viernes, 24 de junio de 2016

Un hombre entre el polvo

ROSTROS

Un hombre solo entre objetos que están solos y esperan. Invita a entrar en silencio como si fuera descorrer el velo de un muerto. De un mundo muerto para quienes creen que lo viejo no sirve. De pie ante el pasado, Manuel Vallejo habla bajo y mira los rincones ciegos, como si buscara algo, una sombra o el ruido hueco de lo que estuvo y ya no.
“Con lo tecnológico y el consumo de lo material el tiempo se acortó”, dice Manuel Vallejo mientras manipula una de las tantas piezas de arte que lo rodean. En Casa Museo –un local de antigüedades en Cuenca, Ecuador- este hombre interpela el giro inexorable del reloj. Y al menos por unas horas, todo se detiene en ese universo de teléfonos, juguetes viejos y objetos religiosos.
La Candomine, más conocido como el vado, es un espacio cultural de la ciudad en plena recuperación. La reconstrucción del lugar apunta a rescatar el patrimonio histórico, el arte y cierta filosofía bohemia. No es fácil, pero para este hombre de 52 años es el único camino posible.
“Mis padres me motivaron el arte, la música y la manifestación artística. Me gusta el arte religioso por la delicadeza de las piezas de madera hechas a mano, talladas”, cuenta y muestra los rincones de una casona con más de 150 años de historia.
DSC04203El recorrido puede ser interminable. Hay máquinas de todos los tamaños y oficios. Muñecos. Baúles. Cuadros. Cajas registradoras que ya no registran. Objetos muertos sino fuera por la carga emocional que algunas personas le dan a lo que ya no es.
En un intervalo de su trabajo la reflexión llega a la conversación: “Vos comprás la basura que otros botan. Es una forma de tener presente el pasado”, afirma Manu, quien estudió en la facultad de Bellas Artes, pero que las obligaciones y circunstancias lo llevaron a ser empleado judicial en Cuenca.
Tener presente el pasado, dice Manuel como si no quisiera desprenderse de lo vivido. Y refuerza la idea: “Todo tiempo pasado fue mejor. Todos lo añoramos Quizá porque había más tranquilidad o porque no teníamos responsabilidades”, cuenta mientras domina un portafolio de época con su mano.
El vado, uno de los espacios culturales más emblemáticos de Cuenca. Fue restaurado y conserva la idiosincrasia de antaño.
Quién podría juzgarlo si entre tanta “porquería suelta” él está a salvo. “Mi mujer me dijo que dejara de comprar cosas. Y empecé a ver que tenía bastante y salió lo del museo. Cuando entro acá me siento más liviano y me saco el estrés de lo laboral”.
Lo viejo todavía con vida. La resistencia solapada, el ingenio del comerciante para filtrarse por las grietas de la moda: la moda de usar lo viejo para sitios nuevos y exclusivos. Una extraña contradicción de la actualidad.
DETRÁS DEL COLECCIONADOR.
La conversación tiene el cauce tranquilo como los ríos que rodean a una de las ciudades con mayor afluencia turística de Ecuador. Entonces una pregunta desemboca en los ojos llorosos de Manuel y su verdad surge sobre el grabador.
“Tuve problemas con el alcohol y salí hace 20 años. Todo eso me llevó a conocer el lado bueno de la vida”, dice ahora con la voz frágil como los objetos colgados en la pared del comercio. Pero hay más y está dispuesto a compartirlo: “Los problemas siempre están, pero uno puede enfrentarlos”.
Algo se quiebra en su cuerpo. Queda en silencio buscando las escenas, el límite del precipicio al cual llegó en las horas más oscuras. “Tuve que tomar decisiones. Hay un momento en el que decís es blanco o negro”. Y él eligió quedarse del lado de los vivos y atravesar los fantasmas.
Entre sus herramientas, Manuel se encuentra con su pasión. Allí el tiempo no corre para él.
La vida le pegó donde más duele cuando la leucemia le arrebató una hija de seis años. “Fue el ángel que me ayudó a tomar y fortalecerme en las decisiones y el compromiso de vida”, asegura y no se olvida de sus otras dos hijas de 15 y 6 años.
-Con todo esto que vivió, ¿cómo se lleva con la idea de la muerte?
– A la muerte le tengo respeto, pero no miedo. Es tenerla presente para vivir consciente. Cuidarse y vivir bien y si viene, que venga.
La ausencia del tiempo como lo conocemos ha sido posible ahí adentro. Volverá a acecharnos apenas se abra la puerta y dos bocas digan adiós.
Para algunos será un hombre entrampado en la nostalgia, para otros un audaz que hace equilibrio para no dejarse comer por la inmediatez descartable de la posmodernidad.
-Nací en un tiempo equivocado- asegura Manuel y queda inmóvil en su país de antigüedades, entre objetos restaurados y otros cubiertos de polvo.

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