Correa dañó la cabeza de los ecuatorianos
¿Cómo queda el país tras la salida de Rafael Correa? Sus partidarios suman kilómetros de rutas, hospitales, escuelas, bonos y esgrimen estadísticas que prueban, a sus ojos, que hay millones de personas beneficiadas en la década de la mal llamada revolución ciudadana. Esas buenas cifras, hay que alinearlas al lado de dos columnas: por una parte, los ingresos fastuosos que recibió el país por la bonanza petrolera. Por otra, las deudas con los chinos, el IESS, el Biess, los gobiernos seccionales, el Banco Central, los multilaterales, los fondos privados de cesantías transferidos, el petróleo prendado, las ventas de activos del Estado…
Al margen de este inventario –que debe compararse con el estado calamitoso de las libertades en el país–, hay un balance que toca al modelo político y económico bajo el cual Ecuador ha vivido desde hace diez años. Esto ha configurado un Estado, un ciudadano y un imaginario sobre el poder y la autoridad que es el que Correa más quiso anclar en su discurso. 4Pelagatos evoca seis de las características que dañaron los imaginarios político y social en el país.
Al margen de este inventario –que debe compararse con el estado calamitoso de las libertades en el país–, hay un balance que toca al modelo político y económico bajo el cual Ecuador ha vivido desde hace diez años. Esto ha configurado un Estado, un ciudadano y un imaginario sobre el poder y la autoridad que es el que Correa más quiso anclar en su discurso. 4Pelagatos evoca seis de las características que dañaron los imaginarios político y social en el país.
- Un Estado convertido en ogro filantrópico: el correísmo recuperó al Estado, que estaba despareciendo bajo una teoría (defendida sobre todo por Jaime Nebot): vivan las ciudades; abajo el Estado. Sin embargo, Correa, inspirado en experiencias autoritarias de diferente tinte (Cuba o Corea del Sur) lo volvió principio y fin de todas las cosas. Con él, el Estado no solo media y regula: es todo. Está en todo. Todo pasa por él.
La descentralización retrocedió y el Estado, cooptado por un partido, terminó siendo una herramienta al servicio de un programa político y de la visión absolutista del caudillo. En Economía, el Estado correísta desconoció –durante años– al sector privado. Fuera del Estado no hay salvación: ese es el mensaje del correísmo durante estos diez años. En este punto hay un retroceso severo para el país. - La sociedad dependiente y al servicio del poder. El modelo de Correa desconoce mediadores y actores sociales que no estén bajo su dominación. La sociedad fue convertida en un desierto. Sus organizaciones fueron cooptadas, destruidas o perseguidas. Las ONG fueron demonizadas. La sociedad, en la mejor teoría leninista, es conducida por la vanguardia correísta. Cuadros armados de PhDs que, con el líder, marcan la senda y deciden por ella prevalidos de los votos obtenidos en las urnas. La disidencia no es una característica de la democracia: para el correísmo es un desafío del cual se ocupan los fiscales y los jueces criminalizando la protesta, persiguiendo, encarcelando, multando… La sociedad durante el correísmo perdió su autonomía. El poder la vio como mero espacio de legitimación u objeto de escarmiento.
- El Ciudadano convertido en un ser asistido: ¿Qué ciudadano quiso construir el correísmo? Un ser que mira hacia arriba, donde está el caudillo. Un ser, desprendido de su yo, que espera que el Estado y sus administradores resuelvan sus problemas. Un ser que se somete con la fe de carbonero a la autoridad y que agradece que produzca obras con el dinero que pasa a ser del partido y deja de ser de los contribuyentes en general. Este rasgo del correísmo, traducido en bonos y canonjías gracias a los petrodólares, agrava el enorme déficit de ciudadanía que hay en Ecuador. En muchos sectores de la población se espera a Lenín Moreno, que prometió nuevos bonos, con la mano tendida.
- El caudillo abusivo que todo lo puede: un presidente es aquel que tiene todos los poderes, responde por todos, se ocupa de todo… Insulta, amenaza, da ordenes por redes sociales a los organismos de control o de fiscalización… Correa llevó a un nivel superlativo el perfil del caudillo que todo lo puede, que todo decide y que hace depender todo de su voluntad. Él es el Estado, la institucionalidad es él. Él buscó ser visto –y lo logró en muchos sectores de la sociedad– como un ser superior, infalible, capaz de encarnar la sociedad en su conjunto, hasta pretender reemplazarla.
Esta es la noción de autoridad que para muchos es hoy vigente. Ese perfil fue refrendado en una docena de elecciones, creando así grandes interrogantes sobre los referentes de autoridad y su legitimación en la sociedad. No es un problema sencillo y es contra ese perfil que será muy posiblemente juzgadas las acciones del nuevo Presidente. Esto sencillamente agrava el déficit democrático que hay en el país: las libertades no significan nada para un enorme porcentaje de ciudadanos en el país. - Una institucionalidad partidista y perseguidora: Correa deja el poder con un país rehén de instituciones alineadas y al servicio del correísmo. Es decir, absolutamente indefenso ante el manejo discrecional de esos organismos en manos de militantes del partido o de funcionarios a su disposición, como es el caso del Contralor. Esta institucionalidad produce abuso de poder, opacidad administrativa, corrupción… Y su entramado es tan compacto que no podrá producir democracia, a menos de que Moreno se inspire en Gorbachov. Este es el mayor problema institucional que Correa lega al país.
- Un país dividido y fanatizado: Correa logró implantar algunos chips en el imaginario social que lastiman la convivencia nacional. Para el ex presidente, a partir de este 24 de Mayo, el otro (contrincante, adversario, crítico…) es un enemigo. La división maniquea que manejó durante sus diez años, ha sido institucionalizada: hay entes encargados de perseguir disidentes y críticos. Hay ejércitos virtuales, con mercenarios importados como Patricio Mery Bell, que destrozan honras y vidas en las redes sociales. Todo esto ha producido una esfera pública contaminada y una opinión pública dividida entre el miedo a opinar y el fanatismo militante.
Correa acabó con parte de la prensa. Instauró la autocensura en algunos medios. Sacrificó el libre pensamiento. Convirtió buena parte de las universidades en recintos asépticos y convirtió sus investigadores en asesores de su gobierno, en ciudadanos ausentes del país o en críticos amenazados. Volver a la discrepancia civilizada y al libre pensamiento es uno de los retos de Moreno. Pero tiene que acabar con troles e inquisidores para que las ideas vuelvan a fluir sin el pánico que impuso Correa. Dar señales democráticas, y darlas unilateralmente, es su deber. Su credibilidad depende de que ponga sus actos en concordancias con sus anuncios.Publicado en 4PELAGATOS.
No hay comentarios:
Publicar un comentario