Si quisiéramos resumir en un solo momento cómo llegó Hillary Clinton a la nominación demócrata en 2016, no sería el día soleado del lanzamiento de su campaña en Nueva York en junio pasado, ni alguno de sus discursos de celebración tras obtener la victoria contra el senador Bernie Sanders en las elecciones primarias.
Más bien sería aquel instante espontáneo en octubre cuando Clinton, con toda indiferencia, movió la mano para sacudirse una pelusa o polvo, o quizá solo para tocar serenamente su hombro, mientras un grupo de congresistas encabezados por republicanos la bombardearon durante más de ocho horas con preguntas sobre su manejo del ataque terrorista de 2012 en Bengasi, Libia.
Quizá no sea tan buena oradora como Barack Obama ni tenga el mismo estilo político de su esposo. Pero es evidente que la fortaleza de acero que mostró Clinton en esta campaña ha inspirado a las mujeres mayores, a los electores de raza negra y a muchos otros que en cierta medida ven en su perseverancia reflejadas sus propias luchas. Además el tesón de Clinton, su tenacidad, firmeza y capacidad de resistir y sobreponerse a la adversidad bien podrían ser las cualidades necesarias para vencer a Donald Trump.
En sus distintas capacidades de esposa, primera dama, senadora y secretaria de Estado, además de candidata a la presidencia en dos ocasiones, Clinton, de 68 años, ha experimentado cambios profundos y ha redefinido el papel de la mujer en la política estadounidense. Ha sorprendido a la nación una y otra vez, tanto con escándalos punzantes como con sus triunfos.
“Apareció en la escena pública como alguien un poco diferente”, afirmó Ann Lewis, su asesora desde hace mucho tiempo. “Inspiró al mismo tiempo fascinación, devoción y ataques, y hasta la fecha no han cesado los ataques partidistas”.
“Apareció en la escena pública como alguien un poco diferente”, afirmó Ann Lewis, su asesora desde hace mucho tiempo. “Inspiró al mismo tiempo fascinación, devoción y ataques, y hasta la fecha no han cesado los ataques partidistas”.
“Incluso cuando era primera dama, con frecuencia se escuchaba el comentario: ‘¿Quién se cree que es?’”, señaló Melanne Verveer, amiga cercana de Clinton y su jefa de gabinete en la Casa Blanca.
En su discurso de victoria el martes por la noche, Clinton dijo que la mayor influencia de su vida había sido su madre, quien le enseñó a nunca dejarse amedrentar por personas que quisieran molestarla “y ese consejo ha sido muy bueno”.
Con ese mismo coraje, Clinton se levantó después de la dolorosa derrota que le propinó Obama en 2008 y le dijo a un grupo de seguidoras que lloraban la derrota, hace exactamente ocho años, que habían hecho 18 millones de grietas en “el techo de cristal más alto y resistente”.
Durante 14 años sin parar, y 20 años en total, Clinton ha resultado electa la mujer más admirada entre los estadounidenses, según un sondeo que se realiza anualmente. Pero, últimamente, ha debido pagar el precio por su campaña, así como por la controversia que se desató por su uso de un servidor de correos privado cuando era secretaria de Estado: sus cifras de aceptación y confianza se han desplomado.
Además, se le ha vuelto a caricaturizar como una política de carrera falsa y calculadora: Lady Macbeth, ahora en su propia obra de teatro.
Su longevidad y fama son otros activos que se han visto afectados: el equipaje que trae por ser una demócrata consumada con acceso a información privilegiada, dio un tinte negativo a las enormes cantidades que recibió por dar discursos en bancos de Wall Street, situación que ha pesado sobre Clinton en un ciclo de elecciones en que los outsiders, como Bernie Sanders y Donald Trump, han tenido el viento a su favor.
La carrera de Clinton de ninguna manera ha seguido un rumbo predecible. Alcanzó la mayoría de edad en el movimiento feminista de la década de 1960 en Wellesley College, donde promovió entre sus pares el rechazo a los cambios graduales para trabajar “por hacer posible lo imposible”. Pero entonces se fue al sur para acompañar a su esposo a perseguir sus ambiciones. Fue una de las principales estrategas de campaña de Bill y supervisó un proyecto fallido sobre servicios de salud, al mismo tiempo que mantuvo firme su matrimonio en medio de problemas como escándalos sexuales y un juicio político.
Si bien pareció encarnar contradicciones, también fue el reflejo de una sociedad en la cual las expectativas de las mujeres, y las expectativas que las mismas mujeres tenían de sí mismas, cambiaron con rapidez.
Siempre ha sido difícil analizar las opiniones sobre Clinton y, en general, sobre las mujeres poderosas.
Roy M. Neel, quien llevó la campaña de Al Gore cuando fue candidato a la vicepresidencia en 1992, manifestó en un relato verbal sobre los años de Bill Clinton que las mujeres del sur en particular sentían rechazo hacia Hillary Clinton, la primera madre trabajadora que se convirtió en primera dama y en la única hasta ahora en tener una oficina en el Ala Oeste, porque “parecía ser una especie de afrenta al sentido de su propia existencia”.
Las viejas antipatías hacia Hillary Clinton pueden explicarse en cierta medida por la dificultad con que los estadounidenses se ajustaron a los cambiantes roles del hombre y la mujer en el hogar, en el trabajo y en la política. Pero su historia de lucha política también ha dejado cicatrices que, en parte, definen qué tipo de candidata es: conoce bien las realidades de Washington, pero es precavida y cautelosa.
Su larga contienda con Sanders, cuya campaña pocos esperaban que sobreviviera los primeros enfrentamientos para la nominación, dejó al descubierto el costo de esa cautela, tanto en la forma como en el fondo.
Es evidente que los impulsos desenfrenados de Trump y el idealismo descarado de Sanders atraían a los electores, pero Clinton ha mostrado poco de ambos.
“No se trata de unas elecciones cautelosas en que el tono va subiendo a cierto ritmo, así que ser precavida no le ha ayudado”, opinó Anna Greenberg, una encuestadora demócrata.
“Ambas primarias revelaron mucho enojo, frustración y rechazo”, añadió. “Se ha visto obligada a hacer ajustes, y tendrá que seguir haciéndolos”.
Durante 14 meses, la campaña de Clinton ha estado fuera de sintonía con los electores más jóvenes y con otros sectores de un electorado fastidiado que exige más que la competencia y el trabajo duro que ella ha prometido.
Su falta de conexión con esos electores pueden ser una señal preocupante.
Mientras su esposo pudo recurrir a la filosofía de centro de Tercera Vía de los demócratas en 1992, cuando dedicó su candidatura a la “clase media olvidada”, Clinton ha tenido problemas para comunicar una idea sencilla y clara que sirva de estandarte para su campaña. Por otro lado, aunque sus posiciones y propuestas políticas fueron las más detalladas de la competencia, para muchos electores sus verdaderas preocupaciones todavía son un misterio.
Clinton ha elogiado los logros de Obama a lo largo de sus ocho años en la presidencia, y ganó cerca del 77 por ciento del voto entre la población de raza negra en los enfrentamientos del 10 de mayo, según algunas encuestas preliminares. Pero también prometió más apoyo —que el de Obama— a las medidas para conceder la ciudadanía a inmigrantes indocumentados, se expresó en contra de la firma del Acuerdo Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés), y acabó con los planes del presidente para derrotar al Estado Islámico al promover una zona libre de aeronaves en Siria.
Ha alabado las acciones económicas que impulsó su esposo cuando estuvo en la presidencia e incluso ofreció darle el encargo de revivir algunas de las regiones más golpeadas. Pero también ha tenido que repudiar áreas vitales del legado de su esposo.
Tampoco ha ayudado que su campaña cambiara de eslogan en eslogan (seis en total), desde “Los estadounidenses de todos los días”, “Pelea por nosotros” y “Rompiendo barreras”, hasta el más reciente: “Juntos somos más fuertes”, en respuesta a las declaraciones de Trump con respecto a los mexicanos, musulmanes y otros grupos.
Mientras que Sanders demonizó a Wall Street, Trump atacó a los inmigrantes y ambos juraron revertir los males económicos, Clinton se mantuvo en la esfera de las cuestiones prácticas, una táctica que puede ser peligrosa.
La promesa más aventurada que ha hecho es que no hará demasiadas promesas. “No necesitamos más de eso”, dijo a los electores.
La promesa más aventurada que ha hecho es que no hará demasiadas promesas. “No necesitamos más de eso”, dijo a los electores.
Pero la gran disposición que ha demostrado para escuchar los problemas de las personas y encontrarles soluciones ha servido para compensar su falta de brío retórico. Derramó lágrimas durante sus conversaciones con un hombre cuya madre padecía alzhéimer y una mujer que había perdido un hijo en un accidente relacionado con armas.
También ha exhibido una vulnerabilidad que no reveló en 2008, cuando se presentó en campaña como una candidata con la fuerza necesaria para ser comandante en jefe, pues quería neutralizar cualquier duda sobre su fortaleza para ocupar el despacho oval.
“No soy un político natural, en caso de que no lo hayan notado, como mi esposo o el presidente Obama”, aseveró Clinton en uno de sus debates con Sanders, en una declaración que mostró honestidad total.
Para sus seguidores, es probable que aplique cierto tipo de extraña lógica. De alguna forma, dicen, se espera que Clinton proyecte la determinación de un comandante en jefe, el carisma del amigo con quien sales a beber, y la calidez de tu tía favorita.
“Debes ser sensible y sonreír, pero también tener una piel gruesa como la de un elefante”, expresó la periodista Tina Brown. “¿Qué opción tomar?”.
Se trata de una combinación imposible, e incluso si lograra todo eso, sin duda a alguien se le ocurriría otra cualidad vital ausente en Clinton, porque todavía no existe un modelo que se asocie con la mujer que ocupe la presidencia de Estados Unidos.
“Hay muchísima indecisión entre la gente porque no saben cómo sentirse ante la posibilidad del liderazgo femenino; la gente en realidad está en conflicto”, subrayó la senadora Kirsten Gillibrand, demócrata de Nueva York. “La ambigüedad en torno a Hillary no tiene nada que ver con ella. Se origina en las mismas perspectivas de la gente”.
Por supuesto, ya llegará el momento en que cambien las actitudes hacia el liderazgo femenino. En una conversación con algunos periodistas el lunes, unas horas antes de que se diera a conocer que había logrado la nominación, Clinton vislumbró un tiempo, después de noviembre, en que las candidatas a la presidencia no requieran tantos años de permanencia para tener una oportunidad de llegar a la Casa Blanca.
“En su mayoría son mujeres y niñas, pero no se trata de una audiencia exclusiva; hay varones que traen a sus hijas a conocerme y me dicen que me apoyan por sus hijas”, enfatizó. “Estoy convencida de que el hecho de que un padre o una madre vean a su hija a los ojos de la misma forma que ven a un hijo varón y le digan: ‘Puedes ser lo que quieras ser en este país, hasta presidente de Estados Unidos’, marcará una enorme diferencia”.
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