martes, 24 de marzo de 2015

Por Josè Hernàndez
19 M: el decálogo de Correa, presidente sordo y ciego
El Presidente se ha vuelto predecible: repite argumentos, recurre a las mismas demostraciones, llega a las mismas conclusiones. Ya se dijo pero hay que repetirlo: Correa no hace política, en el sentido de reflexionar y decidir según los datos de la realidad. Se gobierna y gobierna preso en una maraña de automatismos que reitera desaforadamente. Hasta ahora la economía, con la montaña de dólares que provenían del petróleo, creaban espacios para minimizar, ante la mayoría de ciudadanos, los efectos de las políticas reservadas a los contradictores y opositores. El desgaste del modelo incrementa la masa de decepcionados. Y sin embargo, los mecanismos usados por el Presidente para encarar los reclamos o las manifestaciones no cambian (y eso es peligroso). Algunos son fácilmente reconocibles. He aquí un decálogo.
1.       Cualquier protesta es un acto de oposición. Y la oposición para él es una mala palabra. Es sinónimo de pasado. De atraso. De mediocridad. De fuerzas oscuras que buscan lo peor para el país. Correa no se deja interpelar por propuestas diferentes a las suyas. O por las críticas a sus políticas. Se ve tan sobrado y tan indispensable que ha llegado a esta convicción: Correa es la única alternativa a Correa.
2.       Toda manifestación suma lo mismo: cuatro pelagatos. Es impresionante cómo prescinde de la realidad para demostrar que le asiste la razón. Por ejemplo, desconoce hasta las fotografías que los ciudadanos –escandalizados por lo que dice– le restriegan en las redes sociales para que vea el volumen de manifestantes en la Plaza San Francisco. Para él, el 19M apenas sumaron 5 000. Finge no entender que los ciudadanos –en el número que sea– salen a la calle, aquí o en cualquier otro lugar, para enviar alertas al poder. Su lema “somos más, muchísimos más” lo ha convertido en un pasaporte hacia la ceguera. Hacia la sordera.
3.       No hay protesta justa. Todo acto lo minimiza, le cambia de significado, lo vuelve indicio de lo peor. Quien protesta solo puede ser aliado de los banqueros del feriado o un traidor a la patria. Para él, la dinámica social cabe en un western anterior a los que filmó Sergio Leone. Solo buenos de un lado y solo malos del otro.
4.       Toda protesta es un fracaso. Es una tesis que reitera sin que haya nunca dicho qué se requiere para que sea exitosa. En principio, las protestas, al margen del número de participantes, son un mensaje al poder. Y si éste se ocupa tanto de lo que ocurrió –como hizo Correa con las marchas del 19M– se debiera concluir que ese mensaje sí le llegó. Y lo mortifica. Pero finge no darse políticamente por enterado.
5.       Toda protesta es desestabilización. La tesis de Correa es tan vieja –viniendo del poder– que hace parte de la historia de los movimientos sociales. La táctica es servirse de algún conato de violencia (que a veces el mismo poder suscita) para deslegitimar a los ciudadanos que protestan y sus motivos. Su obcecación es tan evidente que esta vez desmintió, dos veces, a su ministro del Interior quien dijo que los violentos en la Plaza San Francisco no eran manifestantes… Y José Serrano sí debe saber por qué lo afirma.
6.       Los dirigentes no representan. Correa no tiene interlocutor válido en el país. Desprecia a los dirigentes sociales que no hacen parte de sus organizaciones. Los maltrata. La oposición política es para él poco menos que actores de operas bufas. Se burla de ellos. La vieja izquierda que estuvo en su gobierno suma 3% del electorado. No tiene, entonces, nada qué decir. En cualquier país democrático, el Ejecutivo está pendiente de lo que dicen aquellos que están por fuera de su tendencia. O en lo que dice la calle. Aquí Correa solo se concibe –y no es poeta como Rilke– en la múltiple compañía de sí mismo.
7.       Con estos no dialogo. Es la conclusión que reitera desde que llegó al poder. Para eso, activa siempre el mismo mecanismo: deslegitima las razones de los manifestantes. Convierte las muestras de violencia de algunos en intención generalizada. Se carga de atributos y le niega el más mínimo al opositor o manifestante. Y tras tan razonada demostración concluye: no dialogo con estos. No dialogo bajo el chantaje. Por la fuerza nada… En conclusión, Correa no dialoga. Y parece no importarle asumir ante la sociedad el rol de un poder arrogante, insensible, imperturbable.
8.       Negociar es ceder: Dilma Roussef, puesta ante una manifestación de millón y medio de personas (Brasil tiene más de 200 millones de habitantes) dijo que su gobierno “oye las voces democráticas que piden cambios”. El Presidente en vez de asumir una actitud de apertura, cierra el puño y se muestra desafiante. No pocas veces repite “ni un paso atrás”. Para Correa negociar es ceder. Negociar es sentirse vulnerable. Prefiere avanzar como elefante en almacén de cristalería.
9.       La verdad es él: Correa cree que por haber ganado elecciones es infalible. Eso lo lleva a creer que todas sus decisiones son legítimas y adecuadas. La sociedad no puede, bajo ningún motivo, pedir correcciones o giros en sus políticas. Eso genera un interrogante de fondo: ¿qué tiene que hacer la sociedad para que el poder la oiga, la respete y evalúe, democráticamente, sus demandas? A Correa le mortifica ser comparado con Chávez y más, seguramente, con Maduro. Pero en este sentido, ¿en qué se diferencian? La actitud sensata de la presidenta de Brasil luce, en el panorama que crea Carondelet, como una curiosidad que no merece ser imitada. Correa prefiere defender a Maduro que, ante los pedidos callejeros, mete presos a los dirigentes y autoriza a los militares disparar contra los manifestantes.
10.   No a la política, sí a la fuerza: Correa ha convertido la fuerza en el mecanismo para procesar los conflictos. Eso hubiera podido evitar el 30S, por ejemplo. Pero no: si él es el Presidente, pues la norma es que contradictores u opositores plieguen. No hay instancias políticas. No hay espacios de diálogo. No hay comités institucionales de crisis.
Correa celebra el diálogo de Juan Manuel Santos con las Farc que son secuestradores, narcotraficantes y criminales. Y aquí no dialoga con ciudadanos críticos de sus políticas, pero pacíficos. La vía escogida por él es peligrosa porque tensa sin remedio la cuerda con la sociedad. Es una apuesta que, a la larga, perderá el Presidente. Pero la sociedad en su conjunto tendrá que pagar la factura.
Próximo artículo: el 19 M y la oposición


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