Por Josè Hernàndez
19 M: el decálogo de Correa, presidente sordo y ciego
El Presidente
se ha vuelto predecible: repite argumentos, recurre a las mismas
demostraciones, llega a las mismas conclusiones. Ya se dijo pero hay que
repetirlo: Correa no hace política, en el sentido de reflexionar y decidir
según los datos de la realidad. Se gobierna y gobierna preso en una maraña de
automatismos que reitera desaforadamente. Hasta ahora la economía, con la
montaña de dólares que provenían del petróleo, creaban espacios para minimizar,
ante la mayoría de ciudadanos, los efectos de las políticas reservadas a los
contradictores y opositores. El desgaste del modelo incrementa la masa de
decepcionados. Y sin embargo, los mecanismos usados por el Presidente para
encarar los reclamos o las manifestaciones no cambian (y eso es peligroso).
Algunos son fácilmente reconocibles. He aquí un decálogo.
1. Cualquier
protesta es un acto de oposición. Y la
oposición para él es una mala palabra. Es sinónimo de pasado. De atraso. De
mediocridad. De fuerzas oscuras que buscan lo peor para el país. Correa no se
deja interpelar por propuestas diferentes a las suyas. O por las críticas a sus
políticas. Se ve tan sobrado y tan indispensable que ha llegado a esta
convicción: Correa es la única alternativa a Correa.
2. Toda
manifestación suma lo mismo: cuatro
pelagatos. Es impresionante cómo prescinde de la realidad para demostrar que le
asiste la razón. Por ejemplo, desconoce hasta las fotografías que los
ciudadanos –escandalizados por lo que dice– le restriegan en las redes sociales
para que vea el volumen de manifestantes en la Plaza San Francisco. Para él, el
19M apenas sumaron 5 000. Finge no entender que los ciudadanos –en el número
que sea– salen a la calle, aquí o en cualquier otro lugar, para enviar alertas
al poder. Su lema “somos más, muchísimos más” lo ha convertido en un pasaporte
hacia la ceguera. Hacia la sordera.
3. No hay
protesta justa. Todo acto lo minimiza, le cambia
de significado, lo vuelve indicio de lo peor. Quien protesta solo puede ser
aliado de los banqueros del feriado o un traidor a la patria. Para él, la
dinámica social cabe en un western anterior a los que filmó Sergio Leone. Solo
buenos de un lado y solo malos del otro.
4. Toda
protesta es un fracaso. Es una tesis que reitera sin
que haya nunca dicho qué se requiere para que sea exitosa. En principio, las
protestas, al margen del número de participantes, son un mensaje al poder. Y si
éste se ocupa tanto de lo que ocurrió –como hizo Correa con las marchas del
19M– se debiera concluir que ese mensaje sí le llegó. Y lo mortifica. Pero
finge no darse políticamente por enterado.
5. Toda
protesta es desestabilización. La
tesis de Correa es tan vieja –viniendo del poder– que hace parte de la historia
de los movimientos sociales. La táctica es servirse de algún conato de violencia
(que a veces el mismo poder suscita) para deslegitimar a los ciudadanos que
protestan y sus motivos. Su obcecación es tan evidente que esta vez desmintió,
dos veces, a su ministro del Interior quien dijo que los violentos en la Plaza
San Francisco no eran manifestantes… Y José Serrano sí debe saber por qué lo
afirma.
6. Los
dirigentes no representan. Correa no
tiene interlocutor válido en el país. Desprecia a los dirigentes sociales que
no hacen parte de sus organizaciones. Los maltrata. La oposición política es
para él poco menos que actores de operas bufas. Se burla de ellos. La vieja
izquierda que estuvo en su gobierno suma 3% del electorado. No tiene, entonces,
nada qué decir. En cualquier país democrático, el Ejecutivo está pendiente de
lo que dicen aquellos que están por fuera de su tendencia. O en lo que dice la
calle. Aquí Correa solo se concibe –y no es poeta como Rilke– en la múltiple
compañía de sí mismo.
7. Con
estos no dialogo. Es la conclusión que reitera desde
que llegó al poder. Para eso, activa siempre el mismo mecanismo: deslegitima
las razones de los manifestantes. Convierte las muestras de violencia de
algunos en intención generalizada. Se carga de atributos y le niega el más
mínimo al opositor o manifestante. Y tras tan razonada demostración concluye:
no dialogo con estos. No dialogo bajo el chantaje. Por la fuerza nada… En
conclusión, Correa no dialoga. Y parece no importarle asumir ante la sociedad
el rol de un poder arrogante, insensible, imperturbable.
8. Negociar
es ceder: Dilma Roussef, puesta ante una
manifestación de millón y medio de personas (Brasil tiene más de 200 millones
de habitantes) dijo que su gobierno “oye las voces democráticas que piden
cambios”. El Presidente en vez de asumir una actitud de apertura, cierra el
puño y se muestra desafiante. No pocas veces repite “ni un paso atrás”. Para
Correa negociar es ceder. Negociar es sentirse vulnerable. Prefiere avanzar
como elefante en almacén de cristalería.
9. La
verdad es él: Correa cree que por haber ganado
elecciones es infalible. Eso lo lleva a creer que todas sus decisiones son
legítimas y adecuadas. La sociedad no puede, bajo ningún motivo, pedir
correcciones o giros en sus políticas. Eso genera un interrogante de fondo:
¿qué tiene que hacer la sociedad para que el poder la oiga, la respete y
evalúe, democráticamente, sus demandas? A Correa le mortifica ser comparado con
Chávez y más, seguramente, con Maduro. Pero en este sentido, ¿en qué se
diferencian? La actitud sensata de la presidenta de Brasil luce, en el panorama
que crea Carondelet, como una curiosidad que no merece ser imitada. Correa
prefiere defender a Maduro que, ante los pedidos callejeros, mete presos a los
dirigentes y autoriza a los militares disparar contra los manifestantes.
10. No a la
política, sí a la fuerza: Correa ha convertido la fuerza
en el mecanismo para procesar los conflictos. Eso hubiera podido evitar el 30S,
por ejemplo. Pero no: si él es el Presidente, pues la norma es que
contradictores u opositores plieguen. No hay instancias políticas. No hay
espacios de diálogo. No hay comités institucionales de crisis.
Correa celebra el diálogo de Juan Manuel
Santos con las Farc que son secuestradores, narcotraficantes y criminales. Y
aquí no dialoga con ciudadanos críticos de sus políticas, pero pacíficos. La
vía escogida por él es peligrosa porque tensa sin remedio la cuerda con la
sociedad. Es una apuesta que, a la larga, perderá el Presidente. Pero la
sociedad en su conjunto tendrá que pagar la factura.
Próximo
artículo: el 19 M y la oposición
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