¿En qué se ha convertido Javier Lasso?
Cuando Rafael Correa dijo “no quiero que este programa parezca propaganda” ya era tarde. Tras una nueva vuelta de la puerta giratoria que por un lado conduce al periodismo oficialista y, por el otro, al servicio exterior con salario de primer mundo y departamento en Manhattan, Javier Lasso da muestras de no saber ya de qué lado se encuentra. De regreso a la televisión correísta con su programa de toda la vida, Palabra suelta, se sigue comportando como un consecuente representante diplomático. La primera entrega de esta nueva temporada tuvo como protagonista al presidente de la República en su propia casa y consistió en una hora y media de propaganda sin el menor atenuante periodístico.
“Yo estoy ahora en su casa y no veo fotos suyas, presidente”. Lasso echó mano de todo lo que pudiera servirle para subrayar las virtudes personales del jefe de Estado. Un par de videos intercalados a lo largo del programa reseñaron con empalagoso detalle su “temperamento político singular, reflejo de una personalidad rebelde, crítica y progresista”; su condición de “trabajador incansable”, de “padre de familia, esposo, hijo y compañero leal”; su humanidad “sencilla con ideales claros y fuertes convicciones”; “su forma de ser, espontánea y auténtica”; sus habituales “muestras de sencillez y sobre todo de ahorro”; su proverbial “desprendimiento”; su cristalina “modestia”; su calidad de hombre “auténtico, cercano a la gente”; y claro: su ausencia total de vanidad. “Nunca me ha gustado tomarme fotos, peor tener fotos mías colgadas”, confirmó Correa. Es verdad: para encontrar imágenes del presidente, Javier Lasso debió ir a la playa de Jama, donde su rostro fue reproducido a escala gigantesca sobre la arena para que un dron del aparato de propaganda lo filmara; o a las carreteras del país donde aparece en vallas enormes con todo su repertorio de gestos y actitudes; o simplemente prender la televisión un día cualquiera y esperar por la cadena nacional más próxima (no tardará en llegar); o quedarse donde se encuentra, al fin y al cabo los caretos de Correa, que nos cuestan una fortuna, están por todos lados en el país; no colgados en su casa, donde salen gratis.
En el comedor de la “modesta casa comprada con crédito hipotecario”, Javier Lasso se ha sentado frente Rafael Correa, acaso para no faltar a la promesa publicitaria de hacer una “entrevista frontal”. “Queríamos demostrar este escenario, enseñar este escenario que no es un escenario de lujos extravagantes, es una casa sencilla pero lo sencillo puede ser muy bello”. Su elección del verbo (“demostrar este escenario”) es inusual pero elocuente: recoge el espíritu demostrativo y ostensible, un tanto vociferante del programa. Desde donde estaban emplazadas, las cámaras alcanzaban a captar algún cuadro indianista del más trasnochado realismo socialista criollo y una chimenea iluminada desde dentro con lo que parecían ser llamas falsas, como para demostrar, contra lo dicho por Lasso, que lo sencillo también puede ser horrendo.
Por lo demás, esta primera entrega de Palabra sueltaredefinió el concepto de entrevistador complaciente y lo llevó hasta nuevas cotas de vergüenza. El trabajo de Lasso no consistió en propiciar un diálogo, es decir, un intercambio de ida y vuelta (como pretende el título del programa) sino en proporcionar al entrevistado el espacio para que se regodeara en su propio yo, de sobra conocido, y alcanzara satisfacción en la contemplación de sí mismo (que es precisamente lo que el presidente, cuando comenta sus experiencias televisivas, suele calificar como “un buen momento”). En aras de proporcionar ese buen momento a su entrevistado Lasso llevó la complacencia hasta la mímesis, hasta la radical anulación de sí mismo. Si un entrevistador normal plantea preguntas para obtener respuestas (elemental) que amplíen el entendimiento del espectador, él como entrevistador mimético pregunta para recibir confirmaciones que ratifiquen la armonía ideal de aquel momento perfecto. Una ecuación en la que el espectador no cuenta en absoluto. Como cuando Correa dice “Mi venganza personal será el derecho de tus hijos a la escuela y a las flores” y Lasso apunta: “Ahí están las escuelas del milenio”. De ahí que este primer programa de la nueva temporada de Palabra suelta, en el que no hubo una sola idea nueva, nada que el presidente no dijera ya cien veces en otras tantas sabatinas, no fuera otra cosa que un intenso y prolongado (pero inevitablemente estéril y poco satisfactorio) ejercicio masturbatorio a cuatro manos.
¿Preguntas incómodas? Si alguna hubo era de ver cómo Lasso retorcía la retórica para que no lo fuera. Y lo conseguía. Si le tocaba preguntar al presidente por su departamento en Bélgica, introducía este preámbulo: “No se trata de recoger miserias pero sí más bien de contestarlas”, con lo cual, de hecho, hacía innecesaria la pregunta. Y para hablar de corrupción atribuía la premisa a un tercero (en este caso la “potente, lúcida, fuerte” Gabriela Rivadeneira) y llenaba la frase de filtros verbales para atenuar el concepto: “ella insinuó la posibilidad de que también habría habido corrupción”, dijo. Cinco filtros verbales, para ser exactos: 1. El verbo insinuar, que implica una alusión velada; 2. La palabra posibilidad, que deja abierto un resquicio para la duda; 3. El adverbio también, para indicar que si hubo corrupción, no sólo hubo corrupción; 4. El condicional habría, que en la incorrecta utilización periodística aquí servida significa, otra vez,posibilidad, de manera que aparte de incorrecto es redundante; y, finalmente, 5. La forma compuesta del pretérito perfecto, habido (ha habido, habría habido), o sea que en el supuesto no consentido de que posiblemente hubiera acaso entre otras cosas un atisbo quizás de corrupción en el pasado, en el pasado quedó.
Así con Javier Lasso. Asume que los disidentes del movimiento oficialista (desde Alberto Acosta hasta María Paula Romo) son traidores, y pregunta cómo hacer en el futuro para “filtrarlos”. Insinúa que son oportunistas y califica ese oportunismo político como corrupción. Da por hecho que la confrontación del gobierno con el periodismo era justa y necesaria y pregunta “con qué sectores faltó poner las cosas en orden”. Incondicional y disciplinario, sumiso hasta la anulación personal, el conductor de Palabra suelta y director de la televisión correísta se ha convertido, al cabo de dos o tres vueltas de la puerta giratoria, en
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