Francisco Febres Cordero
Domingo, 5 de junio, 2016 - 00h07
A mí ¡entrarme una pena por los militantes de Alianza PAIS! Ellos, que tan militantes se han portado, que no duermen porque tienen que estar alerta cada vez que los malos se toman las calles para gritar ¡fuera, Correa, fuera!, ellos tienen que venir en buses desde los rincones más apartados del país para hacer bulto, que están todo el día parados ya sea bajo un sol inclemente o una lluvia pertinaz y que apenas le alimentan con sánduches y colas, ellos que se quedan roncos de gritar y de cantar, ahora, encima, tienen que sacar de su bolsillo para que las sabatinas sigan sabatinando cada sábado. ¡Qué dolor!
Domingo, 5 de junio, 2016 - 00h07
A mí ¡entrarme una pena por los militantes de Alianza PAIS! Ellos, que tan militantes se han portado, que no duermen porque tienen que estar alerta cada vez que los malos se toman las calles para gritar ¡fuera, Correa, fuera!, ellos tienen que venir en buses desde los rincones más apartados del país para hacer bulto, que están todo el día parados ya sea bajo un sol inclemente o una lluvia pertinaz y que apenas le alimentan con sánduches y colas, ellos que se quedan roncos de gritar y de cantar, ahora, encima, tienen que sacar de su bolsillo para que las sabatinas sigan sabatinando cada sábado. ¡Qué dolor!
Pobres asambleístas, pobres ministros, pobres militantes, ¡ya lloro! Y es que ellos nunca pensaron que un gobierno tan rico como en el que ellos participan iba a tener que pasar el sombrero para financiar ese programa cuya preparación requiere varios ensayos con un numeroso equipo de nerviosos asesores, y a través del cual nos informamos de cosas tan trascendentales para el país como el largo trayecto en bicicleta que ese día ha hecho el líder máximo de la revolución ciudadana, su inspirador, su luz, su faro, y de lo mucho que ha desayunado. Escuchamos sus cantos desempolvados de su memoria prodigiosa. Y, claro, todo en medio de una enorme carpa llena hasta desbordar con ciudadanos (y ciudadanas) ávidos de oír durante tres horas y media, que pueden convertirse en cuatro, su palabra iluminada, sus insultos siempre certeros, sus cifras económicas irrebatiblemente exactas, sus disquisiciones cuya refutación no merece el menor análisis, sus actividades de despacho, sus muecas y sus improvisaciones con las que, saltándose el libreto, se mofa de los otros a pretexto de su humor personalísimo (si un perro se cuela en la carpa, repite, vez tras vez, “saquen a Lucio”, ocurrencia que le parece picante, sutil, inimitable).
¿Y ese tan clarificador informe que nos permite admirar la inteligencia de quien decide cómo, cuándo y contra quién debe aplicarse la ley, de quien es el único capaz de interpretar la Constitución, de quien nos señala qué es lo que debemos leer y qué no, corría el riesgo de suspenderse por una cuestión tan insignificante como el precio que hay que pagar por organizar el tinglado? Si se han invertido mil doscientos millones de dólares en una refinería que no existe, ¿qué son apenas treinta mil dólares semanales? Si hemos pagado diez veces más por la construcción de una carretera, si mantenemos a una cantidad de gente en cargos innecesarios y en entidades inútiles, ¿cómo íbamos a privarnos de algo tan indispensable como la palabra del líder?
Por suerte, en los fervientes militantes de Alianza PAIS se encontró la solución. De sus bolsillos deberán sacar un segmento de su sueldo, en esta hora difícil en que el Estado se quedó sin blanca aunque asegura que en sus arcas todavía queda la esperanza, único tesoro que no ha podido ser empeñado ni robado.
Esta nueva carga para la cual han sido escogidos, los militantes la sufragarán con gusto. Con el mismo gusto con que nosotros pagamos el aumento del IVA que, según la voz oficial, no afectará a nuestra economía que, gracias a la revolución, ha escapado de la crisis porque no gasta sino que invierte. E invierte solo en cosas indispensables, como queda demostrado en cada sabatina. (O)
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