martes, 22 de abril de 2014

Yasuní destapa al Presidente



Por: José Hernández
Director Adjunto
El Yasuní costará muelas a este Gobierno. Es el ejemplo más palmario y más patético de que borró con el codo lo que escribió con la mano.
De paso, la mal llamada Revolución Ciudadana se quedó sin imaginario alguno. Primero, porque el síndrome de Adán quedó sepultado en Montecristi: apenas se votó la Constitución, el aparato correísta comenzó a violarla.
Enseguida, Correa posicionó la estrategia de la victimización. Vació la política para relacionarse con el electorado y esa línea, meramente emotiva, llegó el frenesí, por las razones que fuese, el 30-S. La modernización, que tomó la posta, solo conmueve a los tecnócratas que sueñan con hacer de Yachay una sucursal de Silicon Valley. Ojalá lo logren.

En ese camino, hay que situar al Yasuní. Correa cree que vendió un mero canje: plata por conservación. Y que como no logró lo primero, debe destruir (un poquito, dice él) de lo que quiso preservar.
Ese raciocinio es una bomba de tiempo para él y su Gobierno. Por una razón sencilla: al promover la no explotación del Yasuní, él estructuró el único imaginario que ha parido su Gobierno tras haber querido, en la retórica, hacer tabla rasa del pasado. Los chicos que ahora enfrenta son los herederos directos del sueño promovido por él. Esa generación llegó a la vida pública precisamente como protagonistas de esa cultura-mundo de la cual habla Lipovetsky en El Occidente globalizado. Una cultura que consagra, dice él, “dos grandes ideologías o corrientes de pensamiento de esencia cosmopolita: la ecología y los derechos humanos”. Correa, sin quererlo -ahora se ve- dió cuerpo a un imaginario que no es ecuatoriano: es universal. Y data. En 1988 Time declaró la Tierra en peligro. Al Gore dijo en 2006, con todos los bemoles, verdades incómodas a los países industrializados sobre el calentamiento global. James Cameron filmó Avatar en 2009 y se volvió el director más taquillero de la historia. Tokyo, una ciudad con graves problemas ambientales, se ha dado una tarea: ser una ciudad verde de aquí al 2020 cuando será sede de los Juegos Olímpicos. Alertas y ejemplos pudieran multiplicarse. Todos muestran que el mayor reto para la humanidad se ha vuelto la preservación de la tierra.
Correa empujó en esa dirección y, de un toque, se devolvió. Ahora sigue hablando de los réditos de explotar el Yasuní (18 mil millones de dólares) cuando es esa lógica, precisamente, la que tiene la tierra al borde del desastre. Ser contemporáneo no es, entonces, explotar el Yasuní: es encontrar alternativas reales para no hacerlo. Se trata de ser responsables con la tierra, sin dejar de serlo con los más desfavorecidos. Ese reto ataña al Presidente, a todos los políticos y a los ciudadanos. Pero Correa, después de sintonizar con esa urgencia, borró con el cod o lo que escribió con la mano. Y en una actitud política y moral de una rara cicatería, ahora pretende enlodar la expresión más noble y más visionaria que emerge en el escenario político nacional: la de los Yasunidos.
Es mezquino llamarlos vagos, desafiarlos a recoger firmas y, cuando lo hacen, mezclarlos con la supuesta partidocracia, acusarlos de tramposos, invalidar esas firmas que ni siquiera han sido verificadas, aupar desde el Gobierno otra consulta... Es innoble que el CNE incline la mesa de la forma en que lo hace: multiplicar las talanqueras, dar prelación a las formalidades y sumar una tras otra en vez de facilitar la expresión de un derecho y, finalmente, escrutar las firmas en un recinto militar… Todo eso lleva a una conclusión (que ojalá el correísmo desmienta): no habrá consulta popular sobre el Yasuní. ¿Acaso esa no es la forma en que las democracias zanjan las grandes decisiones? Correa se puso zancadilla en este caso. No solo eso: hipoteca el electorado joven que él arrastró a la escena pública. Y sobre todo da la espalda a un tema fundamental de la política contemporánea: la preservación de la tierra. No es casual: el otro tema fundamental, el respeto de los derechos humanos, también lo trata con una visión añeja. Por eso coincide con Santos en el desconocimiento de los entes encargados de protegerlos. El Yasuní lo vuelve a retratar como el político ultraconservador que niega ser.
 ...pretende enlodar la expresión más noble y visionaria que emerge en el escenario político nacional: la de los Yasunidos

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