POR: Marco Robles López
Publicado en la Revista El Observador (junio del 2016)
Cultura y creación
Preocupa la posibilidad de que la Casa de la Cultura Ecuatoriana, la obra mayor del ilustre compatriota Benjamín Carrión, se haya deslizado peligrosamente a un estado de inanidad. Ello sin duda obedecería no exclusiva ni fundamentalmente a la falta de atención presupuestaria o al peso sofocador de los altos mandos gubernamentales, sino también al hecho evidente de que, en los últimos tiempos, algunos de sus núcleos -no todos, por supuesto, porque las generalizaciones, a más de no reflejar la realidad resultan injustas- se han convertido en una especie de clubes sociales en los que, en vísperas de elecciones internas se han puesto en vigencia hábiles estratagemas para alcanzar el “supremo poder” del núcleo, como reclutar nuevos miembros, pero no en números menores, como cinco o diez, sino por lo menos en una treintena, que adquieren el “sagrado” compromiso de consignar el voto por aquel a quien la “élite” muñequeadora ha designado como candidato oficial, tenga o no los atributos intelectuales requeridos. En semejantes circunstancias, los flamantes miembros del Núcleo, halagados por la honrosa membresía, no podrían consignar su voto por otro candidato -no “oficial”-, en el caso de que, en esas condiciones, se presentara otro aspirante venido de “afuera”.
Esta estrategia ha sido el camino para que los presidentes de varios núcleos permanezcan por algunos años en la dirección de la Institución –hasta cerca de dos décadas-, situación que conduce a la Institución a frenar el desarrollo cultural, a que no pocas iniciativas son entregadas al olvido y la creatividad así frenada es sustituida por las labores rutinarias.
Tengo entendido que el actual Presidente de la Matriz de la CCE recordará un caso muy particular, que se evidenció poco después de que se llevaron a cabo las elecciones en las que él fue ungido, en medio de un azaroso proceso caracterizado por las zancadillas que le pusieron en el camino, de parte de los partidarios de la candidatura que perdió en el proceso.
En estas condiciones el problema permanece latente: primero, porque esas prácticas burocráticas no se han eliminado en este par de años; en segundo lugar, porque como no se ha considerado una alternativa para superar esa práctica censurable, los hábiles personajes del “lobby” ya le han prometido su voto al actual Presidente de la Casa Matriz, y en el supuesto de que una mayoría de votos se canalice a favor de la candidatura opuesta, pues los personajes del lobby ya encontrarán la forma para que el sistema continúe su marcha.
Por manera que los adversarios de ayer (tengo en consideración el desencuentro que experimentó Raúl Pérez T. con los directivos de algunos de los Núcleos de la CCE), ahora son dilectos compañeros.
Por otra parte, la preocupación del actual Presidente de la Matriz de la CCE, constante en el opúsculo “Una autonomía de ficción” –Quito, 28/04/2016-, con relación al contenido de la nueva Ley de Cultura, igualmente tendría un sustento real, porque la administración de los núcleos a cargo de sus presidentes, se convertiría en funciones de Directores que deben rendir cuentas a los representantes zonales del Ministerio de Cultura, mientras la Matriz desempeñaría únicamente un papel coordinador.
En fin, una auténtica autonomía estaría negada, en cualquier caso: o porque puede continuar el mismo sistema, que ya ha demostrado sus limitaciones, o porque se imponga la nueva Ley, tal como se encuentra concebida, en razón de que, desde el Ministerio la autonomía no pasaría de ser un espejismo.
¿Habrá tiempo, y sobre todo voluntad para pensar en unas enmiendas puntuales a esa ley, que aseguren un trabajo democrático, responsable y creador en la Casa de la Cultura Ecuatoriana, neutralizando esas prácticas burocráticas? Sería el mejor reconocimiento al talento de los conciudadanos que verdaderamente se preocupan por las diversas manifestaciones de la cultura.
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