ESTADO DE PROPAGANDA
Por Roberto Aguilar
Malos
tiempos para las ideas Por Roberto Aguilar
Los
espíritus que tienen el gusto por la disciplina y los medios para disciplinar a
los demás no se dejan estimular por las ideas. Abstinentes por naturaleza, se
inhiben de experimentar aquella peculiar vibración que se produce cuando los
cerebros se frotan unos con otros. Lo propio de una idea es su capacidad para
reaccionar al contacto con otra idea produciendo ideas nuevas, pero estos
espíritus se resisten a tan natural proceso del pensamiento con mecanismos de
autoprotección bien cultivados. Así son capaces de permanecer aferrados a una
misma idea durante ocho años o mientras les duren los medios para imponerla. Es
todo un trabajo. Se empieza por evitar el contacto con otras ideas y se acaba
por prescindir de las evidencias. Como alguien que dijera (el ejemplo es
frívolo) no-existen-humoristas-ingleses; y luego de que una multitud le pusiera
por delante una lista inmensa, respondiera: no-existen-humoristas-ingleses.
¿Cómo funcionan cerebros semejantes? Y lo que es más importante, ¿cómo se hace
para cruzar ideas con ellos?
No hay
caso.
Es el
rasgo más intolerable de los proyectos disciplinarios: la imposición de un
discurso oficial que se reproduce con independencia de la realidad y se
mantiene impermeable a las ideas, un discurso que no puede ser influido por
ninguna experiencia ni alterado por ningún argumento. Algunos dirán que no, que
lo peor es lo otro, la privación de las libertades, la pretensión de conducir a
la sociedad con criterios de disciplina que terminan configurando una
ortopedia. Como en el Plan Familia. Como en el proceso Bonil. Puede ser. Pero
el Plan Familia es precisamente una expresión de ceguera voluntaria ante la
realidad y el proceso Bonil es una muestra de sordera ante el discurso y las
ideas de los otros. Ambos casos son ejemplos de la misma tozudez:
no-existen-humoristas-ingleses.
Es
desalentador.
Sin embargo claman a los cuatro vientos que creen en el debate.
“La disputa de ideas, de visiones, de intereses, es parte inevitable de un
proceso de cambio”, dice la secretaria ejecutiva del partido, Doris Soliz, en la carta que
escribió la semana pasada para corregir las opiniones de Lenin Moreno sobre el
proceso a Bonil. El ex vicepresidente se había apartado de los lineamientos del
partido para expresar sus posiciones “personales” y era necesario hacérselo
notar. ¿Debatir con él? ¿Disputar ideas, visiones, intereses? Nada de eso. Si
se lee con atención el comunicado resulta obvio que el correísmo sólo cree en
el debate a condición de mantener inalterables sus posiciones y reservarse la
última palabra. Más claro: el correísmo debate para no debatir. O debate siempre
y cuando se dé por sentado y se parta del hecho incontrastable de que
no-existen-humoristas-ingleses. El correísmo llama debate a sus llamados al
orden.
Claro que
Lenin Moreno, por ser quien es, pudo contar con que tal emplazamiento se le
hiciera “con cariño y enorme respeto”. Cualquier otro correría una suerte muy
distinta. El primer mecanismo de autoprotección que entra en juego cada vez que
los espíritus disciplinarios en el poder se ven confrontados con ideas que les
son ajenas es la automática presunción de mala fe. Siguen las
descalificaciones, los insultos y un largo expediente de mecanismos
infamatorios que no se detienen ante la calumnia y tienen por objeto mantenerse
a buen resguardo de las ideas ajenas. Sabemos cómo termina todo esto: un día
alguien recibe unas flores y es invitado a callar, o es llevado ante la
fiscalía por hacer un dibujo. Porque las palabras, como decía Sartre, son
acciones, y los proyectos disciplinarios se encargan de demostrarlo con
brutalidad.
Es
intimidante.
Quien lo
tenía claro era Camus: lo peor de un sistema de privación de libertades no es
la privación de libertades en sí. El obstáculo más desalentador, escribió en su
conmovedor manifiesto por la libertad de prensa de 1939 es “la constancia
en la necedad, la cobardía organizada, la estupidez agresiva”. Obstáculo
desalentador porque ante él no se puede hacer nada; es infranqueable. Ahora
mismo en el Ecuador hemos visto recortados algunos espacios de libertad.
Libertad de asociarnos sin la tutela del Estado; libertad para practicar los
valores familiares que mejor cuadren a nuestras convicciones sin entrar por
ello en confrontación con las políticas públicas; libertad de reírnos como nos
dé la gana y de quien nos dé la gana, particularmente del poder, de dibujar lo
que queramos y de expresar disidencia sin temor de ser simbólicamente
asesinados o llevados a la corte. Esas libertades no pueden ser defendidas hoy
en el país ni mediante la acción política ni mediante el debate público, es
inútil. Sólo será posible recuperarlas cuando esto haya terminado.
¿Y
mientras? Camus plantea que el individuo, cuando la sociedad ha fracasado en
preservar su libertad, todavía puede encontrar maneras de servirla y permanecer
libre. Y propone cuatro valores irrenunciables: lucidez, rechazo, ironía y
obstinación. La lucidez para resistirse a los mecanismos del odio y del
quemeimportismo. El rechazo a decir aquello en lo que no se cree, a servir a la
mentira. La ironía de quien no se hace ilusiones sobre la inteligencia y la
limpieza de aquellos que lo oprimen. Obstinación para luchar por lo que uno
cree verdadero como si su acción pudiera influir sobre el curso de los
acontecimientos.
A lo mejor
no es mucho. Pero es lo que hay. Y es lo que ningún proyecto disciplinario en
el planeta podría quitarnos. Quizá lo importante no es que estos esfuerzos
parezcan útiles o no, sean útiles o no. Lo importante es hacerlos. Lo
importante es mantenerse libres.
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