Prohibido recordar
El mantra de la última década fue “prohibido olvidar”. Con ese imperativo se nos hacía revivir cada sábado, cada lunes, o cada momento que le convenía al expresidente y sus seguidores, los errores, desaciertos, o malos manejos del pasado –muchas veces de manera exagerada– para tapar los problemas reales que existían y que no se querían tratar o para distraer la atención del público ante el destape de corrupciones en su gobierno. Tan exitoso fue en su doctrina, que hoy nos es imposible olvidar los errores, desaciertos y malos manejos de la década pasada. Los revivimos cada vez que sale a la luz un nuevo escándalo, cada vez que alguno de sus seguidores insiste en reclamar justicia por los mismos abusos que ellos cometieron cuando estaban en el poder, o cada vez que los escuchamos defender lo indefendible. La persistencia de la memoria a la que tanto apeló el expresidente es ahora su peor enemiga.
Pero, aunque recordar es importante, y la construcción de memoria colectiva es un ejercicio fundamental en la construcción de una sociedad, pues es a partir de esta que construimos historia, el ejercicio de la misma en negativo; esto es, olvidar, es igual de importante como herramienta de sanidad. En este tema, como en muchas otras cosas, los romanos tenían muy claro como proceder.
Inteligentes estadistas que eran, los romanos construyeron una rica historia imperial de triunfos alrededor de millares de monumentos que elevaban sus conquistas al nivel de eventos divinos. Así, para fines de propaganda, las victorias de sus líderes y notables no eran simples eventos políticos o militares sino la manifestación de la voluntad de los dioses. El gran premio para un emperador, general o senador, no eran las riquezas, sino el monumento: aquel objeto por medio del cual su nombre se perpetuaría y por medio del cual pasaría de ser un individuo a un eslabón visible en la construcción histórica del imperio.
Aunque Roma y Ecuador son diametralmente distintos en su esencia las motivaciones de los políticos, hace dos mil años y hoy, son bastante parecidas: el control de las masas, la influencia y el ejercicio del poder, son tareas que buscan más la recompensa a partir de ocupar un espacio en la memoria colectiva que aquella de tipo económico. Amén de esto, siempre ha habido quienes, abusando de su lugar de privilegio como líderes del pueblo, han robado, perseguido, manipulado y al hacerlo se han convertido en enemigos del pueblo
Cuando un individuo atentaba contra Roma, esto es, contra el pueblo de Roma, el precio que debía pagar era ser borrado de la memoria colectiva. Para esto, el Senado emitía un decreto conocido como la damnatio memoriae, literalmente, la condena de la memoria. Una vez decretada esta condena, todas las inscripciones, monumentos, monedas, y demás objetos que llevaran el nombre o imagen del condenado eran borradas, destruidas, o fundidas. En algunos casos inclusive el uso mismo de su nombre quedaba prohibido. Independientemente del poder que hubiera ejercido, de la influencia que hubiera tenido o del rango social del que hubiera disfrutado, una vez condenado, este individuo cesaba de existir en todos los planos.
El daño que nos han hecho los políticos, no solo de la década pasada sino de todas las décadas, ha sido el revivir constantemente el recuerdo del fallo, no nuestro, sino el de ellos mismos como líderes elegidos para llevarnos a la mejora como sociedad. Vivimos las pugnas políticas como si fueran nuestras y gran parte de nuestros días son gastados discutiéndolas como si fueran algo más que una realidad inventada para vivir del sector productivo. Tan convincentes son sus emotivos discursos que nos envuelven alrededor de ideologías que no hacen más que dividir, enemistar, irrespetar. ¿Qué sucedería si a todos ellos les aplicáramos una herramienta similar al damnatio memoriae?
Imaginémonos por un momento como sería el día si ninguno de nosotros leyera a, o sobre, el Mashi y sus seguidores. Imaginémonos por un momento que sucedería si todos lo bloqueáramos del twitter, el Facebook, si los temas concernientes a él y a todos los que vinieron antes, no fueran discutidos en absoluto ni en el periódico ni las noticias ni en ningún otro espacio. Efectivamente, el Mashi cesaría de existir y tanto él quedaría aislado por completo de nosotros como nosotros de él. Qué mayor castigo para una persona que se ha alimentado de la atención del público por un gran porcentaje de su vida adulta, que ser olvidado.
Ojo, no hablo de que ni él ni tanto otro corrupto quede impune, o de que caigamos en los mismos errores del pasado por no haber aprendido de los mismos. Hablo de que el proceso de la justicia que pueda haber contra todos ellos se lleve como con otros ciudadanos que transgreden las leyes y no salen en las noticias. Hablo de dar vuelta a la página por completo en el ámbito social para poder sanar el trauma que ha sido para el sector productivo una década de ataques constantes, de ser llamado traidor, de ser escaneado en público todas las semanas como parte del teatro político del mayor caretuco de la historia ecuatoriana. Hablo de expurgar nuestra memoria colectiva de la persistencia del trauma de la corrupción como ejercicio de madurez social.
Jorge Gómez Tejada es Director de Estrategia, Desarrollo Universitario de la USFQ.
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