Publicado en la Revista El Observador, agosto de 2018, edición 106 |
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El primer hijo del periodista Pedro Joaquín Chamorro, Director del Diario La Prensa, asesinado por el somocismo el 10 de enero de 1979 y de la ex mandataria doña Violeta Barrios de Chamorro, asegura que la represión contra la población civil cierra el espacio para que el presidente Daniel Ortega gobierne hasta las elecciones del 2021.
En medio de la descomposición cada vez mayor del régimen Ortega-Murillo en Nicaragua, una buena parte de la izquierda internacional se aferra a la patética ilusión de que la crisis de algún modo es un complot urdido por Washington para desestabilizar a una revolución. En estos momentos, se libra una batalla sobre el desenlace del régimen y el futuro del país. En términos muy simplificados, hay tres fuerzas que están en disputa: La primera es el régimen mismo. Ortega está atrincherado en su casa-fortaleza en El Carmen, de la misma forma en que Somoza fue atrincherado en su búnker en los meses anteriores a su derrocamiento en julio de 1979 por la insurrección popular. Ortega está aislado y cada vez más acorralado. Puede contar con una base de apoyo disminuido pero no insignificante entre aquellos sandinistas que no abandonaron el partido en las pasadas dos décadas, y aun cuando ha habido un mayor éxodo de militantes históricos desde que se desató la represión en abril pasado. Ortega cuenta con fuerzas paramilitares encapuchados que el régimen ha armado y organizado y que funcionan como un grupo de choque en las sombras, de manera paralela a la policía y, al parecer, ciertos elementos del ejército, si bien la institución castrense no se ha involucrado en el conflicto. Si no se desarman estas fuerzas paramilitares, Nicaragua enfrentará una situación similar a la de los países del Triángulo del Norte (Guatemala, Honduras, El Salvador) con el crimen organizado y violencia pandillera y paramilitar a la par de la corrupción del Estado y del pillaje del capital trasnacional. Desde hace varias semanas comenzó un éxodo de migrantes que abandonan el país. La estrategia del régimen es desgastar y desarticular la resistencia desde abajo por medio de una constante represión de baja –y en ciertos momentos de alta– intensidad, y de manera paralela, negociar con la burguesía y Estados Unidos un llamado aterrizaje suave que permita al régimen y sus adeptos preservar sus intereses económicos y hasta reconstituirse políticamente y competir en las elecciones que –según el plan– se adelantarían de 2022 a principios del año entrante. Sin embargo, el régimen ha perdido su legitimidad y la misma no puede ser resucitada. La segunda fuerza la constituyen los estudiantes, los jóvenes y los campesinos anti-canal, junto con las masas desde los barrios populares de Managua y otras ciudades, escarban para ganarse la vida en el abultado sector informal. Estos sectores lanzaron la sublevación en abril pasado, agarrando por sorpresa al régimen y la burguesía. Pero una cosa es lanzar una resistencia, y otra cosa es construir una contra-hegemonía. Desgraciadamente, el orteguismo tanto ha monopolizado y pervertido un discurso izquierdista que no existe una alternativa izquierdista de mayor peso en Nicaragua. Estos sectores populares desde abajo no tienen proyecto propio que se podría plantear como alternativa viable al régimen. Esta realidad les deja susceptibles a la manipulación y la cooptación por parte de la tercera fuerza. Esta tercera fuerza es la burguesía, organizada en el Consejo Superior de la Empresa Privada (Cosep), la élite oligárquica, el capital trasnacional y Estados Unidos. La burguesía estuvo estrechamente alineada con el régimen y solamente rompió con Ortega en mayo, cuando ya se hizo evidente que había perdido su legitimidad y su capacidad de gobernar y defender los intereses capitalistas. Lo que Washington y la burguesía más temen no es el régimen. Más bien, les aterra una insurrección de los pobres y los trabajadores que ellos mismos no puedan controlar y que podría desembocar en un vacío de poder que amenazaría sus intereses de clase. Desde mayo la burguesía, en coordinación con Washington, ha intentado secuestrar la sublevación popular hacia una estrategia de aterrizaje suave bajo su hegemonía. En estos momentos, se libra la batalla crucial sobre el desenvolvimiento de la lucha anti régimen. ¿Quién dará liderazgo y quien ejercerá la hegemonía sobre esta lucha? ¿Qué tipo de escenario post-Ortega se desenvolverá? El escollo de la falta de un proyecto popular articulado en Nicaragua y la ausencia de organizaciones izquierdistas de base que pudieran desarrollar dicho proyecto, ha sido desconcertado y agudizado por la traición de la izquierda internacional, precisamente en un momento en que el capitalismo global enfrenta una profunda crisis estructural y cuando el fascismo del siglo XXI está en ascenso alrededor del mundo. Con la presión internacional, se puede llegar hasta el final y lograr la renuncia de Ortega, para negar la capitulación del régimen que es el punto de inflexión en esta lucha pacífica cuyo objetivo es lograr un cambio irreversible?. Esos son los dilemas que enfrentan hoy los nicaragüenses, del que nadie puede estar al margen en un momento histórico que demanda patriotismo, generosidad y desprendimiento para detener la matanza y encontrar una salida sin Daniel Ortega, contado con el apoyo de la militancia honesta del partido Frente Sandinista, que también debe ser parte, junto a otros actores políticos y sociales, de una solución nacional. La explosión de la rebelión en Nicaragua parece un hecho súbito y sorpresivo, ¿qué causas y antecedentes se le pueden atribuir? En 2007-2008 hubo elecciones, con un fraude que se selló con violencia, con uso de fuerzas paramilitares. Posteriormente se generó una gran crisis política, en la que el gobierno perdió legitimidad, fue objeto de sanciones internacionales de EEUU y la Unión Europea. Pero en el 2009 el gobierno logró sortear las sanciones económicas con la cooperación estatal venezolana, aunque esta se desvió a un presupuesto paralelo. Luego estructuró una alianza política y económica con los grandes empresarios de Nicaragua, que al final le devolvió legitimidad política a un régimen que había aplastado a la oposición y la sociedad civil. El régimen hizo de los empresarios su único interlocutor en toda la sociedad. Hizo esa alianza de cogobierno económico a costa de democracia y transparencia. Eso le dio cierta legitimidad a un régimen autoritario, impuso una estabilidad que generó resignación, aceptación, durante nueve años. Durante esos años hubo represión, incluso hubo muertos en el campo. Hubo grupos que se levantaron con armas por motivaciones políticas, por denuncias de fraudes electorales, porque eran ex contras, porque simplemente se declararon adversos al gobierno. Los mataron a todos, no hay un solo detenido o procesado de esos grupos armados. El ejército los declaró delincuentes y los mató, hablamos de aproximadamente 35 personas que cayeron en diferentes eventos. Hubo también protestas del movimiento campesino contra el Canal Interoceánico, que por cierto nunca fue. Esas protestas fueron reprimidas con violencia, no hubo muertos pero sí heridos. También hubo movilizaciones por proyectos de minería, marchas de jóvenes en Managua en solidaridad con adultos mayores por temas de seguridad social, se acaban de cumplir cinco años de ese movimiento que se llama Ocupa INSS. En Managua tampoco hubo muertos, pero sí un sistema de cooptación y control de la represión. Además, hubo muchas movilizaciones de protesta por el colapso, la corrupción y la crisis del sistema electoral. -Esa represión tan fuerte parece estar acorralando al propio presidente Ortega, tanto en los medios como en la mesa de negociación y frente a los organismos internacionales… El 18 de abril no hubo muertos. Al día siguiente hubo tres, entre ellos un policía. Al día siguiente, nueve. Al cuarto había como otros ocho. Al quinto día ya eran casi veinte. Hay un efecto de desafío al poder que se generaliza, la gente empieza a atacar los centros de poder, a derribar los rótulos que rendían culto a la imagen de Ortega y los arboles de metal que el gobierno había puesto para decorar las calles. Mucha gente le tenía odio. Pero aquí se reprodujo una maquinaria de propaganda que era cierta mimetización. Las personas en los canales oficiales siempre terminaban con una frase: “gracias a dios, al comandante y a la compañera”. ¿Lo creían de verdad? Más bien la gente tenía la esperanza de que le iban a dar algo. Los programas sociales del gobierno ni siquiera tuvieron impacto en la reducción de la pobreza o en mejorar las condiciones sociales, pero generaban unas expectativas formidables, generaron un respaldo y una imagen de que el gobierno estaba preocupado por la gente. Pero esto desde una perspectiva de anulación de derechos, con clientelismo y costos políticos muy grandes para la misma gente. ¿Cree que lo que hace Ortega en la mesa de diálogo es negociar su salida? Parto de la premisa de que no se puede subestimar a Daniel Ortega, ha sido un sobreviviente de la política, un corredor de largo plazo, con una determinación para mantener el poder como pocos la tienen en América Latina. Tiene un olfato descomunal para entender los poderes fácticos y utilizar el poder. Sin embargo, me sorprendió el 21 de abril, cuando dio la cara por primera vez. Pensé que iba a mostrar solidaridad con el dolor de la gente. No habló ni siquiera de un muerto. Ese no es el Ortega que yo imaginaba, con la capacidad de ser pragmático y moverse. Básicamente dijo que los estudiantes eran manipulados por grupos políticos y que en esos grupos había delincuentes. Lo que provocó fue una ira tan grande como la que su mujer había provocado dos noches antes, al decir que esos jóvenes eran unos vampiros chupa sangre, minúsculos. Cualquiera entiende que ella, megalómana y desconectada de la realidad, diga eso, pero de Ortega no se esperaba. Desde ese día en adelante simplemente se desató la represión que hasta el momento ha cobrado 350 vícitmas. Pero pareciera que esa narrativa según la cual el estado es la víctima no ha tenido mucha acogida. ¿No se le está agotando el tiempo y la credibilidad a Ortega para negociar? El tiempo va en contra de Ortega. Hechos como la toma de Masaya hunden a un régimen que ya va perdiendo en la OEA, eso genera un repudio y una condena más fuerte de la que se podía prever. Las posiciones de Luis Almagro, por ejemplo, indican que se perdió un aliado de los que defienden la transición con Ortega. Cuando esto empezó, los grandes empresarios que se distancian del gobierno por la matanza, hablaban de un “aterrizaje suave” para las elecciones de 2021, que es cuando Ortega termina su periodo. Lo decían bajo la siguiente lógica: reformas electorales, elecciones libres, competitivas y transparentes, sin que Ortega ni su esposa vuelvan a ser candidatos. Con eso se conformaban. Pero un mes después ya nadie hablaba de 2021, sino de elecciones anticipadas, con la OEA, EEUU, a las que incluso se le ha puesto como fecha tentativa marzo de 2019. Elecciones con Ortega en el poder, con la premisa de garantizar continuidad constitucional y evitar que se produzca un vacío de poder. Esa es la perspectiva de la oposición y movimientos sociales. Pero si hacemos esa pregunta hoy, cada vez son menos los que creen que eso sea viable. La dinámica de los hechos conspira contra la permanencia de Ortega hasta las elecciones. Vigilia frente a “El Chipote”, la cárcel de los manifestantes opositores en Nicaragua Allí están los detenidos en las protestas contra el presidente Daniel Ortega. Los familiares acampan afuera, esperando poder verlos. Encadenada, doña Emilse Patricia Campos, esposa de Manuel, junto a unas 20 mujeres parecidas a ella: son esposas, madres o hermanas de detenidos en la cárcel de El Chipote, en la capital de Nicaragua, por protestar contra el Gobierno de Daniel Ortega. “Acabábamos de desayunar y yo me fui a lavar los platos cuando oí los gritos de los policías. ‘¡Todo mundo al suelo!’, decían. Entonces salí a la calle y vi a los encapuchados que se llevaban a mi marido en una patrulla. Dicen que lo tienen encerrado allá arriba, pero no me dejan verlo...” “Los policías y los paramilitares llegaron a llevárselo. Yo les pregunté por qué y no me contestaron. Mi vecina dice que fue porque fuimos a las marchas, como todo el mundo”, cuenta la mujer con tristeza. La crisis en Nicaragua se inició con una protesta estudiantil el pasado 18 de abril contra una fallida reforma de la seguridad social, y se agravó tras la violenta acción de la policía y paramilitares contra manifestantes civiles. Según organismos de derechos humanos independientes, más de 350 personas murieron desde entonces, aunque el Gobierno solo reconoce 47. En la cima de la loma están las oficinas y celdas de la Dirección de Auxilio Judicial de la Policía. Pero todos la llaman “El Chipote”, porque así lo bautizaron Ortega y los demás comandantes de la revolución hace 39 años, en homenaje a la montaña donde el patriota Augusto Sandino tuvo su cuartel general en 1927. El propio Ortega estuvo en esta prisión en 1968, recluido por órdenes del dictador Anastasio Somoza, al que 11 años después derrocaría junto a las guerrillas del Frente Sandinista. Paradojas de la vida o surrealismo puro en esta Nicaragua “demencial”, como la llamó Erika Guevara-Rosas, directora de Amnistía Internacional para las Américas: el gobierno de Ortega encerró en El Chipote al nieto de uno de sus compañeros de celda en los años de la lucha anti-somocista. (Especial para El Observador). |
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