le dieran las dos de la tarde.
En todo lo demás son igualitos: entre las innegables capacidades de Jorge Glas la que más destaca, sin duda, es su capacidad de imitación. ¿Tiene personalidad propia el vicepresidente? Quizás, pero la oculta muy bien.
1. Pedagogia sabatina
Los académicos correístas que estudian las sabatinas (la Flacso acaba de publicar un libro escrito por un puñado de ellos) las elogian por su enorme potencial pedagógico. A través de ellas, dicen, el poder establece un lazo con el pueblo y le enseña a pensar estratégicamente.
Es innegable que las sabatinas enseñan cosas a la gente pero ¿qué cosas? ¿Provienen esas lecciones de los esfuerzos didácticos de maestros como Correa y Glas, de su prédica de valores, de sus luminosas consignas una y mil veces repetidas o de comportamientos más prosaicos? Normalmente, la pedagogía de los espectáculos (y la sabatina es uno bien montado) transita por misteriosos caminos y sus efectos escapan al control de los supuestos pedagogos. ¿Qué es lo educativo en un espectáculo público?
Se sabe que en la televisión, por ejemplo, un programa de educación sexual que prevenga a la audiencia contra los comportamientos machistas resulta infinitamente menos efectivo que una escena del Compadre Garañón violando mujeres en el horario estelar entre las risas grabadas y el regocijo de los figurantes. Porque más educa la televisión cuando se propone entretener que cuando se propone educar. Lo mismo ocurre en las sabatinas. Cuando el oficiante quiere ser pedagógico enseña menos que cuando simplemente es él.
En esta sabatina número 488, en Atacames, Jorge Glas se mostró en un video recibiendo con mal disimulada petulancia los elogios de un desamparado que lo glorificaba como si de un ángel benefactor se tratase, en agradecimiento por haberle dado “una casita”. En diminutivo, así dice siempre el vicepresidente. La fuerza de esta escena y la tierna pequeñez de la casita tienen un poder pedagógico demoledor. Enseñan que la vivienda, aun para un damnificado, es una dádiva del poder. Y que la gente común ha de guardar su sitio y esperar los dones que les depara la bondad de personas como Glas.
Cualquier enseñanza que pretenda impartir luego el vicepresidente sobre la vivienda como un derecho elemental de los seres humanos habrá de sonar a hueco. Ni siquiera cuando interrumpe al desamparado para decirle “no tiene nada que agradecer” consigue alterar la potencia del mensaje. Y el mensaje dice: la vivienda es un don, no un derecho. ¿Es eso lo que los académicos correístas llaman pensamiento estratégico? Es bueno que uno de ellos, Mauro Cerbino, coautor del libro de la Flacso, decidiera al fin entregar su virginidad a cambio de un cargo en el gobierno, donde acaso debió estar siempre. Ya lo veremos en alguna sabatina. Nos contará.
2. Una cuestión de confianza
Fact checking (verificación de hechos): una institución de la prensa anglosajona que consiste en confirmar y comprobar los hechos y los datos que se usan en los discursos públicos, sobre todo de los políticos. Una sabatina no resiste a este ejercicio. Más aún: se desmorona con sólo contrastar entre sí distintas partes de su propio contenido.
El ejemplo más pedestre: llega Jorge Glas a la provincia de Esmeraldas, víctima del terremoto, y repite la oferta de reconstruirla “otra vez”. “Ya lo hicimos –dice– cuando llegamos al gobierno”. Cinco minutos después despacha otra promesa: “La planta de asfalto del país está en Esmeraldas, debemos dar prioridad a Esmeraldas para que todas sus calles estén asfaltadas”. ¿O sea que no lo están? Claro que no, tras diez años de correísmo las calles de Esmeraldas no están asfaltadas. ¡Hasta la Amazonía está asfaltada pero no las calles de Esmeraldas! ¿Y dice que la reconstruyeron?
Los correístas se desgañitan pidiendo al país que confíe en ellos. Como si la esfera pública fuera cuestión de actos de fe. Aun suponiendo que lo fuera, resulta muy difícil confiar cuando se examina la información que proporcionan. 10,5 millones de dólares dijo Jorge Glas que se invirtieron en el nuevo parque automotor que personalmente entregó la semana pasada en Portoviejo para uso de la Corporación Nacional de Electricidad (CNEL), unidad de Manabí: ocho carros canasta, seis grúas de las pequeñas que se usan para izar postes de hormigón, una hidrolavadora y sesenta camionetas doble cabina. La facilidad con que los correístas hablan de millones deja sin aliento. ¡10,5! ¿En serio?
Deben ser las camionetas doble cabina más caras del planeta. Sobre todo si se considera (un poco defact checking no hace mal a nadie) que la CNEL está gastando, al mismo tiempo, $773.599,15 en el alquiler de camionetas doble cabina para su unidad de negocios de Manabí, como consta el proceso contractual CATE-CNELMAN-001-16 de esa empresa. Ante semejantes cifras, más que confiar, ¿no resulta lícito preguntarse de quién es el negocio?
La dotación que entregó Glas en Portoviejo se completa con “69 mil kits de protección personal” para los trabajadores de la empresa, kits que incluyen, entre otras cosas, “cascos, botas y máscaras”. Otra vez, como siempre que uno se pone a revisar las cifras de los procesos de contratación del correísmo, los signos de admiración resultan inevitables. ¡69 mil kits de protección! ¡69 mil cascos, 69 mil pares de botas para los trabajadores de la empresa eléctrica de Manabí! ¿Cuántos son?
Según su propio “distributivo de personal”, los trabajadores de la CNEL no llegan a 7.100 en todo el país, cifra que incluye electricistas, instaladores y técnicos (es decir, gente que necesita botas, cascos y máscaras) pero también oficinistas y administradores. ¡Y Jorge Glas se enorgullece de haber gastado en 69 mil kits de protección personal sólo para Manabí! ¡Con qué jeta desgrana el vicepresidente una cifra astronómica tras otra como si la desproporción fuera la regla y los ciudadanos una cuerda de cretinos!
¿Y así quieren que confiemos?
¿No será más bien de preguntar a quién le dieron el contrato?
¿Y así viene Jorge Glas a restregarnos en la cara eso de que “nosotros, como proyecto político, no dejaremos nunca de hablar de ética”?
De hablar, claro. De hablar nomás.
3. El cacique local pone las bielas
En Atacames hay un plan de vivienda municipal que el correísmo está ayudando a financiar con la adjudicación de terrenos públicos y la entrega de fondos provenientes de los impuestos de todos los ecuatorianos. Ese plan de vivienda lleva un agraciado nombre que Jorge Glas se complace en proclamar: “Tu caleta con Byron”. Sentado en primera fila entre las autoridades del gobierno, el alcalde correísta de Atacames, Byron Aparicio, se retuerce del gusto visiblemente ante la mención. El vicepresidente no parece hallar ningún problema en el hecho de que los recursos públicos se utilicen de forma tan descarada en la promoción publicitaria de un fulano. Ya volverá a Atacames cuando haga falta para recibir los agradecimientos y las alabanzas de los desamparados por el favor de una casita, mientras el tal Byron acaso sueñe con un escaño en la Asamblea. Pensamiento estratégico, diría quizá Mauro Cerbino ante esta nueva lección inolvidable de pedagogía sabatina.
El reloj marca las 12h40, el show se acaba. El mashi quichuahablante, que se las trae consigo, despacha con enjundia su traducción radiofónica. Se detiene para preguntar al vicepresidente –los ojillos vibrantes de malicia– si sabe quiénes fueron los patriotas sacrificados el 2 de agosto de 1810. No, no sabe. Luego se vuelve a interrumpir para averiguarle si pagó los dos ceviches que se zampó la víspera en los comederos de la playa. Tampoco: le invitó el alcalde. Byron Aparicio se apresura a confirmar con gesto servicial desde su sitio.
“Si el alcalde me invita tampoco le voy a decir que no”, se justifica el vicepresidente, dirige su mirada a la primera fila y, como si fuera costumbre, pregunta al aludido: “¿Qué vamos a comer ahora, Byron?”. Los rostros de las autoridades del gobierno se vuelven con interés hacia el alcalde. Tapao y cangrejos. Sonrisas. Gestos de aprobación. Ya que la presidencia dejó de pagar las cuentas relacionadas con la sabatina es bueno tener a alguien que corra con los gastos. Conociendo la proverbial delicadeza del alcalde correísta de Atacames con los fondos públicos, es obvio que esa plata saldrá de su bolsillo, no de la caja chica municipal. Faltaría más, un tipo tan tinoso. De su bolsillo, sin duda.
Foto: Presidencia de la República
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