Carta abierta a Lenin Moreno: ¿Quién es Usted, realmente?
José Hernández
Señor
Vicepresidente,
Aghamouri, un personaje de Modiano, último premio Nobel de literatura,
dice en la novela La hierba de las noches: “En el
fondo, nunca se juega con dos barajas”. Su último viaje al país prueba que
tampoco usted escapa a esa regla. En horas, dijo y se desdijo. Se distanció, en
el caso Bonil, de la irracionalidad del correísmo y, luego, se sometió ante la
lógica servil de ese aparato. Confesó no aprobar la reelección indefinida pero
–también en horas– desempolvó la imagen del gigante de América que evocó en
Cuenca. Y dijo que los activos de Correa –lo mejor que ha pasado al país en 100
años, según usted– no se pueden desperdiciar. Reconoció que Bonil no quiso
afectar al Tin Delgado, pero celebró que haya pedido excusas… Olvidó decir que
lo hizo bajo la imposición del aparato inquisidor del gobierno que usted sirvió
y defiende.
Señor
Vicepresidente,
Rara vez,
en tan pocas horas, se ha notado con tanta acritud su deseo ilusorio de jugar
con dos barajas. También lo hizo como segundo mandatario. Usted asumió el
rostro amable de un gobierno cuyos rasgos despóticos decía no aprobar. No
estuvo usted de acuerdo con que el Presidente dijera “gordita horrorosa” a una
periodista de diario El Universo. Usted estaba presente ese día, según me
refirió. El Presidente no cambió; usted sí. ¿Lo hizo para permanecer en el
gobierno y no tener que dialogar con su conciencia ante el engorroso problema
de tener que definirse? ¿Recurrió usted al amago surrealista de usar dos
barajas?
En todo
caso, con las distancias que decía tener con correísmo-real, usted reincidió en
su cargo. Y pretendió situarse a las antípodas de lo que hacía y decía el Presidente.
Lenin Moreno, el Vicepresidente, el rostro amable, tolerante, comprensivo y
hasta risueño. Rafael Correa, el Presidente, el autoritario, el hombre frío,
maquiavélico, calculador e implacable. ¿Esa dicotomía, tan básica en la
filosofía y en la religión, fue también una creación de Vinicio Alvarado? ¿O la
inventó usted pensando que es dable celebrar la obra pública mientras se
ignoran los atentados a los derechos Humanos? Usted lució cómodo en ese molde
del bueno de la película. E incluso se prestó, con viajes al exterior, para que
hicieran una campaña que se proponía terminar en Oslo, recibiendo el Premio
Nobel de la Paz. Inaudito, pero cierto.
Que usted
haya vivido desdoblado en el gobierno, no lo convierte en un caso excepcional.
Sindicalistas, activistas sociales, académicos, artistas, políticos (algunos
amigos personales suyos) hicieron lo mismo. Y hoy, sin mayor autocrítica y sin
haber escrito una línea sobre sus errores y villanías toleradas, han vuelto a
la escena política. Pero usted sí puede conformar un caso excepcional si
pretende, como parece señor Vicepresidente, seguir encendiendo –como dicen en
España– una vela a Dios y otra al diablo.
En este
juego, para empezar, no hay dos barajas. Se supone –diga si con razón o sin
ella– que usted está en fila de aquellos que quieren suceder al Presidente en
el caso –no consentido– de que no corra en 2017. Se entiende que haga méritos
para ello. Los ha hecho siempre. Usted ha ansiado ser el Salomón perfecto de
Alianza País. Un rol estrafalario en estos tiempos. Quizá un ejemplo muestre la
necedad de ese propósito: cuando Correa profirió “gordita horrorosa”, usted lo
puso por cuenta de su temperamento impulsivo. Esa explicación equivalía a
empatar el partido. Cuando Correa redobló los ataques contra la prensa, usted
dijo que los dos bandos debían morigerar sus posiciones. Usted sabía que Correa
no empata los partidos: quería acabar con la prensa independiente, imponer su
visión como única, establecer un aparato inquisitorial… etcétera. Usted lo
sabía. ¿Otro empate, señor Vicepresidente?
¿Cree
usted, como dice el Presidente, que aquí se persiguen delitos y no personas?
¿Qué dijo usted de las víctimas del 30-S, del coronel Carrión, en particular?
¿Qué dice usted de lo que ha pasado con Mery Zamora? ¿O con Kléver Jiménez y
Fernando Villavicencio? La lista es larga. El Presidente dice que la Justicia
hace su trabajo. ¿Qué dice usted? ¿Le parece imparcial una justicia dirigida
por el ex secretario personal del Presidente?
Usted
vuelve de vez en cuando al país y en sus opiniones siempre se nota el intento
–desaforado y fantasioso– de empatar el partido. En el fondo –como dice el
personaje de Modiano– no hay dos barajas. Usted juega con la de este poder que
ciertamente ha hecho cambios de infraestructura importantes. En democracia y
derechos humanos también los ha hecho, señor Vicepresidente. Son, como usted
anota, históricos. Se ha retrocedido sin pausa sin que usted, que convirtió
esos valores en la base de su discurso en la Vicepresidencia, haya admitido que
el partido lo gana Correa por amplia goleada.
Nadie
debiera preocuparse sobremanera de lo que usted dice. Como a nadie preocupa lo
que dicen Gabriela Rivadeneira o Jorge Glass, especializados en repetir sin
gracia lo que dice -a veces con talento- el Presidente. Pero usted mantiene un
alto nivel de popularidad que ganó con su trabajo (misión Manuela Espejo) y su
deseo de jugar con dos barajas.
En estos días no solo afectó su popularidad y su credibilidad. Cometió
un atentado contra su identidad: ¿Quién es usted, realmente, señor
Vicepresidente? ¿En qué cree usted, realmente? ¿Por cuáles valores, de los
tantos que dice tener y defender, se juega usted realmente? ¿Cree usted que un
partido se empata con mucho cemento y sin libertades? ¿Está usted de acuerdo en
esta alianza –para regentar la sexualidad de jóvenes y adultos – entre el
Ejecutivo, amantes del Opus Dei y voyeursdel correísmo
en los moteles?
¿Someterse
con agradecimiento incluido a la lógica totalitaria –como usted lo acaba de
hacer atragantándose con sus propias declaraciones– lo faculta a seguir
hablando de valores y principios?
Si
Aghamouri tiene razón y, en el fondo, nunca se juega con dos barajas, ¿no
es hora de que usted deje de nadar entre dos aguas?
Con el
buen humor que usted siempre preconiza.
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