Iván Espinel es el prototipo del vivaracho canchero y cínico
Érase una vez un país donde uno de sus ministros no podía explicar cómo compró la mansión donde vivía. Como había dudas sobre el origen de su fortuna, alguien le preguntó que cómo consiguió el dinero para comprar la casa y el respondió afirmando que había hecho un préstamo. Pero cuando le preguntaban de cuánto era el préstamo que había hecho el ministro no podía recordar la cifra. Y cuando le informaban de cuánto había sido su préstamo y le hacían notar que con eso no alcanzaba, entonces el ministro dijo que el faltante lo pagó con lo que había ahorrado de sus sueldos. Pero las cuentas no cuadraban: ni siquiera sumando todo lo que había ganado en su vida alcanzaba para la diferencia, asumiendo que no había gastado un centavo en todo ese tiempo.
Lo asombroso del caso de Iván Espinel es que alguien como él haya llegado a ser ministro de Estado a pesar de que no ha logrado justificar plenamente el origen de su fortuna que, desde incluso antes de la elecciones, despertaba suspicacias y sospechas. Es más asombroso aún, que Espinel siga siendo ministro a pesar del bochorno que pasó la mañana del 23 de noviembre durante la entrevista con Janeth Hinostroza, que le preguntó cómo compró su mansión en Guayaquil. Espinel sigue siendo ministro a pesar de que, además, hay una orden de destitución, en su contra, expedida por el organismo encargado de controlar el gasto del Estado: la Contraloría.
Lo que hizo la entrevista de Hinostroza es poner en evidencia y registrar en la TV al prototipo de ese funcionario público y de político que se pasa por el forro la ética pública y que ha existido en el Ecuador desde hace muchísimos años: canchero, cínico, bacán y evasivo. Espinel es el vivaracho, el sabido que recurre a la sonrisita ensayada mil veces y echa mano de cualquier argucia para relativizar aquello sobre lo que se le pide explicaciones y para no dar las que está obligado a dar por ley y por ética.
Espinel es el perfecto representante de la cultura del atajo, que festeja a quien triunfa económicamente rápido pero que no se pregunta ni cómo ni dónde. Es el bacán que triunfó en la vida, que tiene una casa que es la envidia de los amigos y de quienes no lo son, el que no tiene preocupaciones económicas porque supo escoger muy bien a qué árbol arrimarse sin hacerse cuestionamientos éticos.
Las cuentas que Iván Espinel hizo en la entrevista con Hinostroza para explicar la compra de su casa en Samborondón fueron un monumento a la opacidad. Pagó por ella 335 000 dólares, de los cuales 155 000 provinieron de un préstamo del Biess, organismos del que él era funcionario. El resto lo pagó al contado, aseguró. Cuando se le preguntó de donde venía ese faltante de dinero, él dijo, sin dejar de sonreir por un instante, que todo era producto de los ahorros que había hecho trabajando para el Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social y el Ministerio de Salud. Si el total de sus sueldos desde el 2009 al 2014 suman 171 262 dólares, como aseguran los periodistas de La Postahaber establecido, ¿cómo pagó los 180 000 restantes al contado? Ni siquiera en el caso, muy improbable, de que durante todos esos años no hubiera gastado un centavo porque él y su familia viven del aire, eso hubiera sido posible.
En el relato de Espinel hay algo que evidentemente no cuadra: ¿cómo un funcionario que ha trabajado desde el 2009 hasta el 2017 en el sector público y que no ha tenido otros ingresos puede comprar una casa como la suya? Además, suena muy improbable que una persona que hace un crédito por encima de los 100 000 dólares no recuerde si eran 150 ooo o 180 000 dólares. Quizá si el entrevistado hubiera sido uno de los Rockefeller se entendería que no recordara una cifra así pero en el caso de alguien como Espinel es definitivamente muy extraño. En la entrevista, definitivamente, Espinel no fue para nada convincente.
Espinel conoce y domina todos los protocolos del político sabido y tramposo. Cuando la periodista lo acorrala, él escapa diciendo que todo lo que ha salido en su contra es parte de una campaña orquestada por quienes están asustados por la lucha contra la corrupción en la que él, dice, está embarcado. ¿A qué lucha contra la corrupción se referirá si no hay un solo hecho que corrobore esa afirmación? Incluso llegó a decir que tras las acusaciones que tiene está el “temor y pánico” que hay, dijo, entre los políticos y “sectores conservadores”. ¿Será que el propio Espinel se cree el cuento de que él representa a los sectores políticos progresistas y que es una amenaza para los conservadores? Lanzar afirmaciones así de cínicas o decir que en las acusaciones que se le hacen, entre esas ocho informes de la Contraloría, no hay ni una sola prueba en su contra son alegatos propios de pícaro criollo. Espinel, sin duda, es el prototipo del vivo al que muchos quieren emular y por el que muchos otros están dispuestos a defender.
Espinel no es de los que están dispuestos a pedir una licencia sin sueldo para demostrar que no hará uso de su cargo para defenderse ni para estar fuera del servicio público mientras haya dudas sobre su conducta. No, Espinel, al igual que Jorge Glas a quien durante la campaña le hizo un conmovedor tributo durante un mitin político, no tiene pudor para seguir en el cargo a pesar de todas las dudas que hay alrededor de su paso por el sector público. Precisamente porque hay gente que tiene una cultura política como la de Espinel es que existen funcionarios como Glas que, a pesar de que están siendo procesado, se aferra al cargo y prefiere hacer uso de sus vacaciones para ir a la cárcel.
Mientras Espinel esté en el Gobierno, será muy difícil no estar tentado a pensar que el presidente Lenín Moreno no tiene un verdadero compromiso con la lucha contra la corrupción y la transparencia. Espinel, definitivamente, no es un ministro transparente.
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