Ochoa, ¿el peor engendro de la pesadilla correísta?
Carlos Ochoa está demostrando que en un régimen autoritario no se necesita Asamblea Nacional. Ni Corte Constitucional. Cualquier funcionario puede interpretar la ley. Adulterarla. Y usarla para castigar y reprimir. Es lo que ha hecho. Lo demuestra César Ricaurte, presidente de Fundamedios, quien acaba de poner una denuncia ante la Fiscalía General patrocinada por el Colegio de Abogados de Pichincha.
Ochoa no es un funcionario osado. O distraído. Él ejerce el poder con el frenesí de un cruzado. Con la pasión ciega de un enajenado. Él es la obra más acabada de lo que puede producir la inquina presidencial.
Un oficialista quiso, hace un par de años, ilustrar el odio que el Presidente siente por los medios de comunicación que no controla. Y avanzó una prueba, según él, irrefutable: la designación de Carlos Ochoa a la Superintendencia de comunicación. El mensaje a sus ojos era explícito: les desprecio tanto que lo hago notar poniéndoles como juez a un tipo de la calaña humana y ética de Ochoa. Un personaje de los peores que tenía a su alrededor y que es pasmosamente despreciado hasta en los círculos más altos del correísmo.
Ochoa ha hecho muy bien la tarea encomendada por su patrón, desde el 8 de octubre de 2013, cuando fue nombrado superintendente. En el balance de los tres años de la Ley de Comunicación, el 14 de junio, dijo que ha tramitado 896 procesos; 469 de ellos puestos por su dependencia. Él mismo reportó 561 sanciones y $633.000 recaudados por multas. Ochoa ya es sinónimo en la historia del periodismo ecuatoriano de inquisidor y represor. Alucinado por su tarea, ha convertido la Ley de Comunicación en una herramienta tan letal contra la libertad de expresión que hasta los amigos de Lenín Moreno piensan que, si ganan, la tendrán que archivar. No es para menos: Ochoa ha usado la letra grande, la menuda, la Ley y el espíritu de la Ley a su antojo. Ha trastocado esa Ley, la ha interpretado, la ha obviado. Se ha convertido en la expresión misma de un poder abusivo, hostigador, violento, discrecional. Es una rueda suelta porque en el gobierno nadie osa meterse en esa guerra personal, como decía Javier Ponce refiriéndose a la fijación perversa que tiene Rafael Correa con los medios de comunicación. Es su tema, su obsesión. Y como nadie osa contradecir a Correa, pues nadie contradice a Ochoa. En esa lógica se ha vuelto impresentable. Así lo hizo Correa. El Frankenstein de la persecución mediática, es obra de Correa. Él lo escogió y ahora lo protege.
Ochoa ha hecho mentir a los medios. Ha impuesto rectificaciones infundadas con ilustración y diseño incluidos. Ha usado semiólogos de alquiler para imponer la verdad oficial. Ha censurado, presionado, perseguido. Ha convertido la irracionalidad en ley. Ha generado la autocensura en muchos medios. Ha extorsionado, mediante multas fabricadas, a otros tantos. Se ha erigido en sacerdote de la moral pacata y las buenas costumbres tan caras a los fascistas… Y así Ochoa se considera la conciencia viva del buen periodismo…
Ahora, además de represor, violador de la ley e inquisidor, Ochoa es, según la denuncia, falsificador y usuario de documento público, entre otros delitos. La evidencia consta en la edición de bolsillo de la Ley de Comunicación que su Superintendencia hizo imprimir. Para poner en contexto, hay que leer los artículos 102 y 103 de esa Ley y la disposición transitoria sexta. El artículo 102 se refiere al fomento de la producción nacional y a las obligaciones de los medios de Tv. abierta y los sistemas de audio. El artículo 103 versa sobre la difusión de los contenidos musicales en las radios. La disposición sexta regula los plazos, la gradualidad para la entrada en vigor de la ley. Ochoa, en el arreglo que hizo a la Ley, remite la transitoria al artículo 103, cuando el original indica que es el artículo 102. Lo hizo arrogándose una atribución exclusiva de la Asamblea Nacional.
Ochoa no solo modifica la letra de la Ley. Basándose en su arreglo generó once procesos y sancionó con multas a los supuestos infractores. Ahora, ante la denuncia de Fundamedios, dice que no ha dispuesto ni ordenado modificar la ley, que no se ha basado en el texto modificado para emitir resoluciones, que todo ocurrió por “un error de transcripción” de la ley antes de mandarla a la imprenta…
Ochoa es cínico contumaz: uno, porque el texto de una ley no requería ser transcrito. Bastaba con copiarlo y pegarlo. Dos, porque hay radios sancionadas precisamente por el uso de la ley adulterada. Tres, porque desecha la denuncia no porque sea infundada sino porque fue presentada por Fundamedios; una ONG financiada, dice él, desde el exterior.
Ochoa tiene Dios, pero no leyes que respetar. Ni asambleístas dispuestos a frenar esta gula de poder que ahora lo tiene cambiando las leyes para castigar más arbitrariamente a los espíritus libres.
Ochoa decididamente compite, con grandes posibilidades, por el premio al peor engendro de la pesadilla correísta.
Ochoa decididamente compite, con grandes posibilidades, por el premio al peor engendro de la pesadilla correísta.
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