El médico Fernando Quintero ayuda a los pequeños que dejan
abandonados y enfermos en los hospitales.
Cuando apenas era un estudiante de medicina en la Universidad
Javeriana, en uno de sus turnos nocturnos, Fernando Quintero encontró a una
niña de unos 10 años tirada en una cama. Desahuciada, con una enfermedad
genética, llena de llagas producto de la inmovilidad de meses, con piojos y
desnutrida; todos, incluyendo su familia, la habían abandonado.
Desde esa noche, Fernando decidió que no iba a ejercer la
medicina para lucrarse, sino para sobrevivir, y que todo lo que haría, de allí
en adelante, sería buscar a cada uno de los niños que, como ‘María’, quedan
abandonados por sus familias en los hospitales.
“Yo no podía quedarme preguntándome qué pasaba con cada
historia similar que me encontraba. Decidí que yo debía tener otra actitud, ser
parte de la solución: actuar y ayudar, porque eso es lo que cambia el mundo”.
Así, las historias se fueron repitiendo, con distintos
matices, pero con el mismo final: niños enfermos, con patologías congénitas o
desahuciados, sin padres, madres o parientes que los visitaran siquiera.
“Una sociedad que abandona a sus niños enfermos en los
hospitales no tiene de qué sentirse orgullosa”.
Fernando Quintero suelta esta frase sin tapujos, porque cree
firmemente que no hay que ‘esconder’ tales problemas o pretender que no
existen.
Por eso hoy, casi 20 años después de aquel turno, lidera el
hogar Santa Rita de Cascia, una obra que empezó el hermano Rey, un sacerdote
con amplia trayectoria en causas sociales. Allá Fernando entró como médico y se
quedó.
La casa de la fundación Santa Rita de Cascia está rodeada de
grandes edificios, hoteles y apartamentos de lujo en el barrio Chapinero, de
Bogotá, en donde alberga, cuida y protege a niños que llegan a este lugar
gracias a su esfuerzo y al trabajo del Instituto Colombiano de Bienestar
Familiar, que asume la custodia de los niños abandonados y enfermos y, tras la
medida de protección, los entrega al cuidado del hogar, al que aporta una parte
del presupuesto que se necesita.
El doctor Fercho (como lo conocen) y las cerca de 200
personas que entre empleados y voluntarios trabajan las 24 horas del día, los
siete días de semana, los 12 meses del año, para prodigarles todos los cuidados
médicos posibles, alimentación, terapias, estimulación y cariño, permiten que
los pequeños tengan una vida, y en muchos casos, una muerte digna.
Así fue el último de los casos,hace unas semanas. Se trataba
de un pequeñito abandonado, hijo de habitantes de la calle, que nació pegado a
su hermano. En la cirugía para separar a los siameses el otro bebé murió. Solo,
sin padres, sin el hermanito, llegó al hogar Santa Rita de Cascia.
Allí lo protegieron, le dieron amor y lo cuidaron los pocos
días que sobrevivió a todo este drama. Y como dice Fernando: “Tuvo el mejor
final que podíamos darle para que no terminara solito en la cuna de un
hospital”.
Por eso, entrar al hogar significa enfrentarse a la realidad
que él no acepta: la de una sociedad que abandona a sus niños enfermos.
En cada cuna, en cada alcoba, hay una historia clínica y otra
de vida que estremecen. Niños indígenas con enfermedades congénitas, niñas más
grandes que han crecido en el hogar, bebés pequeñitos con síndromes muy raros,
una chiquilla que ha rechazado dos veces la válvula de Hakim y sufre de
hidrocefalia.
En cambio, al salir del hogar Santa Rita de Cascia queda la
sensación de que todo ese puñado de hombres y mujeres, empleados o voluntarios
que trabajan en esa casa, les están dando a esos niños la mejor y más cálida
oportunidad de sobrevivir con dignidad.
Las obras
Santa Rita de Cascia es el resultado de esa lucha que comenzó
en 1998, cuando decidió ejercer la medicina con un estricto sentido social; por
ese entonces creó la fundación Proyecto Unión, que tiene tres frentes de
asistencia.
La primera, la fundación Casa de Los Ángeles, para atender a
niños con enfermedades como cáncer, VIH-sida, insuficiencia renal, patologías
cardiopulmonares, que deben venir desde distintos lugares del país para sus
tratamientos, pero que no tienen los recursos para estar en Bogotá. Esta casa
los alberga a ellos y sus madres, para que estén acompañados. “Cualquier
enfermedad, así sea un dolor de muela, con la compañía de mamá, es otra cosa”,
piensa Fercho.
Con esta obra logró llamar la atención de Ricardo Montaner
hace dos años. Allá llegó el cantante con sus ‘pollitos’ en uno de los
programas de La Voz Colombia.
Un año después, el 6 de diciembre pasado, el propio Ricardo
apadrinó esa fundación y cantó por ella en un especial del programa que
enfrentó a sus cuatro jurados por una causa. La elección del público fue
masiva: 70 por ciento de los votos los recibió Montaner para apoyar esa causa y
cien millones de pesos que cayeron del cielo para arreglar el techo de la sede.
La otra, el comedor ‘María es mi madre’, un lugar donde se
les da comida y amparo a cientos de ancianos del centro de Bogotá. Esa es otra
misión en la que se metió Fernando cuando también se pensó que “una sociedad
que permite que los viejos escarben las bolsas de basura para encontrar comida
es indolente”.
Y la última, el Hogar Santa Rita de Cascia.
Cada una de estas obras ha ido naciendo al amparo de la buena
voluntad de muchas personas que por el ‘voz a voz’ conocen la una o la otra.
Cada una se financia con recursos que vienen de donaciones, el trabajo
espontáneo de quienes llegan y se ‘enganchan’ con la causa, y con los aportes
oficiales del ICBF.
Otro tanto corresponde a los cuidados de enfermeras, médicos,
terapeutas y nutricionistas que vienen como practicantes y también se quedan
aportando lo que saben hacer. Son innumerables los niños y niñas que han pasado
por los hogares. Las luchas, las vidas y las muertes.
Pero Fernando y su grupo siguen con su idea puesta en
construir una unidad médica especializada para que, como él mismo sueña, pueda
atender a los pequeños con enfermedades de difícil manejo.
Esa unidad médica, a la que llamará ‘Los ángeles’, podrá dar
una mayor cobertura y podrá, tal vez, enfrentar de otra manera la realidad que
no lo deja dormir: sí, hay niños enfermos y olvidados en algunos hospitales del
país. Sí, justo ahora.
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Posdata: Fernando Quintero logró terminar la carrera con una
beca; la suya también era una historia de carencias. Catorce hermanos; su
padre, recolector de café en Caldas y una madre sola en Manizales que trabajaba
en fincas, ese fue su origen. De todos ellos fue el único que pudo terminar una
carrera (cuatro más lograron sacar adelante el bachillerato).
Fercho se vino a Bogotá para estudiar medicina a la
Javeriana, sin un peso. Con la ayuda de becas, compañeros y profesores,
incluyendo el decano, se graduó.
La primera obra que hizo fue adoptar dos niñas que una
paciente le encargó, antes de morir de sida. Hoy, su profesión es la de
mantener a flote las tres fundaciones, junto a su esposa Ximena, otra médica
que se involucró en su proyecto de vida.
Y su sueño: construir un centro médico para albergar a
aquellos niños que aún siguen olvidados en los hospitales. Para eso creó la
campaña Plan Chanchito: 50.000 alcancías que reparte al que conozca para que se
la llenen de monedas y billetes para poner la primera piedra de su clínica.
Con esta campaña en su morral va de sitio en sitio explicando
cómo la gente del común se puede involucrar. Son pequeñas alcancías de cartón
dobladas que saca para dejar en los escritorios de gente que se une a su causa.
Con estas cajas repletas de monedas va juntando de a pocos el
capital para lograr el sueño del hospital. También con sus charlas en empresas
busca más voluntarios y reparte más alcancías. Tiene el lote, las ganas y
claridad de que este sistema de salud tiene que hacer algo más que dejar estos
niños abandonados en un hospital.
Una quijotada más de su vida, en donde las utopías no
existen.
¿Cómo apoyar esta obra?
Contacto: Ángela Jiménez
Tel: 2170277
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