¿El leninismo es una operación maquillaje?
Lenín Moreno ha prometido hacer cambios. Lo que dijo en Bogotá, en Radio Blu, genera, sin embargo, un enorme interrogante: ¿cómo hará los cambios si no se hace cargo, en los hechos, de los daños que causó el correísmo en estos diez años?
En democracia, un relevo presidencial significa muchas cosas: cambio de rumbo, nuevas agendas, rectificaciones y, sobre todo, nuevos rostros. Nuevas mentalidades. Eso supone un equipo que, en la sombra, ha trabajado, evaluado al gobierno de turno, reflexionado sobre sus aciertos y deliberado sobre sus errores y las formas de enmendarlos.
Aquí ocurre que esos equipos no existen en el correísmo. Lenín Moreno llega al poder sin decir realmente lo que hará. Y llegó al poder con la gente que se formó en la misma placenta. Es obvio reconocer que en Alianza País se acabaron las tendencias en Montecristi y con el apoyo de Alberto Acosta. No hubo, y no hay, sino un pensamiento y no hay proyectos alternos, estructurados y conocidos por el país. En esas condiciones, todos aquellos que están en Alianza País se inscriben en el mismo discurso, aunque digan que no han seguido puntualmente las políticas que la opinión más critica. Realidad o coartada, algunos amigos de Moreno abren desmesuradamente los ojos cuando se les refiere el conjunto de abusos y las consecuencias causadas por este gobierno. Pero tampoco están convencidos de que Correa se haya equivocado y eso se nota en esas respuestas que brotan automáticamente, como si hubieran sido aprendidas en las sabatinas. Si se distancian de Correa, lo hacen para hablar de su estilo… que nunca equiparan con el modelo construido. Lo atribuyen a Correa. A su pasión por perseguir, castigar y controlar.
En esas circunstancias, ¿qué puede significar “hacer cambios”? Si se toma el tema de la libertad de expresión, que Moreno evocó en Bogotá, se puede pensar que esto no es operación ternura sino operación maquillaje. Moreno dice que en Ecuador hay libertad de expresión. Da pruebas: que las radios dicen, los diarios escriben, los editoriales critican. No habla, claro, de esos contenidos editoriales, muchos impregnados de autocensura. Ni del riesgo que corren muchos de esos medios al decir lo que en otros países es simple cotidianidad. No dice que hay periodistas que han tenido que inventarse portales porque, en los hechos, no pueden trabajar en los medios tradicionales. No dice que hay secretarías inquisitoriales que se han dedicado a perseguir y a empapelar a los medios independientes.
Lenín Moreno finge ignorar todo esto. Y todo esto lo resumió en Bogotá en una frase digna de colección: “Lo que ha existido –dijo– es una confrontación; una pelea de vanidades”. Dicho de otra manera, no ha habido persecución a los medios, cacería sórdida a críticos, medios quebrados o que apenas sobreviven, venta de El Comercio a un Fantasma… Solo una guerra de vanidades entre Correa y algunos periodistas.
Lo peor es oír a Moreno decir que “vamos a comprobar si le ley es efectiva, si no es así haremos cambios”. Lo cual significa que él ignora que esa ley, votada por su partido, incumple acuerdos internacionales firmados por Ecuador y que Catalina Botero y Edison Lanza señalaron desde la Relatoría Especial para la Libertad de Expresión de la OEA. Él ignora que esa ley desconoce libertades de la misma Constitución y ha sido aplicada durante casi cuatro años, destruyendo en buena medida al periodismo ecuatoriano. Y aún así, Moreno piensa comprobar si esa ley es efectiva… ¿Pretende hacer creer que la Ley es buena y nada tiene que ver con los impresentable Carlos Ochoa, Fernando Alvarado y Patricio Barriga?
Moreno dice que quiere cambios. Pero, ¿a qué se refiere si defiende los desafueros y las arbitrariedades? ¿Qué quiere cambiar si defiende la arquitectura institucional (la Ley y su contenido) y la practica correísta? ¿El cambio que propone es prescindir del repugnante Ochoa? Si esos son los cambios, Moreno no está hablando de volver, como dicen sus amigos cercanos, a la democracia. Y los cambios a los cuales alude parecen depender de su aire bonachón y no de los deberes que le incumben y que Correa desconoció. En ese caso, el discurso oficial podría ya estar hecho: el problema del país no radica en los modelo político y económico derivados de una Constitución que parió un monstruo. El problema es el monstruo. Y con él en Bélgica (si se va y si se queda), el país cambiará. Claro, eso dependerá de los humores y del aire bonachón de Lenín Moreno. Todo cambia; nada cambia.
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