Secuestro de Balda: Chicaiza y Falcón retratan la republiqueta de Correa
La escena en la que los ex agentes Raúl Chicaiza y Diana Falcón Querido dijeron, con voz apagada y trémula, “sí señora magistrada”, respondiendo a la jueza Daniella Camacho cuando les preguntó si reconocían haber participado en el secuestro a Fernando Balda, resume la miseria social y política de la que fue capaz el correísmo.
Chicaiza y Falcón fueron condenados la noche del viernes 21 de septiembre a 24 meses de prisión por la jueza Camacho de la Corte Nacional de Justicia quien no aceptó el pedido del fiscal de dar solo 12 meses de condena en virtud de un proceso abreviado por la cooperación que prestaron durante el proceso que, en realidad, tiene a un gran protagonista: Rafael Correa.
Raúl Chicaiza es bajito, tiene la tez profundamente oscura y durante la audiencia preparatoria de juicio en contra del ex presidente Rafael Correa por el secuestro de Balda nunca dejó de mostrar una mirada de infinita tristeza. Chicaiza es la imagen misma del ecuatoriano humilde que ha logrado arrancharle espacios a la miseria trabajando como policía y agente. El traje ajustado y corto y la camisa apretada que llevaba en la audiencia no dejaba lugar a dudas: es la caricatura misma del espía ecuatoriano.
Diana Falcón, en cambio, no haría pensar a nadie que haya podido dedicarse al espionaje. Es pequeñita y frágil, parece apenas una niña y no hubo un solo momento durante la audiencia en la que no estuviera asustada. Lucía aterrada y parecía no querer perderse nada de lo que decían o hacían los sujetos procesales, como se les dice en la jerigonza judicial a los que son partes durante un juicio. ¿A quién demonios pudo ocurrírsele enviar a alguien como Diana Falcón a organizar un secuestro en otro país?
El trémulo “sí señora magistrada” de Chicaiza y Falcón puso un triste colofón al relato que el fiscal Pérez Reina hizo sobre el secuestro a Balda. Los dos agentes, en realidad, son apenas una parte pequeña de una historia que, si no fuera por lo grave que fue todo lo que ocurrió, sería lo más parecido a una ópera bufa o una comedia trágica. En la historia se junta todo lo que puede ser parte de una de esas pésimas películas llena de clichés, donde se estereotipa a la más folclórica de las repúblicas bananeras con sus funcionarios burdos y abusivos.
Según los hechos relatados por el fiscal y que fueron proporcionados por los propios ex agentes cooperantes, el secuestro se originó por una obsesión que tenía Correa por silenciar a Balda quien, desde Bogotá, publicaba en redes sociales mensajes en los que mencionaba el caso Mameluco, donde se comprometía su conducta sexual. Esta obsesión del ex presidente, según el relato, llevó a Correa a transgredir toda legalidad y límites éticos posibles para armar un operativo caricaturesco para que Chicaiza y Falcón pudieran llevar a Balda “como sea” (palabras del ex presidente de acuerdo a la narración) de vuelta al Ecuador.
El operativo finalmente fue tan mal planificado y ejecutado (basta con ver a Chicaiza y Falcón para imaginarse que algo así jamás iba a funcionar) que los sicarios colombianos contratados por estos dos agentes ecuatorianos fueron detenidos por la policía colombiana. Ahí declararon todo y contaron que quienes los habían contratado eran estos dos agentes ecuatorianos. Así, la justicia colombiana pidió a la Fiscalía ecuatoriana colaboración para detener a los agentes ecuatorianos. El pedido únicamente fue concedido cuando Correa ya había perdido el poder.
El secuestro a Balda, de acuerdo a lo que se escuchó en la audiencia, retrata a un poder político tan torpe como inescrupuloso que pensó que podía ordenar impunemente la captura de un ciudadano en otro país, sin que hubiera orden de un juez competente. Retrata, a la perfección, la conducta de todo grupo que se encarama en el poder sintiéndose completamente libre de cualquier responsabilidad porque está convencido de que jamás lo perderá.
Durante la audiencia y a lo largo de la narración hecha por el fiscal Pérez Reina, se vio claramente cómo se articuló en el Ecuador un Estado policial donde todo funcionaba para que el caudillo pudiera cumplir con sus fijaciones, como la que tenía con las redes sociales. De acuerdo a los elementos de convicción o pruebas que el fiscal entregó en la audiencia, Correa exigía que se rastree a cualquier persona que hablara mal de él en redes sociales y eso incluía, sobre todo, a Balda que para entonces vivía en Bogotá.
La simple idea de todo un aparato de seguridad del Estado complotando para secuestrar a un dirigente político sin ninguna relevancia política en ese entonces únicamente porque al jefe de Estado le transtornaba que publicara mensajes en los que se mencionaba su conducta sexual lo único que hace es retratar a una republiqueta ridícula y novelesca. Y que ahora un ex presidente esté siendo procesado, y con alta probalidad de que sea condenado a prisión, por un secuestro a un político que no quitaba ni ponía nada en la escena política evidencia el absurdo al que se llegó en ese gobierno.
De acuerdo a la exposición que hizo el fiscal es impensable que estos dos agentes hayan actuado por voluntad propia y con recursos propios. “Estos no son actos aislados hechos por su voluntad. Se trata de actos con cadena de mando”: Pérez Reina expuso que esa cadena de mando arrancaba en el presidente Rafael Correa, seguía con Pablo Romero, secretario de Inteligencia y continuaba con Chicaiza y Falcón.
La exposición del fiscal, hecha durante casi dos horas de forma fría y cansina, describía un delito concebido, planificado y ejecutado por el más alto poder del correato. En la narración hecha por el fiscal es imposible imaginar un delito como producto de la decisión aislada de unos agentes o unos jefes policiales que quisieron agradar al jefe de Estado. Según Pérez Reina, el secuestro a Balda fue un acto planificado meses antes y en el que hubo una coordinación compleja y sofisticada entre los niveles más altos de las agencias de seguridad del Estado. Éstos cumplían órdenes de un presidente que, a más de su obsesión con lo que se decía de él en redes sociales, lo controlaba absolutamente todo y no toleraba que nada se hiciera sin su conocimiento y consentimiento.
Los elementos de prueba que el fiscal presentó incluían las cartas de Chicaiza y Falcón a Correa suplicándole que cumpla con su oferta de respaldo y ayuda cuando vieron que la justicia colombiana iba por ellos; documentos desclasificados de la Senain y del Ministerio de Defensa donde se evidencia que el operativo fue coordinado por todos los organismos de seguridad y que muestran cómo el Estado gastó importantes sumas de dinero público en el operativo. Primero en la defensa judicial de los agentes en Colombia y, luego, tras el fracaso. Hubo también referencias a audios donde el jefe de Senain de ese entonces, Pablo Romero, conversaba con Correa sobre el operativo y el testimonio del propio Chicaiza sobre una llamada que recibió del ex presidente para dar su apoyo y ánimo luego del fracasado operativo.
La audiencia se retomará el martes 25 de septiembre. Ese día, la defensa de Balda hará su exposición para demostrar que fue Correa el autor intelectual del secuestro. Ahí está, en verdad, su verdadero interés porque, finalmente, Chicaiza y Falcón son solo dos tristes piezas de un engranaje pervertido y corrupto. Quizá por eso, Balda y sus abogados encabezados por Felipe Rodríguez, dijeron que únicamente piden como remediación un simbólico dólar y unas disculpas públicas de los ax agentes al país, a la polícía y a la víctima. Una disculpa que, según Rodríguez, busca sentar un precedente para que actos así no se repitan en la historia del país pero que, en realidad, lo que va a hacer es neutralizar cualquier intento del aparato de propaganda corresísta por deslegitimar el juicio.
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