lunes, 24 de septiembre de 2018

El gobierno, rehén de Nebot y la izquierda jurásica 

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El gobierno anunció medidas de fondo para encarar la crisis económica y reactivar la economía. Pero las que anunció, ya se dijo, son parciales y no se enmarcan en un programa económico integral. Peor: Carondelet supeditó la revisión de los precios de algunos combustibles a un diálogo nacional, cuyo resultado ya se conoce: nadie querrá aumento alguno. Y para cerrar el círculo, Richard Martínez, ministro de Economía, negó esta semana que haya un acuerdo sobre la mesa con el Fondo Monetario Internacional para pedir financiamiento a ese organismo. Ante ese panorama, emerge otra vez la pregunta que este gobierno arrastra sin resolver: ¿cómo hará para cubrir la brecha fiscal, pagar los tramos de intereses y deuda pública y enviar las señales correctas a los mercados para que tengan confianza e inviertan?
Es curioso ver el apuro del ministro Martínez para desmentir el escenario contemplado por la revista The Economist –siempre bien informada– que la llevó a escribir que está cerca un acuerdo con el FMI. Y es curioso porque hasta ahora el gobierno ha sido totalmente ambivalente en ese tema. Pablo Campana, ministro de Comercio Exterior, ha evocado desde hace tiempo la necesidad de tener un acercamiento y un acuerdo con ese organismo. Y el propio ministro Martínez, al corregir la información de The Economist, dijo no descartar la posibilidad de acudir al FMI. Cerró la puerta y, al mismo tiempo, la dejó abierta: todo depende, dijo, de lo que ocurra en los mercados. En ese campo, el gobierno, tras haber dejado pensar lo contrario, tampoco ha dicho si pedirá nuevos empréstitos chinos en el viaje presidencial previsto en diciembre, del cual también hará parte el Ministro de Economía.
Si la estrategia es tener todas las puertas abiertas se entiende mal por qué el gobierno nutre la mala fama que se creó el FMI en las últimas décadas del siglo pasado. Porque lo que hay ahora es un uso político de ese marca que poco tiene que ver con sus prácticas actuales. Una prueba: allí donde un experto como Augusto de la Torre habla de la versatilidad con que el FMI encara ahora las relaciones con los países que piden su apoyo, Jaime Nebot (sí, de la derecha recalcitrante) habla de “una receta única para todos los males y todos los pacientes…”. Allí donde Augusto de la Torre, refiriéndose al sentido común que también aplica el FMI, cree que hay que reducir el tamaño del Estado y pasar el gasto público del 44% del PIB al que llegó Correa, a un 28%, Nebot dice que “en vez de reducir el peso del Estado obeso, le ajustan el cinturón al pueblo y a los productores y los obligan a pagar la farra de quien no enmienda su gula”.
Es evidente que Nebot, como la izquierda más jurásica, hacen política electoral con el FMI. Eso les permite presionar al gobierno, endosarle todas las consecuencias de la crisis económica y aceitar, blandiendo prejuicios y catecismos de soberanía barata, sus campañas políticas. ¿Qué hace Nebot y esa izquierda que, en su momento, apoyó al populista autoritario, con la factura del Estado que engordó el propio Correa? ¿Cómo lo desengrasan? ¿Qué hacen con esos miles de burócratas que se volvieron funcionarios con el carné de Alianza País? ¿Qué hacen con los subsidios a los combustibles que se llevan cerca de 3600 millones de dólares y que es urgente focalizar? ¿Cómo proponen pagar la deuda? ¿Con qué plata piensan hacer política social? La respuesta: hacen política. Es decir, respetan el statu quo porque si lo violentan tendrían que hacer olas y eso no les conviene porque están en campaña electoral.
Esa es la encrucijada en la que se encuentra entrampado el gobierno. Por eso un día un ministro deja entender que sí harán un acuerdo con el FMI y, días después, otro ministro lo desmiente. O dice lo mismo y todo lo contrario. En realidad, el problema no es ir o no ir al Fondo Monetario Internacional: es poner en orden la economía y repartir –protegiendo a los más pobres– la monstruosa factura que dejó el gobierno de Rafael Correa. Además de crear condiciones estructurales (no favores ni canonjías)  para que el sector privado asuma el papel de motor de la economía y el Estado se dedique a regular y cuidar el interés público. Ese no es por lo visto el interés ni la urgencia de Nebot y la izquierda jurásica. Por eso, agitan el avispero del FMI y presionan un gobierno que, rehén de esas fuerzas, luce tetanizado: ni articula un plan integral para poner en orden las cuentas públicas ni hace un acuerdo con el FMI.

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