domingo, 8 de marzo de 2015

Francisco Febres Cordero
Domingo, 8 de marzo, 2015
Distancia
Al subir las gradas del Palacio había un espejo en el que el presidente de entonces se miraba. La imagen que rebotaba le hacía acuerdo de quién era él: un ciudadano que estaba ocupando la más alta magistratura por un corto tiempo; luego añoraba regresar a su casa, para lo cual repetía con insistencia: “Tengo las maletas listas”.
El espejo marcaba una distancia entre el presidente y el ser humano que sabía que su paso por el poder era –necesariamente– transitorio. Y él, de pie frente al azogue, veía la imagen real, la suya, no la ilusoria que querían mostrarle sus colaboradores más cercanos, con la banda presidencial cruzada alrededor del pecho, en un presente que bien podía prolongarse dada la gran aceptación de que gozaba.
Y es que, en el tráfago de la política, muchas veces se nubla la realidad y se borran las distancias ante la urgencia de las batallas cotidianas cuya importancia ni siquiera se alcanza a medir: todas parecen tener similar trascendencia y, por tanto, merecen ser ganadas a como dé lugar bajo la conducción de un líder cuya presencia parece indispensable.
A falta de un espejo en el cual pueda el mandatario mirarse en silencio y soledad, surgen de cuando en cuando voces de quienes escrutan la realidad con distancia de tiempo y geografía. Una de esas es la que se acaba de escuchar y sale de alguien que por ahora vive lejos y, tal vez por eso, mira las cosas desde otra perspectiva y analiza los destellos con más serenidad y mayor calma.
Esa voz pide realizar un ejercicio de humildad en quien ejerce el poder. ¿Humildad? Sería bueno que quien la pronunció comience por explicar en qué consiste ese vocablo, proscrito en el diccionario que comenzó a regir en esta época de revolución ciudadana, reemplazado por otros mucho más efectivos: intemperancia, soberbia y prepotencia. Pero ¿humildad?
Después, pide decencia en el ejercicio de la política, tanto a quienes detentan el mando como a quienes hacen oposición. Y la decencia lleva, necesariamente lleva, a reconocer en el otro ciertas cualidades que permitan acercamientos, derribando las barreras que alejan la posibilidad de cualquier diálogo. Decencia es también entrar al juego sin cartas marcadas bajo la manga, con planteamientos claros, sin subterfugios ni trapacerías. Decencia es no refutar las ideas de los otros apelando al arbitrio de la descalificación, las amenazas o el insulto.
La voz pide también un ejercicio real de la democracia, en que la reelección indefinida no tiene cabida. Los partidos o movimientos políticos –dice esa voz– tienen la culpa de no haber generado nuevos liderazgos.
Y pide tolerancia y respeto al pensamiento ajeno, en el que el humor ocupa un puesto primordial, “tan necesario como un canto a la vida”.

Esa voz que salió clara (aunque días después se volvió dubitativa, con un cierto tufillo de tongo y truculencia), salida de otra boca que no sea la de Lenin Moreno merecería los vituperios que tanto contribuyen a enrarecer el ambiente y cargarlo de violencia, resquemores y odios. Sin embargo, en esta ocasión las réplicas han tenido un matiz amable, quizás porque quienes están sentados alrededor de la mesa del póker electoral no creen conveniente perder esa carta que tienen guardada bajo la manga, por si acaso algún rato se ofrezca… (O)

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