El juicio que paró el carro a Rafael Correa
Rafael Correa no ha hecho referencia alguna en su cuenta de Twitter. Y su abogado, Caupolicán Ochoa se dijo sorprendido del veredicto del juez: no estaba acostumbrado a que la justicia fuera el resultado de lo que se juega limpiamente en un juicio: acusación, respuesta del acusado, etapa de prueba, presentación de testigos, prueba documental, alegatos y veredicto. Un procedimiento mediado, en este caso, por razonamientos lógicos, doctrina jurídica y convicciones democráticas.
Y eso fue, precisamente, lo que ocurrió hoy en la audiencia en la cual el juez Fabricio Carrasco declaró inocente a Martin Pallares. Y al hacerlo, ese juez, en esa corte, en ese juicio y en este momento, envía el mejor mensaje posible a la sociedad: puede haber una justicia independiente. Una justicia que sorprende a los Caupolicanes Ochoas, acostumbrados a jugar durante el correísmo en cancha inclinada y con árbitros a su favor. Hoy Ochoa se sorprendió de que pueda haber una Justicia que actúa sin órdenes políticas y sin consignas partidistas.
Aquellos que estuvieron en el juicio pudieron apreciar la pésima defensa que él hizo de la causa de Rafael Correa. O quizá convendría decir de la pésima causa que Rafael Correa encargó a Caupolicán Ochoa. Un abogado mañoso que se encerró en una estrategia irrelevante: mostrar que 4Pelagatos existe, que Martín Pallares fue el autor del artículo y que ese artículo fue leído por decenas de miles de personas. Evidencias que ninguno de los abogados de Pallares negó. A ese menú, el abogado sumó el discurso consabido de la lesión causada al honor y a la dignidad del expresidente. ¿Alguna prueba? Ninguna. ¿Algún documento decisivo? Ninguno. Ochoa es un río de palabras. Un hombre del pasado que nada entiende del mundo digital y que cree que la malicia atribuida a Pallares se agrava por haber divulgado su artículo en Internet porque viaja más fácilmente por celulares y ipads.
En definitiva, este es un abogado que ganaba en las cortes porque era el abogado de Correa. Punto. Un abogado que hoy mostró que, en estricta justicia, su último caso era un montaje más destinado a sorprender al juez para dar satisfacción a su cliente.
Fabricio Carrasco, el juez, devuelve algo de confianza a los ciudadanos y restituye, sin quererlo, el honor al oficio de abogado tan magistralmente encarnado por Juan Pablo Albán, Farith Simon, Juan Pablo Aguilar y Xavier Andrade. Fue conmovedor verlos trabajar. Lo hicieron con un profundo conocimiento del derecho, de los códigos, de los casos que han hecho jurisprudencia en el mundo, de lo que dice la Corte Interamericana de Derechos Humanos, la Constitución… Su trabajo pulverizó la estrategia de Caupolicán Ochoa. Mostró sus habilidades marulleras para dejar en la indefensión a la contraparte. Reveló su retórica hueca. Y dio la vuelta a sus testigos llevados a servir la causa del expresidente: un policía experto en computación que poco sabía de la materia y una señora que ratificó que, tras haber leído la nota, su percepción sobre el ex presidente no había cambiado. Conclusión: Correa no se afectó. Y para desmentirlo –dijo Albán– Correa debió ir al juicio. Incluso se debió someter a un examen sicológico…
El alegato de Juan Pablo Albán duró 46 minutos. En él reconcilió a los jóvenes que estudian derecho y que habían perdido la fe, con su profesión. Su alegato es una pieza democrática y es la prueba irrefutable de por qué el juez tuvo que declarar inocente a Martín Pallares. Él puso el artículo demandado en el contexto que Correa y su abogado quisieron ocultar. Ellos no hablaron de Odebrecht. Ni de Alecksey Mosquera. No hicieron referencia a las coartadas para protegerlo políticamente. No hablaron de la intervención de Correa en Guayaquil aquel 24 de abril que inspiró el artículo de 4Pelagatos. En esos puntos Albán centró su alegato final. Y vinculó el artículo al caso Odebrecht. Al debate público. Al derecho de los ciudadanos, y de los medios, de criticar a los gobernantes. Y por supuesto habló de que Correa era presidente en ese tiempo y, por lo tanto, su umbral de protección era menor porque, como funcionario público, se sometió voluntariamente a un mayor escrutinio público…
Lo que dijo Albán, y el juez acogió, es el abc de una sociedad democrática con separación de poderes y ciudadanos adultos. Ahí estriba la esperanza que tomó cuerpo en un juzgado quiteño gracias a un juez que declaró inocente a Pallares ante la demanda absurda de Correa, experto en destruir honras ajenas y perseguir a sus críticos. Hoy Correa perdió pero demostró, por si hacía falta, la cantidad de odio que ha regado y sigue regando por el país. Sus hordas llegaron hasta la puerta del juez que debió interrumpir varias veces la audiencia. Hordas de gente pobre, transportada en buses y abusada por irresponsables como Gabriel Rivera, ex asambleísta de Alianza País.
Correa no solo tiene un pésimo abogado: tiene causas que son indefendibles porque solo están basadas en su capacidad para odiar y en su irremediable sentido de venganza. Causa pena el ex presidente.
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