viernes, 14 de septiembre de 2018

La corrupción de los buenos

  en Columnistas/Influencers4P  por 
En todas las sociedades, tenemos ciudadanos destacados, gente ilustre que nos hace sentir orgullosos de conocerlos, de ser sus amigos o, simplemente, de haber nacido en el mismo suelo donde ellos lo hicieron.
Su presencia es importante porque va marcando huellas para aquellos que vienen detrás y sirven de ejemplo no solo para nosotros sino para nuestros hijos. De ellos se escriben libros, se narran historias y sus imágenes acompañan eventos importantes pero, sobre todo, sirven de inspiración cuando se trata de marcar hitos nobles.
De ellos tenemos muchos, hombres y mujeres  en nuestro país, gente honesta a quienes no se los puede comprar ni con dinero ni con honores ni con poder. Podemos preciarnos de que nuestra historia cuenta con personajes en distintos ámbitos que cumplen con esas características y que nos regocijamos al nombrarlos porque han sido y son elementos buenos en nuestra colectividad.
Sin embargo, es difícil para el ciudadano de a pie entender que  existe otro grupo de persona que teniendo cualidades de sobra, pero sobre todo formación académica privilegiada, puso su conocimiento, saber y talento al servicio de  bajos intereses y terminó siendo pieza clave de un proyecto totalitario que buscó  reinar sobre la destrucción de los valores éticos, la violación de los  derechos humanos y la anulación de la democracia.
Esto fue una realidad, no es una invención ni una percepción. Lo vivimos todos. Fuimos testigos de cómo profesionales  con títulos rimbombantes de importantes centros de estudios nacionales y extranjeros, prestaron sus nombres para ejecutar y favorecer, desde sus cargos públicos, el cometimiento de atropellos, mientras  llenaban sus bolsillos a costa del sufrimiento ajeno; seguros de su impunidad. Buena parte de ellos, fueron jóvenes que se corrompieron tristemente sin medir el daño que se hacían a sí mismos.
Los ecuatorianos hemos sido testigos de cómo funcionarios de alto rango favorecieron la corrupción, claudicaron a sus principios de ética y honradez e hipotecaron irresponsablemente su futuro y el de sus hijos.Si hacemos memoria ni los activistas sociales se libraron de este embrollo, pues a algunos les pudo más su nuevo status económico que ahora muestran sin ningún pudor.  Les faltó boca para reinventar conceptos que atentaron contra los derechos, repetir mentiras,  mientras se frotaban las manos esperando el pago a su lealtad.
Muchas veces, los seres humanos reaccionamos a este tipo de acontecimientos históricos vergonzosos, con  el deseo de pasar la página rápidamente como mecanismo de defensa. Pero no podemos, no debemos dejar de reflexionar sobre esto.
Es necesario que los ciudadanos retomemos la conciencia del valor que tiene la ética en el servicio público. No se puede seguir viendo al Estado como fuente de enriquecimiento,  sino como lo que verdaderamente es: un estamento de oportunidad de servicio para los ciudadanos, a donde deberíamos ir confiados de que quienes están allí, llegan por sus méritos y manejarán pulcramente cada centavo que se les confía.
La corrupción es una escalera descendiente siempre, porque aquel que opta por ese camino, aún cuando llegue a poseer bienes y dinero, vivirá perseguido acaso por su conciencia, pero sobre todo por el estigma social que los condenará permanentemente.
La peor desgracia que le puede ocurrir a una sociedad y a una democracia es la corrupción de los buenos. Por eso, necesitamos menos títulos y más honestidad, menos tecnocracia y más sentido común, menos ambición y más generosidad, menos autoritarismo y más vocación democrática.
Ruth Hidalgo es directora de Participación Ciudadana y decana de la Escuela de Ciencias Internacionales de la UDLA.

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