lunes, 2 de abril de 2018

Si ya no son correístas, ¿qué son, qué quieren?

  en La Info  por 
Esta semana Miguel Carvajal, siguiendo la línea de demostración presidencial, aceptó que el fisco está quebrado y que el IESS (luego dijo que su expresión fue coloquial) también está quebrado. Y coloquialmente lo está. Cualquiera, oyéndolo, podría concluir que tras años de cuentos chinos, el ex ministro y ex asambleísta de Rafael Correa y hoy ministro de Lenín Moreno, tendió un cable a tierra e hizo un ejercicio de realidad. No fue así para la gente y en las redes sociales lo arrastraron.
Lo que ocurrió con Carvajal –y ese es el último ejemplo– es producto de la ira y la decepción que no pasa, tras una década de autoritarismo que termina en un mar de ilusiones perdidas, manipulaciones y engaños. El correísmo llenó muchos imaginarios. O mejor, usó muchos imaginarios y se convirtió para muchos en un poder que abarcó todo, explicó todo, se ocupó de todo. Se constituyó en el orden supremo de la política en el país.
Moreno fue decisivo en contribuir a desmaterializar a Correa que representó ese poder casi sagrado. Y a medida que abre carpetas (economía, política exterior, IESS, seguridad interna…) descubre, con datos y cifras reales, que la empresa del filibustero fue más perversa de lo que nadie imaginó. Con esa ayuda, la fractura del país con el correísmo se hizo irremediable No solo en el campo político. Es hondamente simbólica e involucra esos imaginarios que fueron explotados hábilmente por el aparato de propaganda que suplantó la realidad.
No obstante, Moreno y amigos suyos, como Miguel Carvajal, se topan con un obstáculo mayor: fueron parte de ese teatro de sombras. No son inocentes. No pueden fingir sorpresa ni asombro. Y aún en el caso de que nuevas cosas los desconcertaran, esa parte de la opinión que los observa con detenimiento, no les cree. Ese es un problema para ellos y también para los ciudadanos que recuerdan lo que hicieron en ese gobierno que ahora critican. O recapitulan sin cese lo que dejaron hacer sin decir nada. Y prefirieron mirar para otro lado.
Hay un impasse político con Moreno y sus amigos que son gobierno y hasta el 2021, por lo menos, tienen que liderar la transición para salir –se supone– del correísmo. Y ese impasse se agrava por dos factores: ellos no dicen en qué consiste el post correísmo y la rabia ciudadana, por justa y justificada que sea, sirve como catarsis pero no alcanza para la mutación que imponen las circunstancias al país. No se ve, entonces, tras casi once meses de gobierno, cómo se puede reconstruir la esfera pública en la cual –además de exigir conocer la verdad y llevar ante la justicia a los corruptos– el país pueda producir y consensuar acuerdos para avanzar.
Es obvio que si la rabia de la ciudadanía es justa pero no es suficiente, tampoco lo es del lado del gobierno derivar todas las responsabilidades sobre el correísmo sin que el país sepa cómo encaran Moreno y sus amigos la responsabilidad que les incumbe por esta década perdida. ¿De qué se hacen cargo? ¿No tienen que disculparse con el país? ¿Dónde exactamente se debe situar la fractura que ellos operan con el correísmo al que sirvieron? ¿En qué puntos? ¿En qué políticas? Y lo más importante: ¿Qué lecciones sacan (para ellos, la política, el país, la democracia y el gobierno que ahora conforman) de esa experiencia aciaga que ahora dicen reprobar?
En economía, algunas de estas preguntas podrán ser resueltas este lunes cuando el Presidente presente el plan económico. Pero es urgente para la sociedad, y para el gobierno, intentar ocupar el vacío político que queda tras la de-construcción de ese poder global y casi religioso que encarnó Rafael Correa. Ese vacío no se ocupa solamente con rabia ni con la retahíla de abusos, exabruptos, casos de corrupción y pésima administración de Correa. Volver a las propuestas pragmáticas, al debate, a la contradicción civilizada hace parte del aprendizaje y del post correísmo. Y el país tiene que instalarse en esas tareas sin olvidar, sin cerrar los ojos sobre lo que pasó, sin renunciar a exigir Justicia.
Este gobierno, salido de las entrañas del correísmo pero necesario para superarlo, no mide el daño que se hace por intentar pasar de agache ante sus responsabilidades. Y el impasse que tiene con esa parte de la opinión, que no lo pierde de vista, no se superará ni mermará, si no hace un corte con su cordón umbilical y lo decanta, lo verbaliza y lo vuelca en un relato político. Si hoy repudian lo que ocurrió (eso dicen), ¿en qué creen hoy? ¿Qué lecciones sacan y qué valores están dispuestos a defender en adelante? ¿Hay alguna posibilidad de hablar con ellos de ética concebida como creación de espacios de libertad y de puesta en escena de virtudes públicas que, por su carácter ejemplar, lleve a su gobierno y a su militancia a actuar en una nueva dirección? Si tal fuera el caso, ¿en qué medidas y en qué actitudes lo harán notar? ¿Y hasta cuándo dejarán de cargar impresentables y reciclarlos en los cargos públicos?
Para el gobierno y sus miembros quizá no sean importantes las justificaciones, las motivaciones, las fuentes profundas de los valores sobre los cuales se pueda concluir un acuerdo mínimo de decencia con la sociedad. Pero sin ese acuerdo solo hay lugar para la ira y el señalamiento. Al fin y al cabo la búsqueda de la libertad solo tiene una intención fundamental: la ética.
Esa definición política mínima por parte del gobierno es esencial, para pensar en volver a cohabitar plural y democráticamente. No se le pide que repita cuentos chinos al país. El fondo es este: si ya no son correístas, ¿qué son?, ¿en qué creen?, ¿qué quieren para el país? Y si se definen, tienen que actuar en consecuencia. De lo contrario, el país colegirá que siguen siendo correístas, solo eso pero sin Correa. Y el país seguirá en el impasse.

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