jueves, 23 de junio de 2016

Los farsantes de la moral oficial



Publicado en junio 23, 2016 en La Info por Roberto Aguilar
El aparato de censura y control de la información del correísmo y la Ley de Comunicación –que este sábado cumplirá tres años de vigencia– no sólo sirven para hostigar a los disidentes del correísmo y a quienes piensan diferente.
O para mantener políticamente disciplinados a los medios y disuadirlos de meter las narices donde no les conviene.
O para imponer la verdad oficial de los hechos noticiosos con remitidos de publicación obligatoria como los que diario El Universo recibió el último fin de semana (tres en un día), con títulos tan jocosos como “Incremento temporal del IVA en Ecuador no es una razón para que ecuatorianos compren en Ipiales”.
No. La Supercom y el Cordicom, con la ley en la mano, con todo su engranaje de intendencias regionales y su jauría de sabuesos, su policía semiológica y sus direcciones “de monitoreo y análisis”, “de vigilancia y control”, “de procesos y sanciones”, “de gestión preventiva e intervención jurídica”, sirven sobre todo para mantener la moral y las buenas costumbres en la esfera pública. Para castigar a quienes las vulneran. Para enderezar a los obscenos, a los impúdicos, a los malhablados, a los procaces, a los políticamente incorrectos. A los que nos hacen pecar. A los que dicen presos en lugar de decir PPLs. A los que dan mal ejemplo.
No es extraño que, para presidir un aparato semejante, se eligiera a un ciudadano de moral intachable y costumbres ejemplares. Un ser casto, abstemio, virtuoso, carente de todo vicio: el superintendente de Comunicación, Carlos Ochoa. La mayoría de resoluciones que ha firmado, desde el nacimiento de su organismo en 2014 hasta la fecha, tiene que ver con la moral y las buenas costumbres. Esa jurisprudencia es su doctrina, su legado a la posteridad. En ella se expresa como un auténtico árbitro nacional de la decencia y el buen gusto.
Ochoa es el hombre en quien parece haber estado pensando Joan Manuel Serrat cuando escribió su canción Los macarras de la moral: maestro para pescar en el río turbio del pecado y la virtud, experto en fabricar platos rotos que acaban pagando otros (periodistas y medios de comunicación), reparte sanciones económicas a diestra y siniestra.
¿Algún medio de comunicación, en cualquier rincón del país, observa lo que él llama “un comportamiento negativo para el desarrollo cognitivo de los menores de edad”? Diez salarios mínimos de multa.
¿Alguien se expresa con lenguaje que, según él, “no observa las reglas mínimas para la convivencia en el marco del respeto a los derechos de otras personas”. Diez salarios mínimos de multa.
¿Hay quien se atreva a “irrespetar los derechos del Estado intercultural” (“los derechos del Estado”, así discurre la mente de Ochoa)? Diez por ciento de los ingresos del trimestre de multa.
Por pronunciar la palabra “moza”… ¡Multa! Por poner en duda los valores de la moral cristiana… ¡Multa! Por mostrar demasiada piel o demasiada sangre… ¡Multa, multa, multa!
La semana pasada, 4pelagatos contó el caso de dos periodistas deportivos: Luis Baldeón y Aurelio Dávila, los conocidos Barman y Droguin de Radio Fútbol. La Supercom se ha enseñado con ellos por su incorrección política con tan sistemática aplicación que da motivos para sospechar de sus intenciones: les ha seguido once procesos en 18 meses. Algunas de las resoluciones emitidas por Ochoa contra ellos son dignas de figurar en cualquier antología el curuchupismo y la mojigatería criollas.
Por ejemplo, aquella que dice que el sentido fundamental de la matrimonio es la procreación y que el adulterio se opone al orden sobre el cual descansa la República, para concluir castigando a Dávila y Baldeón por haber hecho el elogio de la infidelidad.
O esa otra en la que el superintendente expresa su preocupación por el “ejemplo negativo y errado” que reciben los niños cuando escuchan a Dávila y Baldeón pronunciar malas palabras. Palabras que, más tarde “pueden ser replicadas en contra de un compañero de escuela”.
Todo esto arropado en un lenguaje seudojurídico salpicado con citas de Cabanellas, o intercalado de argumentaciones semiológicas tan precarias como incomprensibles, que no consiguen ocultar el proverbial moralismo que se encuentra en el fondo.
En una ocasión se sancionó a diario Extra por combinar, en un montaje gráfico sobre un accidente aéreo en Ucrania, la foto del lugar donde cayó el avión con la imagen una mujer depositando flores en homenaje a las víctimas. El vuelo semiológico, del cual hay que responsabilizar a los semiólogos de intendencia del Cordicom, era delirante.
La “violencia simbólica” de este montaje gráfico, según los expertos refrendados por el superintendente, “se manifestaría en el quiebre del código de la cotidianidad (rituales de interacción): de un lado, las imágenes de cuerpos muertos y fragmentados; de otro, la imagen de una mujer con vestido corto, floreado intentando significar el ‘luto en Ucrania’, por tanto, se violentaría la cotidianidad”. Es decir que a “la morbosa exhibición de la muerte”, de la foto de arriba, sigue una “gratificación y reificación a partir de la representación de la vida”, en la foto de abajo, operación que sigue “un orden de discurso que va de masculino a femenino” y que “termina en sesgo de impacto que permite un reciclaje o circularidad de la lectura”. ¿Quedó claro? ¡Pero si hasta Carlos Ochoa lo entiende! Lo firma, de hecho.
supercom, extra, imagen muerte vida,
Un caso más reciente fue el de diario La Hora de Santo Domingo, al que la Supercom sancionó por publicar una nota titulada “Quemada por su madrastra”. Es la historia de una niña de tres años, cuya identidad el diario no revela, que ha sido víctima de brutales maltratos. Según el informe de Ochoa, “La publicación alimenta en los lectores la atracción por lo desagradable. Se expone a la supuesta víctima de maltrato en condiciones que afectan su dignidad, su derecho de imagen y privacidad, lo que denota la forma utilizada por el medio para dar a conocer una información que se supone privada, íntima, que al exponerla al público se convierte en algo obsceno”. Se refiere a la fotografía de una niña de tres años que fue quemada por su madrastra y que el documento firmado por Ochoa describe con estas palabras: “Una imagen en escala de grises parcialmente difuminada en la que claramente se observa la espalda y parte de los glúteos con ampollas de la menor”. Esa fotografía “parcialmente difuminada” pero tan clara, tan morbosa, tan atentatoria del derecho a la intimidad de una niña, por favor, cúbranse los ojos, es ésta:
supercom-imagen parcialmente difuminada
¿Qué tiene en la cabeza el superintendente Ochoa? Hay que ser francamente retorcido para que la borrosa, indeterminada exhibición de una minúscula fracción de nalga infantil le altere los nervios a uno.
También el canal 5 de televisión, Televicentro, fue sancionado por mostrar las imágenes “parcialmente difuminadas” de una decapitación perpetrada por los terroristas de ISIS. “Desde una perspectiva semiótica”, explica Ochoa en la resolución respectiva, el crimen del noticiero consiste en haber aplicado (por favor, tomen asiento) “un lenguaje específico, con una serie de elementos determinados entre (signos) y una serie de relaciones entre ellos, de manera que por su uso se produzcan significados. Y el significado fue la entrega de un producto informativo de alto impacto emocional y violento en franja horaria no permitida”. La cita (incluida esa inescrutable palabra signos entre paréntesis) es textual.
Si un juez se expresa a través de sus providencias, las resoluciones de Ochoa lo retratan de cuerpo entero. A él y al organismo que preside. Gente retorcida, ávida de sangre. Resentidos que ejercen su metro cuadrado de poder con todo el rigor que les dictan las tripas. Y las hormonas. Ellos son los guardianes de la decencia y el buen gusto del régimen correísta. Son la mecha de la sospecha, el meollo del mal rollo. Son los macarras de la moral.

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