BRASILIA — El senador brasileño de cabello gris todavía tenía puesta la pijama cuando los agentes de la policía federal tocaron la puerta de su suite en el Royal Tulip, el hotel futurístico de lujo que sirve de fortaleza para la mayoría de la élite política en Brasil. Eran las 6:00 a. m.
Los agentes estaban armados con una grabación secreta que sonaba como la trama de una película hollywoodense de suspenso: el senador Delcídio do Amaral fue pillado detallando un complejo plan para que un petrolero atrapado en el gran escándalo de corrupción escapara del país en un avión privado.
Hasta el momento de su arresto en Brasilia esa mañana a finales de noviembre, Amaral, de 61 años, era el líder más poderoso del partido gobernante en el senado. Rápidamente buscó un acuerdo de cooperación, pero los fiscales lo dejaron en la cárcel durante semanas; llegaron a un acuerdo solo después de que el senador desacreditado ofreciera una asombrosa revelación tras otra, con las que traicionó a sus antiguos camaradas y acercó el gobierno de la Presidenta Dilma Rousseff al colapso.
“Sentí que había chocado contra un muro después de la veloz persecución”, recordó Amaral, quien fue liberado en febrero. “Me equivoqué, así que supuse que necesitaba una oportunidad para corregir los errores. Debes ser pragmático”.
Ya que su objetivo era hacer que Amaral se pusiera definitivamente en contra de Rousseff y su Partido de los Trabajadores, los investigadores consideraron que el nombre código de la operación fuera Catilina, al igual que el patricio renegado cuyas conspiraciones agitaron el Senado romano en el siglo I a. C.
Los relatos del senador acerca de sobornos colosales, acuerdos petroleros por debajo de la mesa y encubrimientos desesperados ⎯descifrados a partir de entrevistas, llamadas telefónicas interceptadas y después filtradas, así como documentos tribunales⎯ brindan un panorama excepcional de la forma en que un partido de izquierda que llegó al poder y juró acabar con la corrupción de una élite política privilegiada terminó adoptando las prácticas de sus predecesores. Su testimonio ha acelerado la crisis política de Brasil, en la que los gobernantes temerosos están dominando el arte de aferrarse al poder, grabándose en secreto y preparándose para el día en que ellos también se puedan encontrar en el lado equivocado de una redada policiaca, temprano en la mañana.
Incluso el juez, quien al principio fue proclamado por perseguir sin miedo a los poderosos, ahora es acusado de romper la ley por publicar evidencia de la investigación.
La agitación comenzó hace dos años cuando los fiscales descubrieron un complot dentro de la compañía petrolera nacional, Petrobras: los contratistas habían pagado cerca de 3 mil millones de dólares en sobornos a ejecutivos que a su vez canalizaron el dinero a las campañas de partidos en la coalición gobernante de Brasil. Casi 40 políticos, magnates de los negocios y comerciantes de dinero del mercado negro han sido encarcelados desde entonces, y se espera que la lista crezca; los fiscales investigan a los sospechosos, entre ellos los líderes de ambas cámaras del Congreso.
Los investigadores dicen que el escándalo de corrupción está entre los más trascendentales en los países en vías de desarrollo, y lo compararon con un terremoto que afecta a la élite más privilegiada del país. Se ha desenvuelto junto con retos económicos aplastantes, pues el aumento en los precios de los productos básicos han elevado el número de desempleados del 6,8 por ciento del año pasado, a 9,5 este año. Tan solo en 2015, Brasil perdió cerca de 1,5 millones de trabajos, un sorprendente giro inesperado después del crecimiento económico del país de 7,6 por ciento en 2010.
El doble golpe de la crisis política y económica ha devastado las ambiciones mundiales del país mas grande de América Latina en el peor momento posible: Brasil está luchando al mismo tiempo con una epidemia de defectos de nacimiento ligados al virus de Zika y se preparan para ser los anfitriones de los Juegos Olímpicos este verano.
Que el corazón del escándalo sea Petrobras, fundada en 1953 y rodeada por un aura nacionalista y mítica, solo ha multiplicado su propagación. La compañía es el centro de una red de compañías energéticas controladas por el Estado y bancos que conforman la piedra angular de la economía brasileña, pues proyectan poder en todo el país y el extranjero. También financió una variedad de programas artísticos, entre ellos, la orquesta sinfónica, grupos de baile moderno y exhibiciones de pinturas, actividades que la compañía ha recortado junto con sus propios empleos.
Los brasileños a menudo bromean acerca de las profundas raíces de la corrupción, y dicen que su origen es cuando el navegador portugués Pedro Álvares Cabral llegó en 1500, al llevar regalos como estrategia para reclamar tierras habitadas por indígenas. Tan solo hace un cuarto de siglo, otro presidente, Fernando Collor, fue obligado a renunciar por un escándalo de tráfico de influencias, lapsos que ahora parecen menores a la luz de la situación actual.
Los brasileños empezaron a entender lo generalizada que se había vuelto la corrupción cuando el senador Amaral comenzó a destruir al gobierno que alguna vez apoyó lealmente.
Testificó que Luiz Inácio Lula da Silva, el expresidente y fundador del Partido de los Trabajadores, se había arreglado para comprar el silencio de un empresario condenado por operar una estrategia de compra de votos.
Sostuvo que el vicepresidente Michel Temer, quien está maniobrando para impugnar a la Presidenta Rousseff, estuvo involucrado en una operación de compra de etanol ilegal. También señaló a Aécio Neves, el líder de la oposición que perdió por pocos votos la elección de 2014: reveló que su familia tenía una cuenta bancaria secreta en Liechtenstein. (Neves dijo que su madre había abierto la cuenta para pagar la escuela de sus nietos).
Antes de las revelaciones de Amaral, Rousseff había logrado quedar fuera del escándalo en gran medida jactándose de reforzar la independencia judicial al permitir que los fiscales persiguieran casos de corrupción en su propio partido. Después, el senador declaró que la presidenta le había instruido sabotear la investigación en Petrobras al persuadir a un juez de alto rango de que buscara la liberación de magnates de la construcción acusados de corrupción.
Tanto Rousseff como Da Silva dicen que Amaral está mintiendo. Rousseff dijo en una entrevista reciente que no había sabido de la corrupción en Petrobras, a pesar de fungir como su presidenta de 2003 a 2010, cuando ganó las elecciones presidenciales, un periodo cuando la corrupción estaba prosperando. También insiste en que sus campañas no obtuvieron financiamiento ilegal.
Amaral, a quien líderes de todo el espectro han tachado de fabulista, sonrió en las entrevistas como un Gato de Cheshire. Ya que es un talentoso orador, mezcla sus relatos con dichos de Pantanal, los vastos pantanos donde su familia tiene un rancho ganadero. Al buscar maneras para explicar el torbellino político, en algún momento recitó un verso de una vieja canción brasileña.
“Solo estoy haciendo mi parte para ayudar a la república”, dijo el senador.
Un actor embauca a un senador
Amaral dice que, en retrospectiva, reconoce que jamás debió confiar en Bernardo Cerveró, un joven actor en aprietos proveniente de Río de Janeiro.
El senador, quien fue director de gas y energía en Petrobras de 2000 a 2001, dijo que había acordado reunirse con Cerveró, de 34 años, en noviembre por su amistad con el padre del actor, Nestor, quien fue condenado a prisión por cargos de corrupción cometida mediante su propio puesto en la compañía petrolera. Cerveró un actor joven en un colectivo de teatro experimental, grabó a escondidas en su teléfono la conversación en el Royal Tulip, el hotel con forma de herradura donde el senador vive en Brasilia.
Amaral primero le aseguró a Cerveró que convencería a los jueces en la corte más alta de Brasil para que liberaran a su viejo amigo y lo pusieran en arresto domiciliario. Después explicó cómo arreglaría el pago a la familia Cerveró de 1 millón de dólares más un salario de cerca de 13.000 dólares al mes, el cual, sospechan los fiscales, era para asegurarse de que la familia no informara acerca de sus propios acuerdos en Petrobras.
Y Amaral expuso cómo ayudaría a Cerveró para que escapara a España, incluyendo detalles como desactivar su dispositivo electrónico de monitoreo. El actor sugirió un escape en bote, pero el senador dijo que un avión privado era preferible, y añadió: “La mejor manera de que se vaya es por Paraguay”.
Eso fue suficiente para que acusaran de obstrucción de la justicia a Amaral y André Esteves, el banquero multimillonario quien, según el senador, financiaría el viaje.
Antes de su arresto, Amaral era conocido en Brasilia como un hábil negociador entre bambalinas que aprovechaba su vasta experiencia en el negocio petrolero.
Educado por jesuitas y entrenado como ingeniero, trabajó en Países Bajos para el gigante energético Royal Dutch Shell a principios de los noventa. De regreso en casa, escaló la burocracia de la industria energética controlada por el gobierno en Brasil.
Fue mientras prestaba sus servicios en el Ministerio de Energía en 1993 cuando conoció a Rousseff, una funcionaria desconocida a cargo de las políticas energéticas en el estado sureño de Rio Grande do Sul.
“Conocí a Dilma durante un vuelo”, dijo, recordando sus primeros encuentros con Rousseff cuando estaba buscando renegociar la deuda de una utilidad eléctrica pública con las autoridades federales. “Es extremadamente agresiva. Siempre lo ha sido”.
Amaral se unió al Partido de los Trabajadores en 2001 y ganó un lugar en el Senado el año siguiente, cuando Da Silva ganó la presidencia.
Conforme Brasil se volvía más rico con el descubrimiento de campos de petróleo en lo profundo del mar, también Amaral lo hacía.
Algunos colegas en el Partido de los Trabajadores aún sienten repugnancia cuando recuerdan la fiesta de quince años que Amaral y su esposa ofrecieron en 2011 para su hija: los columnistas de sociales compararon el evento, en la ciudad de Campo Grande, con los bailes organizados por la nobleza europea y adularon cada magnífico detalle (240 botellas de Veuve Clicquot Champagne y un vestido hecho con cristales Givenchy para la cumpleañera).
En diciembre, mientras el senador se pudría en la cárcel, su viejo amigo de Petrobras, Nestor Cerveró, le dijo a los investigadores que Amaral se había embolsado un soborno de 10 millones de dólares en 2001, durante un acuerdo para comprar turbinas de Alstom, la compañía francesa de energía eléctrica.
Amaral negó esa y todas las acusaciones de que se había enriquecido ilegalmente, pues declaró: “No soy un hombre corrupto”.
Pánico en el Partido de los Trabajadores
Amaral fue el primer senador de turno en ser arrestado desde que Brasil restableció la democracia en los ochenta, y su encarcelamiento generó pánico e indignación en el Partido de los Trabajadores, que Da Silva y otros líderes sindicales fundaron en 1980 como respuesta a la dictadura militar brasileña.
La disposición del senador para traicionar a sus colegas solo provocó una certeza: más grabaciones secretas estaban a punto de enriquecer la saga del callejón sin salida de la política brasileña.
Poco después de su arresto en el Royal Tulip, el Ministro de Educación Aloizio Mercadante, uno de los asistentes de Rousseff de más alto rango, contactó a Eduardo Marzagão, un confidente de Amaral, y le ofreció ayudar a costear los gastos legales de su familia.
“Caray, Marzagão, tú dime cómo puedo ayudar”, dijo Mercadante. “Para eso estoy aquí, para ayudar”.
Desde luego, ignoraba que Margazão estaba grabando la llamada; los fiscales ahora también tienen a Mercadante en su lista de objetivos.
El ministro de Educación mantiene que estaba actuando por cuenta propia. Pero otras personas poderosas en el Partido de los Trabajadores también se estaban agilizando.
Jaques Wagner, el exdirector de personal de Rousseff, fue grabado mientras discutía la situación con Da Silva. Expresó alarma por el testimonio de Amaral acerca de que Rousseff estaba consciente de la corrupción ligada a la adquisición en 2006 de una refinería petrolera de Houston por parte de Petrobras.
“Jamás imaginé que fuera semejante escroto”, dijo Wagner, utilizando una popular grosería para describir a Amaral.
El juez y el expresidente
Durante más de un año, Sergio Moro, un juez que hizo campaña en el sur de Brasil, había pasado por alto la indagación de Petrobras. Aprovechó una nueva legislación anticorrupción que permitía a los acusados reducir sus sentencias en prisión a cambio de información, con lo cual ayudan a los fiscales a encarcelar a un personaje poderoso tras otro.
La indagación laberíntica terminó por llegar hasta Lula. Estaba claro que el expresidente se había beneficiado de conexiones con magnates al frente de las compañías de construcción, que le pagaron millones de dólares por dar discursos.
Entonces los fiscales encontraron que esas compañías habían pagado por renovar una hacienda cerca de São Paulo y un apartamento frente al mar en la ciudad de Guarujá, dos propiedades que, sostienen, él controla. (Da Silva niega ser dueño de alguna de las dos).
En la casa de campo, los agentes de policía encontraron una taza con el logo de Corinthians, el equipo de fútbol favorito de Da Silva, que tenía grabadas las palabras “Para el ilustre Presidente Lula”. La cava tenía botellas dedicadas al expresidente. Atracados en un muelle en el lago, había botes de pedal que tenían grabados los nombres de sus nietos, Pedro y Arthur.
Conforme los investigadores lo rodearon, Da Silva se sintió cada vez más alarmado, de acuerdo con las llamadas telefónicas que se interceptaron durante la indagación. Habló mal del Tribunal Federal Supremo, utilizó epítetos vulgares para describir a los líderes de ambas cámaras del Congreso y llamó a sus colegas en el Partido de los Trabajadores para que aumentaran la presión sobre los fiscales.
“¿Por qué no podemos intimidarlos?”, preguntó el expresidente a un congresista. Instruyéndolo sobre cómo irritar a un investigador, Da Silva dijo: “Necesita irse a dormir sabiendo que el día siguiente tendrá a 10 legisladores molestándolo en su casa, molestándolo en su oficina, enfrentando un caso en el Tribunal Federal Supremo”.
En otra conversación con un líder sindical, Da Silva, como los fiscales que lo persiguen, también recurrió a la historia antigua, específicamente el emperador acusado de comenzar el Gran Incendio de Roma en el año 64 d. C. para reconstruir la capital a su gusto.
“Soy la única persona que podría prenderle fuego a este país. Pero no quiero hacer lo que hizo Nerón, ¿sabes?”, comentó.
Conforme la presión aumentó, el acuerdo de culpabilidad de Amaral, con 255 páginas, se filtró en los medios noticiosos a principios de marzo, lo cual provocó una ronda de furiosas negaciones y movimientos desesperados. Rousseff nominó a Da Silva, su mecenas y predecesor, para que fuera director de personal, lo cual le daría amplias protecciones legales.
Durante algunas horas del 16 de marzo, el atrevido plan pareció funcionar.
El ‘juego de tronos’ de Brasil
Ese mismo día, el Juez Moro publicó grabaciones de las llamadas telefónicas de Da Silva con Rousseff y una variedad de políticos. Las llamadas describían a un expresidente que buscaba rescatar su narrativa heroica junto con una líder de turno que intentaba prevenir procesos acusatorios que ha comparado con un golpe de Estado en cámara lenta.
Los jueces del Tribunal Federal Supremo suspendieron la nominación de Da Silva. Pero el juez de voz suave también enfrentó recriminaciones por revelar conversaciones de la líder del país sin la autorización de la corte más alta, lo cual llevó a acusaciones de que su —alguna vez— admirada indagación se había vuelto una cacería de brujas partidista.
Mientras se desarrolla el caso legal, más aliados están abandonando a Rousseff con vistas a retener poder para sí mismos. Dicen que debería ser impugnada por violar las leyes fiscales al utilizar fondos de los bancos estatales para cubrir diferencias presupuestales.
Dirigidos por el Vicepresidente Temer, cuyo comportamiento críptico y reservado ha provocado que sus rivales lo comparen con un mayordomo en una película de terror, los centristas que apoyan la coalición de Rousseff se desintegraron la semana pasada.
En el Congreso, los legisladores acusados de una inmensa corrupción personal están acelerando el proceso de impugnación de la presidenta, quien no ha sido contaminada con declaraciones de enriquecimiento personal ilícito.
Amaral, a quien el comité de ética del Senado está intentando expulsar de su puesto, no ha observado el espectáculo desde los laterales. El 13 de marzo se subió a una motocicleta Harley-Davidson y se unió a cientos de miles de manifestantes contra el gobierno en São Paulo. Pero no se quitó el casco, preocupado de que la muchedumbre enfurecida pudiera reaccionar.
Días más tarde, durante una entrevista en la cómoda casa de campo en São Paulo donde ahora está bajo arresto domiciliario, Amaral recurrió a una canción para intentar capturar el levantamiento político que él ayudó a crear.
Específicamente, invocó la canción de 1978, “Cartomante”, de Ivan Lins, acerca de cómo la dictadura militar brasileña cazaba disidentes. Solo que en vez de disidentes que caen del posadero, hoy quienes caen son líderes de casi cada clase ideológica.
Viendo por la ventana, Amaral dio voz a la letra:
El rey de diamantes está cayendo,
el rey de picas está cayendo,
el rey de tréboles está cayendo,
todos están cayendo,
nada queda.
El rey de diamantes está cayendo,
el rey de picas está cayendo,
el rey de tréboles está cayendo,
todos están cayendo,
nada queda.
“Así es”, dijo el senador. “Todos están cayendo juntos”.
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