Socorro Ramírez
El Tiempo, Colombia, GDA
Para salvar la VII Cumbre de las Américas, el Gobierno de
Panamá ha dicho que no se abordarán temas litigiosos. Tampoco se concertará una
declaración política, sino un documento técnico con “mandatos para la acción” a
favor de la equidad en ocho temas: salud, educación, energía, ambiente,
participación, gobernabilidad, migración y seguridad. Pero esa tabla de
salvación puede resultar frágil. Son acuerdos en temas cruciales, pero sin
repercusión. El balance de los 47 mandatos emanados de la Cumbre anterior es
lamentable. Para la reunión precedente, Colombia impulsó compromisos temáticos
realizables y al mismo tiempo abordó asuntos álgidos –Cuba y drogas–, mediante
debates públicos y entre los jefes de Estado. A diferencia de los mandatos,
estos asuntos polémicos sí avanzaron. Cuba estará en Panamá, lo exigieron
América Latina y el Caribe y lo ha permitido su acercamiento con Estados
Unidos. Al debate sobre el fracaso de la “guerra contra las drogas” entraron
los presidentes, y en el hemisferio se discuten o ensayan alternativas. El
acercamiento Obama-Castro le ofrecía a la nueva Cumbre la oportunidad de enterrar
la Guerra Fría en las Américas. Pero llegan a la reunión sin haber logrado
reabrir embajadas; y al referirse a Venezuela como amenaza a Estados Unidos, la
orden ejecutiva de Obama escaló la tensión bilateral y la reacción regional.
Aunque en la OEA su gobierno haya asegurado que no prepara una invasión ni
pretende derrocar a Maduro, Obama llega a Panamá en medio de un amplio rechazo
a las presiones por medios coercitivos unilaterales y de la petición formulada
por Unasur, Mercosur, Alba, Celac, Caricom, Petrocaribe, la Organización del
Caribe Oriental, los No Alineados, la Unión Africana, el G-77, China y Rusia,
de derogar la orden, considerada una abusiva injerencia en asuntos internos de
otro país. Además, Maduro le lleva a Obama los resultados de su campaña de
‘tuitazo y firmazo’ sobre una medida que, en definitiva, le ha sido de gran
utilidad. Le ha servido de prueba de las supuestas conspiraciones y guerras
externas con las que explica los graves problemas del país, de disculpa para
postergar correctivos que acarreen costos en tiempos electorales, de
justificación para obtener más poderes especiales y generar movilización
militar, y de argumento para neutralizar el malestar interno y la presión
internacional frente a la represión de los opositores o de la protesta social.
Tampoco para Raúl Castro el momento es fácil. Así, pues, para nadie será fácil
moverse en la Cumbre. Panamá podría aprovechar la complejidad de la situación
para impulsar un diálogo franco entre los presidentes y en el foro de actores
sociales. Es la oportunidad de hablar sobre cómo construir relaciones más
simétricas, sin unilateralismos ni radicalismos, que permitan emprender una
acción colectiva sobre cruciales asuntos hemisféricos.
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