Moreno-Correa: se consumó el divorcio
Lenín Moreno está muy mal asesorado: lo dijo Correa en la entrevista con un militante suyo: Xavier Lasso. Aquellos que siguen a Lenín Moreno dicen exactamente lo contrario. Y exhiben como prueba los tuits del actual presidente que, más que frases asesinas –que también lo son– marcan un profundo distanciamiento con su antecesor.
“Para el odio, no cuenten conmigo”: no solo es una respuesta política a las críticas que ha recibido Moreno por su política de diálogo con sectores sociales y partidos de oposición. Suena a lema de gobierno destinado a marcar el imaginario social. Moreno resume en él una de las profundas aspiraciones de la sociedad: no más odio. Para el resto hay tiempo. Ese corolario puede cumplir el mismo papel que jugó el concepto de Patria en el gobierno de Correa. Vinicio Alvarado la usó como malla de fondo en la cual aterrizaron deseos, expectativas y sueños del electorado.
“Para el odio, no cuenten conmigo”: este lema marca una ruptura. Y, por supuesto, constituye un problema mayúsculo para Alianza País. Moreno –sin decirlo– toma distancia de todo el pasado de rencor, de guerra, de persecución que vivió el país durante una década. Y lo cuelga, cual sambenito, a quien quiera hacerse defensor, en ese punto, del pasado. Al hacerlo, crea una línea roja para sus dirigentes y militantes: si lo reivindican, se distancian de su gobierno. Si lo asumen deben defender la acción de su gobierno que empieza, esa es la promesa, por crear otro ambiente político en el país.
Algunos han dicho que esto es un tongo. Lo que aparece, por ahora, puede tener otra lectura: Moreno necesita legitimar su poder y para lograrlo tiene que hacerse cargo del agobio de la nación, cansada del autoritarismo de Correa. En el gobierno están leyendo esa realidad y eso explica que mantengan, a pesar de la oposición de Correa y sus defensores, la política de la mano tendida. El resultado es favorable para Moreno que ve cómo su popularidad está creciendo y supera el 65%. Es obvio que Moreno desconozca los arrebatos de Marcela Aguinaga, que amenaza con no apoyar más a su gobierno. La respuesta de uno de los asesores presidenciales es simple: “estamos esperando –dijo a 4Pelagatos– que se desafilie”.
Correa no entiende lo que le sucede. No entiende que la sobrevivencia política de Moreno depende precisamente del grado de distanciamiento que logre con la década en la cual él hostigó al país. Trató, primero, de frenar el proceso en reuniones pedidas para explicar a Moreno sus inquietudes y desacuerdos. Eso se tradujo en la fotografía de familia en la cual se ve feliz a la cúpula correísta rodeando a Moreno. Luego, cuando comprobó que no podía detener ese tren en marcha, comunicó públicamente en tuits y, esta semana en entrevistas, su decepción, su desazón, su dolor, su desconcierto… por lo que está pasando. Aún no dice traición, pero su lenguaje es revelador del estado de amargura que le provoca comprobar que la buena salud del gobierno de Moreno depende –se diga lo que se diga– de la distancia que ponga con su administración. Esta realidad política tampoco la entienden otros dirigentes como Ricardo Patiño que, según anotó hoy 6 de julio en su cuenta de Twitter, pide tratar las diferencias internamente. No comprende que la decisión de Moreno no es un problema interno: es la única forma que tiene de dar viabilidad política a su gobierno. Moreno ya lo dijo: el momento del socialismo del siglo XXI ya pasó.
Correa es hoy un hombre despechado. No entiende –lo dice y lo repite– por qué le hacen desaires, por qué Moreno busca diferenciarse de él, por qué ya atravesó lo que él llama “líneas rojas”, por qué dialoga con aquellos que él signó como enemigos. Correa no entiende por qué en seis semanas, él, en vez de ser el referente, se convirtió en un espantapájaros.
Por supuesto nadie admitirá, en Alianza País, que hay una guerra abierta entre partidarios de Correa y de Moreno. Se habla de diferencias, de desacuerdos, de desaires innecesarios, de legitimaciones indebidas. Moreno todavía habla de lealtad al líder de Alianza País y Correa quisiera resumirlo todo en la mala asesoría que, según él, tiene Moreno. Pero lo cierto es que Moreno escribe en su cuenta que Correa sufre de abstinencia del poder y Correa dice que una parte de la militancia cree que ganó la oposición. En esta guerra surgió una grave denuncia por parte del ex presidente: el gobierno entregó, tras un pacto, la Corporación Nacional de Electricidad (CNEL), a la familia Bucaram. Nada responde aún el gobierno sobre el particular.
Correa se va el lunes 10 a Bélgica. Se va amargado, desconcertado porque, borracho con la ficción que creó, creyó que su sucesor podría, con otro estilo, mantener el statu quo que él forjó durante una década. Expectativa imposible. Moreno, por pura necesidad política, tiene que enterrar lo que él representa. Por ahora es una cuestión de estilo, ciertamente. Pero el estilo en política también es fondo. Moreno, para mantener la popularidad que tiene, tendrá que responder a aspiraciones fundamentales del país. Y eso pasa por traducir ante la Justicia a los corruptos de esta década, reformar muchas leyes, sincerar la realidad económica y presentar un plan económico, acabar con los entes inquisitoriales, restituir la libre expresión, independizar la Justicia… Moreno, si es verdad que quiere ser realmente el líder de su mandato, tenía que consumar este divorcio.
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