La sabatina 478, transmitida desde Pedernales, fue la primera dizque costeada por aportes voluntarios y montada con el trabajo de “los jóvenes”. Rafael Correa, si hemos de creerle, se la pasó la semana recibiendo llamadas: “Presidente, aunque sea le colaboro con una silla plástica”, le ofrecían. “Presidente, si hay que cargar las sillas cuente con nosotros”… Una multitud de “manos amorosas” y “corazones revolucionarios” se movilizó hasta Pedernales. “Muy comprometidos, preguntaron en qué podían ayudar y bajaron las piezas para montar el escenario”. Orgullosísimo está Correa: “Pagamos de nuestro propio bolsillo” dijo, aunque resulta difícil establecer si se refería al suyo o al de alguien más, al fin y al cabo siempre habla de sí mismo en primera persona del plural, como el papa. Por cierto: las sillas eran todas igualitas.
En la pantalla se exhibió la lista de aportantes. Figuraban algunas de las organizaciones sociales diseñadas por el correísmo para sustituir a otras que le resultan incómodas: la Red de Maestros, por ejemplo, que sustituye a la UNE; o la CUT, que sustituye al FUT. O sea que las sabatinas ya no las paga la Secom sino el Ministerio Coordinador de la Política. Gran cambio. También las juntas parroquiales y los municipios correístas se disputan el privilegio de costear y montar el espectáculo. “Presidente, venga, nosotros organizamos todo” le han dicho, y él se entusiasma: “¡Esa es la actitud!”, celebra. Debe ser un buen negocio desempeñar el papel de anfitriones de Correa, de otra manera no se explica semejante explosión de voluntariado. Negocio redondo para ambas partes: gracias a la ayuda de los municipios y las juntas parroquiales el costo de las sabatinas se seguirá pagando con plata pública, con la ventaja de que Correa ya no tendrá que rendir cuentas por ello.
Por lo demás, este retorno al formato original no deparó sorpresas. Nada nuevo salvo la presentadora Janeth Lozada, una ex participante de reality que hace trompita cuando termina cada frase, como quinceañera en selfie. La sabatina duró las cuatro horas de rigor, pese a las buenas intenciones de Correa: “Quería acabar más temprano –dijo– pero veo que es imposible”. Curiosa incapacidad la suya: no puede decir las cosas una sola vez en lugar de siete; no puede dejar de repetir lo que ya todo el mundo le ha escuchado; no puede omitir los detalles superfluos, la tremenda guatita, el suculento desayuno, el riquísimo seco de gallina. Cuando mira el reloj son las dos de la tarde y no se da cuenta en qué se le fue el tiempo. Alguien tendrá que dibujárselo.
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