viernes, 21 de septiembre de 2018

POR: Jaime Andrade Córdova

 Publicado en la Revista El Observador, Agosto de 2018, edición 2018

Se estrenó en Cuenca la ópera Eunice
Hay una virtud en particular que se transmite desde la esencia humana de Salgado a su obra y que, en la ópera Eunice, además, se convierte en tema: la convicción. En esta obra, una esclava griega, vendida a un noble romano integrante de la corte de Nerón, una mujer desarraigada, marginal y vulnerable, desprovista de derechos y poderes, se convierte en un ser invencible de la mano de un convencimiento: el individuo que hace lo que considera correcto poniendo en riesgo incluso su propia existencia es capaz de vencer a los poderes políticos y económicos, por más absolutos o corruptos que estos sean. Sobre esto trata esta ópera que ha esperado 56 años para convertirse en un espectáculo vivo.

Considero que este punto de vista personal para la concepción del montaje me permite comprender que Eunice cuenta una historia que, por una parte, no ha perdido actualidad y, por otra, reafirma la confianza en las capacidades de la convicción individual para lograr lo inverosímil. En el transcurso del argumento esa esclava griega, Eunice, ofrendará su propia vida para salvar la de otra mujer que ha caído en las redes de una intriga política corrupta, propia de la decadencia y la deshumanización de un régimen absolutista que tiene como única ley el capricho de un emperador infantil, bizarro y manipulable por medio de las lisonjas de sus esbirros. En el momento climático de la ópera, Eunice se enfrenta cara a cara con Nerón. Según mi opinión Salgado propone una ecuación: ¿hay algún poder mayor que aquel de un ser dispuesto a ofrendar su propia vida por el prójimo? Sin duda que no, así a Nerón, vencido moralmente y desnudado en su absurda pequeñez solo le quedará como respuesta la violencia vengativa del poderoso. Eunice será martirizada en los juegos del Circo Máximo, pero su sacrificio no será inútil. En el tercer acto sabremos que el régimen de Nerón se quiebra como el de cualquier dios de pies de barro ante una rebelión que ha estallado y que parecería ser una metáfora de la rebeldía con que Eunice acude a la cita con su martirio.

¿Qué representa entonces Eunice, qué es Eunice?

Eunice es Salgado, es su espíritu maniatado por el provincialismo, la precariedad y la vulgaridad de su tiempo. Es su obra, almacenada en archivos y lejos del encuentro con la gente para la cual fue escrita. Es la voz interna de un creador en el desierto del silencio obligado por la incapacidad de una época para hacer de ella una voz audible. Y, sin embargo, Eunice es también aquella que al final vence y hoy está sobre la escena, puesto que se configura de convencimientos sugestivos e inmortales. A mi manera de ver, uno de ellos se vuelve especialmente evidente: la creación artística tiene sentido más allá de los absurdos y la indolencia. La imagen de Salgado sentado frente a sus partituras, perseverando incansablemente en la composición de sus obras, incluso consciente de que en la mayoría de casos no las iba a escuchar nunca, es la mejor representación visual de esa convicción.

Pertenezco a la generación que aún conoció al maestro de Cayambe –sobre quien se ha dicho tanto, pero cuya obra sigue siendo mayormente desconocida-, cuando aquel era rector del Conservatorio Nacional de Quito en los años cercanos a su fallecimiento, sin embargo debo confesar que no fue sino hasta el año 2007 que tuve la oportunidad de estudiar sus manuscritos autógrafos y tomar conciencia real de la dimensión continental y universal del operista Salgado. Para llegar al punto de este estreno muchos individuos de fuertes convicciones han contribuido con diversos impulsos que han ido abriendo brechas, por lo que en algún momento la historiografía de la música ecuatoriana deberá rearmar las piezas de ese camino. Por ahora, quiero primero recordar que tres óperas más del maestro deben aún despertar de un sueño ya demasiado largo.

Más de una década después de aquellas primeras inmersiones en las partituras manuscritas, junto a otros compañeros de aventura, nos enfrentamos esta vez a la dolorosa carga de desconocimiento que calificaba a sus obras de irrealizables y repetía, año tras año, un maleficio: su olvido en los archivos. En tal sentido, además, queremos comprometerlos a todos para queEunice sea solo el preludio que abre una luz que nos permita llevar a la música y la dramaturgia de Cumandá, El Centurión y El Tribuno, a un victorioso estreno en un futuro cercano en la ciudad de Cuenca.

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