La ceguera es común a todos los populismos
Para José Saramago, en su Ensayo sobre la Ceguera, las causas de la ceguera devienen de la agnosis, definida como la ceguera psíquica o la incapacidad de reconocer lo que se ve; y, de la amaurosis que representa la ceguera u obscuridad total. Puede haber mil razones para que un ser humano se ciegue, ceguera que va más allá de la simple ausencia de luz.
En la economía de una sociedad existe una amplia gama de cegueras, cuyas múltiples formas y manifestaciones han perseverado con denuedo en atentar al desarrollo de los países. Hay visiones académicas, políticas, laborales y sociales, ciegas en denostar la creación de riqueza y el esfuerzo empresarial. La ciega defensa de la dependencia del Estado se ha constituido en un dogma de fe, que traduce la incapacidad de ejercer con responsabilidad las libertades económicas, para con los esfuerzos personales, productivos y empresariales alcanzar la prosperidad.
Existe un amplio espectro de población pobre, dedicada a sobrevivir, que por sus condiciones culturales y de diverso género, han sido cegadas por las dádivas populistas mediante el festín del gasto público. Ceguera aupada por la irresponsabilidad política, que alimenta la irreflexiva oposición a reformas económicas y fiscales absolutamente necesarias para su prosperidad. Sectores que han vendido su libertad para progresar a cambio de la dependencia del Estado, añoran con absoluta ceguera el retorno de los populismos que destruyen su futuro.
Indigenismos y sindicalismos ideologizados, son ciegos a la modernidad, incapaces de superar sus limitados horizontes, viven anclados en la eterna denostación del imperio, de los empresarios, de los banqueros, del capital. Por tanto, son dogmáticamente opuestos a cualquier reforma de sanidad fiscal y económica. Como también hay sectores empresariales que sin rubor reconocen sus incapacidades para ser más productivos con su propio esfuerzo, al atar su productividad a los subsidios del Estado.
Hay sectores de la sociedad, que pontifican las reformas hacia una economía sana, pero enarbolan una ciega oposición a la reducción de los subsidios estatales, a la disminución de la burocracia pública, a la creación de nuevos ingresos para el Estado, a los recortes a la inversión pública. Sectores que alientan el endeudamiento público, con ciego alarde de sindéresis, pontifican el equilibrio de las cuentas públicas.
Hay sectores económicos, políticos y sociales, incapaces de valorar en su real dimensión el retorno a las libertades democráticas, y las usan sin responsabilidad, para crear ingobernabilidad ante reformas económicas y fiscales, imperativas para el progreso del país, anteponiendo con patológica ceguera los fines políticos, sindicales y de otro género, a los nobles postulados del bienestar general.
El paroxismo de la ceguera, acompañada de un demencial cinismo, es patrimonio de quienes defienden la monumental destrucción institucional, económica y de la moral pública, forjada en una década de corrupto vandalismo, que agigantó el robo del futuro bienestar del Ecuador. Aún más repudiable, es la vigente ceguera de ciertos sectores políticos, económicos, sindicales y sociales que, con su ciega oposición a la modernidad y sanas reformas económicas para progresar, se unen en desafinada sinfonía al paroxismo de la ceguera de la década perdida.
Hay ciertas actitudes de la sociedad que, volviendo a Saramago, invitan a su enclaustramiento en un imaginario manicomio, porque el contagio de la ceguera es una locura. La ceguera de la sociedad ante los obvios caminos al desarrollo, hollados por los países que progresan, sólo valida la metáfora de Saramago, al usar la ceguera de la claridad o la incapacidad de reconocer lo que se ve, como óbice del desarrollo y la perpetuación del paisaje del subdesarrollo.
El mundo de los ciegos del imaginario de Saramago, solo devela la condición de nuestros pueblos, acostumbrados a su pobre vivir, a hacer de la ceguera o falta de claridad y visión del desarrollo, sinónimo de primitivismo. Con nuestras reflexiones, al emular el epílogo de Saramago, fervientemente anhelamos, que ciertas seculares cegueras y variopintos populismos, enraizados como contraculturas del desarrollo, desaparezcan por democrática reflexión, y brote la claridad de gobernantes y gobernados, para cambiar profundamente nuestra concepción del desarrollo. ¡Es hoy o tendremos otras décadas de pesares!
Jaime Carrera es economista.
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