Publicado en junio 16, 2016 en La Info por Roberto Aguilar
Esta es la historia de una persecución. En poco más de un año, exactamente desde febrero de 2015, Luis Baldeón y Aurelio Dávila, periodistas que conducen los programas de opinión deportiva titulados Hablando jugadas y Mira quién habla, en Radio Fútbol FM, han sido procesados once veces por la Supercom debido a cosas que han dicho ante los micrófonos. En todos los casos han sido hallados culpables. La sanción, casi siempre una multa equivalente a diez salarios básicos, impuesta a su radio, ha sido generalmente asumida por ellos. Hasta el momento han pagado 34.110 dólares. Han sido tratados casi como delincuentes contumaces. Han sido públicamente desacreditados e infamados. No han tenido descanso: han debido afrontar hasta dos o tres procesos simultáneos. Todo esto ha puesto su estabilidad laboral en riesgo. Pero hasta el momento no se ha probado que Luis Baldeón y Aurelio Dávila hayan calumniado a nadie. Tampoco han incitado a la violencia. No han difundido información que produjera conmoción social (y no es por falta de audiencia) o impidiera el normal desenvolvimiento de la vida institucional de la República. No han desestabilizado el orden constituido. No han lesionado derechos de terceros aunque sus acusadores aseguren lo contrario. ¿Qué es, entonces, lo que hace de ellos unos sujetos tan peligrosos que los agentes de la ley no dejan de seguirles los pasos?
Conociendo a los juzgadores, la primera pregunta que surge en la mente de cualquiera es si se trata de un caso de retaliación política. Cierto es que Aurelio Dávila no se ahorra las críticas al gobierno, que se mete con la Supercom y ha llegado a exclamar “Abajo la Revolución Ciudadana” con todas sus letras. Si se les pregunta a ellos, no descartan que el acoso al que se encuentran sometidos tenga que ver con esta postura. Pero los motivos de las denuncias en su contra, al menos formalmente, son otros.
Ocurre que Luis Baldeón y Aurelio Dávila son humoristas. ¿Significa eso que el fútbol, en sus programas, es un pretexto para ejercer la sátira? No exactamente. Ellos analizan y critican el fútbol y lo hacen en serio. Más aún: su opinión es tenida en cuenta. Hablando jugadas y Mira quién habla son los programas de mayor audiencia de la radio en su género. Ellos son periodistas influyentes. Pero el contexto que rodea a sus comentarios deportivos, su tono general, su estilo, los temas que tratan, la manera como se representan a sí mismos y a los demás, los personajes que se atribuyen, todo configura una comedia. Y no de cualquier tipo: una farsa. Un hilo continuo de humor, a ratos ácido, a ratos perverso, a ratos subido de tono, tiñe todo lo que dicen. Un humor no apto para biempensantes. Un humor que se nutre de todo lo indebido, de todo lo prohibido, de todo lo vedado; que echa mano de temas canallas: el sexo ilícito, el alcohol, las drogas (de hecho ellos se presentan como Barman y Droguin). Un humor extraído directamente del habla de la calle, comprensible para todos pero no del gusto de todos.
Se podría decir que Dávila y Baldeón son desenfadados, políticamente incorrectos, irreverentes hasta el desenfreno, iconoclastas. Todo eso es cierto pero es insuficiente para describirlos. Para complicar las cosas aún más, ellos creen (y en eso coinciden con millones) que el fútbol es una de esas raras puertas ubicuas que se abren hacia lo totalidad de la vida y que, por tanto, es fácil empezar hablando de fútbol y terminar hablando de amor, de política, de gastronomía, de erotismo, de lo que sea. La verdad es que son, simplemente, inclasificables. Y eso es algo que la Supercom no puede soportar. Funcionarios de intendencia al fin y al cabo, los de la Supercom lo tienen todo etiquetado y viven, en su ignorancia, con la vana convicción de que las infinitas posibilidades de la comunicación humana caben en su ley de a perro. No entienden nada.
La mayoría de las denuncias contra Dávila y Baldeón provienen de la propia Supercom, a través de reportes internos firmados por los sabuesos de la inquisición que monitorean los medios y particularmente ése. En otras palabras: acusador, juez y beneficiario final de la multa impuesta son tres personas distintas y un solo dios verdadero. Es lo que el correísmo llama “debido proceso”. Ellos tienen, además, un enemigo que los ha demandado tres veces. Óscar Emilio Armas de la Bastida es un ciudadano de profundas convicciones morales y nulo sentido del humor que se ha impuesto una cruzada en su vida: pretende que a Dávila y Baldeón se les prohíba hablar definitivamente, que se los expulse de su radio y de todas las radios. Las siguientes palabras, pronunciadas por él en una audiencia del pasado 27 de abril en la Supercom, retratan bastante bien su personalidad y sus intenciones: “Tenía que llamarse –dice refiriéndose al programa matutino de Dávila y Baldeón– Hablando huevadas, no sé porque se llama Hablando Jugadas. De jugadas no hablan nada, sino de jugadas de inmoralidad, de drogas, de homosexualismo, de traiciones, de esas cosas, esas jugadas son las que se ventilan en esta emisora”.
Armas de la Bastida vive en Quito. Es o fue taxista. Sin embargo tiene la capacidad económica o la influencia necesaria para contratar, contra Dávila y Baldeón, nada menos que al estudio jurídico de Gutemberh y Alembert Vera, los abogados del presidente de la República cuya oficina funciona en Guayaquil. Al parecer se entiende perfectamente con la Supercom porque, cuando quiere iniciar proceso contra sus enemigos, no se molesta en señalar el motivo de la denuncia, la naturaleza de la infracción cometida o la dimensión de la afectación causada. Simplemente escribe largos manifiestos en favor de la moral y las buenas costumbres y en contra de estos “supuestos periodistas” que “se meten y arremeten con todo y todos”, “convirtiéndose en los referentes y prototipos de la irreverencia, irrespeto, grosería, desafío, violencia verbal, incoherencia, abuso de opinión, impertinencia”, etc., todo lo cual, según él, debería estar prohibido. Como prohibidos debieran estar también los vulgarismos que enumera y traduce: “a mí me gusta tragar” por “a mí me gusta comer”; “no me jodan” por “no me molesten”; “estoy cabreado” por “estoy enojado”; “te voy a chilpir el hocico” por “te voy a romper la boca”. Dicho lo cual recomienda a la autoridad respectiva escuchar el audio del programa de la fecha tal.
¿Qué ocurre luego de que Armas de la Bastida presenta ante la Supercom este tipo de argumentos? Algo delirante: Mauricio Cáceres Oleas, director nacional jurídico de Reclamos y Denuncias, luego del “análisis del relato de los hechos”, acepta a trámite la denuncia por considerar que las presuntas infracciones descritas son las que se encuentran contenidas en los artículos tales y cuales de la Ley Orgánica de Comunicación. En alguna ocasión ni siquiera consta el análisis de las grabaciones, circunstancia que el superintendente Carlos Ochoa justifica plenamente con el argumento de que “no se sacrificará la justicia por la sola omisión de formalidades”. En casi todos los procesos Dávila y Baldeón han sido acusados de violar el horario de protección al menor, una infracción que sólo puede ser cometida por un medio, no por un periodista, y que, por añadidura, no se aplica en ningún caso a un contenido de opinión, según establece el propio reglamento técnico para la definición de audiencias y franjas horarias dictado por el Cordicom (artículo 9).
Luis Baldeón y Aurelio Dávila han sido víctimas de falsas acusaciones desde hace un año y medio; han sido despojados de las garantías del debido proceso; han sido sistemáticamente perseguidos por el aparato del Estado; en su contra se han movilizado sospechosas asociaciones que incluyen a los abogados del presidente de la República. Todo por el delito de practicar un estilo de humor que no gusta a todo el mundo. ¿O hay algo más? ¿Es su caso una cruzada de moralización de la sociedad o hay otra razón oculta? Mañana, en una segunda entrega, veremos los once procesos de la Supercom, caso por caso: una lista delirante.
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