Enrique Rojas
Con infinito
humor
“Si esta noche
ofendí vuestra ética, vuestra moral, vuestras buenas costumbres, si ofendí y
mancillé el honor de algún ídolo o algún líder de ustedes, créanme, lo hice de
todo corazón”. Con esta declaración terminó su presentación el humorista Arturo
Ruiz Tagle en el Festival de Viña 2015. La gente aplaudió. Su rutina tal vez no
estuvo a la altura de otros profesionales del stand up comedy de la región, sin
embargo, su intento por compartir una crítica a la sociedad y las autoridades
del país del Sur fue premiado por el público.
Como Ruiz Tagle, una serie de
personajes vinculados a estas artes, desde Le Luthiers hasta John Oliver, o
medios como Charlie Hebdo y The Clinic, utilizan su espacio para resignificar
el malestar social.
La crítica libre desde el humor
permite tomar distancia y observar los acontecimientos, dando un nuevo sentido
a los hechos o comportamientos; es también el compromiso del artista frente a
una realidad que intimida, utilizando este recurso como una herramienta de
reflexión.
Pero nada de esto es nuevo, por eso
me descolocó la sanción a Bonil por parte de la Supercom. A veces pienso que
sus argumentos fueron muy ingeniosos, tal vez del mismo calibre que algunas de
las creaciones del caricaturista, había que ser muy lúcido para encontrar una
interpretación de la caricatura en cuestión como un tema racial o social y no
de carácter político. Pero luego me parece más bien como una película de
terror.
Cuando en un filme de este género
aparece una escena en la que se deja ver de reojo un cuchillo fuera de lugar en
la cocina, es evidente que en algún momento se utilizará para atacar o defender
a uno de los personajes.
Lo mismo me pasó cuando revisé por
primera vez la Ley de Comunicación y vi de reojo el art. 10, y su numeral 1,
con el que fue sancionado Bonil, en el que enuncia que todas las personas
naturales o jurídicas que participen en el proceso comunicacional deberán
considerar las siguientes normas mínimas referidas a la dignidad humana: a. Respetar
la honra y la reputación de las personas; b. Abstenerse de realizar y difundir
contenidos y comentarios discriminatorios; y, c. Respetar la intimidad personal
y familiar.
Ese era el cuchillo. Tarde o temprano
sería utilizado para atacar o defender a alguien; claro, el que decide es el
dueño del cuchillo, porque si el propietario fuera otro, tal vez se
sancionarían los programas del sábado, unos cuántos tuits que incitan a los
conflictos de clases y muchos etcéteras más.
No me preocuparía tanto si no sintiera
en los discursos y acciones la declaración de una lucha que pareciera ir hasta
las últimas consecuencias por imponer una verdad y un modelo. La sola idea de
la declaración de una lucha, en esos términos, implica una significación que no
es sana para la convivencia de un país. (Los semióticos de la Supercom pueden
profundizar sobre esto).
Creo que hay que dejar espacio para
la discusión, la crítica y los consensos. Una sociedad es igual a la calidad de
las conversaciones que tiene.
Hay que permitirse vivir en respeto,
no amargarse tanto y seguir avanzando con infinito humor. (O)
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