miércoles, 24 de mayo de 2017

Moreno entierra al caudillo Correa

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¿La esquizofrenia se instala desde hoy en Alianza País? Basta oír los dos discursos, el de José Serrano, presidente de la Asamblea, y el de Lenín Moreno, presidente de la República, para entender de qué se trata. Mientras Serrano habló de profundizar la revolución, Moreno hizo un ejercicio de de-construcción que, por más escepticismo que despierte, coloca algunas bombas en el interior del correísmo.
Moreno no habló de profundizar la Revolución Ciudadana. Hizo un corte, de tajo, con el gobierno de Rafael Correa. Cerró una etapa. Se preguntó si las ideologías se acabaron y se respondió, de inmediato, que no importa: que su gobierno introducirá prácticas sociales y que, de ahí, saldrá una ideología. Una forma prosaica de acabar con la retahíla de la Revolución Ciudadana y el Socialismo del Siglo XXI que sirvieron de armazón al discurso correísta.
Serrano había insistido en su discurso sobre la continuidad revolucionaria sellada en el programa de gobierno. Moreno también se liberó de esa herencia: dijo que si en el diálogo surgían otras líneas de trabajo, cambiaría el programa. En los hechos confesó ser un pragmático porfiado, un no-académico que busca, con avidez, la síntesis y los resultados. En este punto, aprovechó para definir su estilo que, ante las circunstancias, no solo lo distancian de Rafael Correa: lo ayudan a enterrar el modelo caudillista y el absolutismo monárquico que erigió a su antecesor en principio y fin de todas las cosas. Moreno dijo que asumirá un perfil bajo. No encarnará la verdad absoluta y de, hecho, cuestionó que alguien pueda tenerla. No hará sabatinas y buscará un nuevo mecanismo para comunicarse con la nación. Así Moreno preconizó volver a las formas normales en una democracia e incluso dijo que procedería como lo hacen los mandatarios europeos. Se entendió que el caudillo, sabelotodo, insultador, fanfarrón, dueño de la verdad, castigador, propietario del Ejecutivo y todas las demás funciones del Estado, pasó a mejor vida.
El entierro de Correa y su estilo, que marcaron las políticas y las prácticas de su gobierno, vino cuando Moreno habló de lo que el país puede esperar de él: ser el presidente de todos. No marginar a nadie. En este punto, rompió de golpe con muchas de las reglas del catecismo correísta: no dialogar sino imponer y considerar a la oposición y a los críticos como enemigos. Para Moreno, opositores y críticos son “asesores importantes” y dijo que escucharía sus puntos de vista.
Correa convirtió en dogma no dialogar con los ciudadanos que debían ser regulados. Banqueros o sindicalistas. Moreno acuñó y repitió un lema: nada sobre los ciudadanos sin los ciudadanos. Eso equivale a volver a sentar en la mesa de las decisiones, a la sociedad real (no aquella cooptada en los comités correístas), dialogar y concertar con ella. Nada de todo esto, dijo Moreno, se hará sin libertad de expresión. Una alusión obvia a lo que ocurrió durante la década de Correa. Y aunque trató de perfilar lo que deben hacer los medios y los periodistas –tarea que no es la suya–, Moreno aseguró que tendrá una relación fresca y fluida con los medios de comunicación. Y también con el humor, pues aludió a la frase célebre de Carlos Soublette, un político venezolano, que observó en la primera mitad del siglo XIX un ensayo de una obra de teatro en la cual lo satirizaban y él no la prohibió: “La República no se perderá porque el pueblo se ría de su gobernante. La República podrá perderse cuando el gobernante se ría de su pueblo”. Otro golpe a la visión monárquica de Rafael Correa, tan obsesivamente preocupado por el respeto que le debían sus súbditos.
Si se escucha el discurso de Serrano, si se recuerdan las movidas correístas para obligar a Moreno a proseguir el proceso revolucionario, hay que convenir que el nuevo mandatario anuncia un cambio formal importante. Son anuncios, cierto, que deberá refrendar con hechos para que se pueda evaluar si dan paso a cambios reales. No obstante su discurso -descosido, plagado de anécdotas, falto de aliento conceptual- introduce elementos con los que no contaban los correístas más fanáticos. Esto se notó en el aplaudímetro, sensiblemente menos activo cuando Moreno evocó los puntos de ruptura con las prácticas de Correa.
La esquizofrenia se instala entonces en Alianza País: aquellos que aplauden ahora a Moreno por proponer esos cambios, aplaudieron hasta hoy a Correa por hacer lo contrario. Esta paradoja apenas comienza y si Moreno cumple se va a repetir en algunos campos. Si Moreno cumple y combina este estilo liviano con decisiones y mecanismos democráticos de gobierno, la esquizofrenia podría dar lugar a rupturas que, ahora es una evidencia, están represadas. FUENTE 4PELAGATOS.

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