Fuego cruzado
Publicado el 2016/06/18 por AGN
Alberto Ordóñez Ortiz
Nos encontramos en un momento histórico en el que se hace difícil, por no decir imposible, el mantenimiento de los conceptos de todo orden, incluidas las ideologías y las religiones. El [[avance]] tecnológico es de tal naturaleza que arrasa con los juicios de valor que nos sojuzgaban a la vuelta de la esquina. Todo se difumina bajo el arrebato de una prisa que no da opción a los contornos fijos y que tampoco se detiene. El presente, es un vórtice del tiempo que avanza “derrumbando estatuas”y verdades. En suma, es un momento en que todo es objeto de drásticas mutaciones. Avanzamos -si es que lo hacemos- porque no todo lo que proviene de la tecnología constituye avance per se, -avanzamos, -digo-, por un laberinto en el que no damos con la salida. El ímpetu del cambio es de tan vigorosa intensidad que el ser humano -nosotros- va perdiendo su otrora sagrada individualidad.
A contramano, un pensamiento uniforme de alcance colectivo intenta dominar todos los intersticios sociales. Sus ideólogos disponen de un vasto arsenal de fuerzas impersonales y disuasivas; entre otras, el internet, -sin desconocer sus beneficios-, pero, para el caso, brazo armado de la masificación, como la guerra informativa -adulteradora, más bien- que, en conjunto conforman una alianza todopoderosa destinada a imponer la desindividualizuación de la persona humana. En esas condiciones, el hombre sólo, no tiene importancia. Es más, no tiene realidad consistente. Su presencia es anulada constantemente. La misma sociedad se auto-uniforma y tiende al anonimato. En esa guisa, recuperar nuestra independencia individualidad es la batalla crucial de estos agitados tiempos. Entonces, si aspiramos a rescatar y potenciar nuestra individualidad, es menester que nos blindemos frente a los cantos de sirena de la masificación desintegradora.
Entender que somos a la vez de esta y de todas las épocas, nos obliga a volver la mirada a la vieja y eterna esoteria, guardiana de secretos que nos pondrán en contacto con las verdades universales. A propósito, en los templos esotéricos hay siempre la imagen del [[hombre hombre]] -obra de Leonardo Da Vinchi- aquel que aparece con los pies afirmados sobre la tierra -el micro infinito-; en tanto que, las manos abiertas hacia los racimos de estrellas nos ponen en contacto con el macro infinito y con la inequívoca decisión humana por conquistarlo. La sobrecogedora imagen genera una imperiosa necesidad de reverenciarla, a la vez que, trasluce la representación de la totalidad y del hombre como su centro. Sus asociaciones metafísicas producen un abrumador vértigo místico. A su conjuro el hombre recupera su individualidad. Todo se torna sagrado. El bosque, que predica en flores, el riachuelo, que estalla en cuentas de plata viva, el conejo que con sus patas delanteras intenta prender fuego, el hombre -nosotros-, que frente a la noche constelada, sentimos la puñalada de la soledad. Mientras leo en el Oráculo de Delfos “todo tiene su individualidad y nada hasta los extremos”, sus verdades me atraviesan y desgranan en vidrios.
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