Para no olvidarlo
Una buena parte del país permaneció alienada y sumisa. Otra hizo del silencio su estrategia de protección. Cuán hábil fue para hacer que su gran séquito se contentase con las migajas de su mesa. Ese séquito representado y evidenciado en las sabatinas y que estuvo siempre listo para aplaudir sus insultos y su bazofia lanzada contra tirios y troyanos. Espectáculo eminentemente impúdico.
03 de julio del 2017
POR: Rodrigo Tenorio Ambrossi
Doctor en Psicología Clínica, licenciado en filosofía y escritor.
Atropelló toda norma y todo principio, todo derecho y toda ley con tal de vengarse de quien se hubiese atrevido a denun-ciarlo".
Más rápido de lo que se pensó y de forma más radical de la imaginada han empezado a apagarse las voces de quienes, entarimados y con mil micrófonos a su alrededor, no cesaban de proclamar el eterno retorno de la nueva revolución del siglo XXI que, con un líder recientemente inventado, sin ninguna ideología y sacado de la nada se inauguraba en el país. Dijeron que desde Eloy Alfaro no había pasado nada importante que no sea una eterna incapacidad administrativa y una perenne corrupción de quienes llenaron sus bolsillos vaciando los de los ciudadanos de a pie. Todos los anteriores gobernantes vende patrias aliados con los banqueros corruptos se aprovecharon de la más mínima ocasión para robar a dos manos y pauperizar al Estado. Eso y más dijeron los profetas de la nueva república.
Y hubo una Asamblea constituyente ad hoc que elaboró una Constitución que duraría cien años, por lo bajo. Hicieron tabula rasa del sistema judicial y eligieron todos los jueces del país solo y exclusivamente con profesionales adscritos o adictos al partido revolucionario y salvador. Y reformaron el sistema educativo para enseñar a repetir y nunca a analizar, criticar o pensar libremente. Y abrieron las puertas a los países mundialmente conocidos por su capacidad de perseguir, torturar y dar muerte a todo aquel que piensa diferente. Por disposición de Correa, asesinaron la diferencia, la libertad, la verdad, la capacidad de disentir y, a cambio, impusieron el sometimiento, la venganza, el oprobio. Con una de las leyes más macabras, controlaron, juzgaron y castigaron la palabra y su libertad de expresión.
Así comenzó el imperio de Correa al que la opinión de los otros, no solo que le importó un comino, sino que la penalizó. Con sagacidad hizo que sus adeptos de la Asamblea Nacional terminen convencidos de que eran importantes, de que en verdad constituían el poder legislativo cuando en verdad ese poder no significaba sino apenas un ente nominativo absolutamente innecesario y baladí. ¡Cómo los convenció de que valían para algo! Lo mismo hizo con el poder judicial. Los unos y los otros vivieron como sus reales esclavos, parlantes de los deseos y designios del Ungido que durante diez infinitos años impuso el imperio de su voluntad, de su narcisism y de su visión perversa del honor, de la justicia, de la libertad.
¡Qué bien supo engañar y embobar a demasiados con su cantaleta de las manos limpias y los corazones ardientes! Gran hermano. Gran primo. Gran amigo. Gran camarada. Mientras ordenaba atropellos de todo orden para vengarse de quienes se atrevían a contradecirlo y, más aun, cuando se atrevían a denunciarlo, impertérrito despedía con abrazos y besos a parientes y amigos a quienes daba el tiempo suficiente para que desaparezcan del país antes de que los jueces (sus jueces), ordenasen, ya en ausencia, sus respectivas detenciones.
Una buena parte del país permaneció alienada y sumisa. Otra hizo del silencio su estrategia de protección. Cuán hábil fue para hacer que su gran séquito se contentase con las migajas de su mesa. Ese séquito representado y evidenciado en las sabatinas y que estuvo siempre listo para aplaudir sus insultos y su bazofia lanzada contra tirios y troyanos. Espectáculo eminentemente impúdico. Aquellos que lo aplaudían y se reían a mandíbula batiente se contentaban con las migajas que caían de la mesa del amo. Ahí, en ese séquito de esclavos, estuvieron mujeres que vieron y oyeron y rieron y aplaudieron sus insultos, casi obscenos, a otras mujeres. Todas esas mujeres que el primer día de gobierno le dijeron: he aquí las esclavas del señor.
Vengativo. Su facies lo denunciaba. No hubo mayor ofensa que aquella que tocase las envolturas de su narcisismo. No paró en sus persecuciones a aquellos que definió como sus enemigos. Para eso metió las manos, los pies, su cuerpo entero, en la justicia. Atropelló toda norma y todo principio, todo derecho y toda ley con tal de vengarse de quien se hubiese atrevido a denunciarlo, a desobedecerlo, a criticarlo, a afirmar la verdad que contradecía su mentira. Desde ese narcisismo herido armó su 30S, ese gigantesco sainete, fábula que terminó en cruel tragedia con muertos y heridos, con serias fisuras en los ordenamientos del sistema policial y militar. Y luego se declaró la gran víctima: todo había sido fríamente calculado incluido el bochorno nacional de abrirse la camisa y pedir que lo disparen.
Nunca entendió lo que significa el poder en un régimen democrático. Por eso creó la otra fábula de su apertura al mundo perseguido por los infames defensores de la democracia universal. E hizo incondicionales amistades con tiranías y tiranos contumaces ya censurados y condenados por el pensamiento y las leyes democráticas del mundo. Correa carece de la más mínima teoría e ideología política. Lo que le acercó a esta clase de gobernantes fue única y exclusivamente su afán de que su pequeño yo se vea enaltecido con los inciensos, las loas y, sobre todo, los sometimientos de los pueblos eslavizados a sus deseos y caprichos. Pero también para recibir la crítica y el rechazo de los gobiernos democráticos. Este rechazo constituyó parte importante de su alimento espiritual porque le servía para ser tomado en cuenta. Si es que los perros nos ladran, es que caminamos, amigo Sancho.
Desde ahí creyó, organizó y ordenó todo para que el presidente Moreno no fuese más que su alter ego, la parte visible de su henchido ego que perecería sin el poder. Pero parecería que se está dando con la piedra en los dientes. El presidente Moreno le habría dicho en la cara: no, señor, yo soy el presidente. Yo practicaré la democracia que significa libertad, tolerancia, justicia. Usted, economista, es solo expresidente.
Y hubo una Asamblea constituyente ad hoc que elaboró una Constitución que duraría cien años, por lo bajo. Hicieron tabula rasa del sistema judicial y eligieron todos los jueces del país solo y exclusivamente con profesionales adscritos o adictos al partido revolucionario y salvador. Y reformaron el sistema educativo para enseñar a repetir y nunca a analizar, criticar o pensar libremente. Y abrieron las puertas a los países mundialmente conocidos por su capacidad de perseguir, torturar y dar muerte a todo aquel que piensa diferente. Por disposición de Correa, asesinaron la diferencia, la libertad, la verdad, la capacidad de disentir y, a cambio, impusieron el sometimiento, la venganza, el oprobio. Con una de las leyes más macabras, controlaron, juzgaron y castigaron la palabra y su libertad de expresión.
Así comenzó el imperio de Correa al que la opinión de los otros, no solo que le importó un comino, sino que la penalizó. Con sagacidad hizo que sus adeptos de la Asamblea Nacional terminen convencidos de que eran importantes, de que en verdad constituían el poder legislativo cuando en verdad ese poder no significaba sino apenas un ente nominativo absolutamente innecesario y baladí. ¡Cómo los convenció de que valían para algo! Lo mismo hizo con el poder judicial. Los unos y los otros vivieron como sus reales esclavos, parlantes de los deseos y designios del Ungido que durante diez infinitos años impuso el imperio de su voluntad, de su narcisism y de su visión perversa del honor, de la justicia, de la libertad.
¡Qué bien supo engañar y embobar a demasiados con su cantaleta de las manos limpias y los corazones ardientes! Gran hermano. Gran primo. Gran amigo. Gran camarada. Mientras ordenaba atropellos de todo orden para vengarse de quienes se atrevían a contradecirlo y, más aun, cuando se atrevían a denunciarlo, impertérrito despedía con abrazos y besos a parientes y amigos a quienes daba el tiempo suficiente para que desaparezcan del país antes de que los jueces (sus jueces), ordenasen, ya en ausencia, sus respectivas detenciones.
Una buena parte del país permaneció alienada y sumisa. Otra hizo del silencio su estrategia de protección. Cuán hábil fue para hacer que su gran séquito se contentase con las migajas de su mesa. Ese séquito representado y evidenciado en las sabatinas y que estuvo siempre listo para aplaudir sus insultos y su bazofia lanzada contra tirios y troyanos. Espectáculo eminentemente impúdico. Aquellos que lo aplaudían y se reían a mandíbula batiente se contentaban con las migajas que caían de la mesa del amo. Ahí, en ese séquito de esclavos, estuvieron mujeres que vieron y oyeron y rieron y aplaudieron sus insultos, casi obscenos, a otras mujeres. Todas esas mujeres que el primer día de gobierno le dijeron: he aquí las esclavas del señor.
Vengativo. Su facies lo denunciaba. No hubo mayor ofensa que aquella que tocase las envolturas de su narcisismo. No paró en sus persecuciones a aquellos que definió como sus enemigos. Para eso metió las manos, los pies, su cuerpo entero, en la justicia. Atropelló toda norma y todo principio, todo derecho y toda ley con tal de vengarse de quien se hubiese atrevido a denunciarlo, a desobedecerlo, a criticarlo, a afirmar la verdad que contradecía su mentira. Desde ese narcisismo herido armó su 30S, ese gigantesco sainete, fábula que terminó en cruel tragedia con muertos y heridos, con serias fisuras en los ordenamientos del sistema policial y militar. Y luego se declaró la gran víctima: todo había sido fríamente calculado incluido el bochorno nacional de abrirse la camisa y pedir que lo disparen.
Nunca entendió lo que significa el poder en un régimen democrático. Por eso creó la otra fábula de su apertura al mundo perseguido por los infames defensores de la democracia universal. E hizo incondicionales amistades con tiranías y tiranos contumaces ya censurados y condenados por el pensamiento y las leyes democráticas del mundo. Correa carece de la más mínima teoría e ideología política. Lo que le acercó a esta clase de gobernantes fue única y exclusivamente su afán de que su pequeño yo se vea enaltecido con los inciensos, las loas y, sobre todo, los sometimientos de los pueblos eslavizados a sus deseos y caprichos. Pero también para recibir la crítica y el rechazo de los gobiernos democráticos. Este rechazo constituyó parte importante de su alimento espiritual porque le servía para ser tomado en cuenta. Si es que los perros nos ladran, es que caminamos, amigo Sancho.
Desde ahí creyó, organizó y ordenó todo para que el presidente Moreno no fuese más que su alter ego, la parte visible de su henchido ego que perecería sin el poder. Pero parecería que se está dando con la piedra en los dientes. El presidente Moreno le habría dicho en la cara: no, señor, yo soy el presidente. Yo practicaré la democracia que significa libertad, tolerancia, justicia. Usted, economista, es solo expresidente.
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