Por: Diego Araujo Sánchez
E l arte, el pensamiento, las múltiples expresiones de la
cultura y la vida social necesitan de libertad. Sin embargo, con el propósito
de coartarla, en todo momento surgen inquisidores de la más variada laya . Y
con ellos reaparecen las acciones de censurar, castigar, prohibir o quemar
libros, romper diarios, levantar la horca o atizar la hoguera para los
heterodoxos y disidentes; condenarlos a la cárcel, obligarlos a retractarse, a
pagar multas, o exigirles cargar sambenitos, ofrecer disculpas o cualquier otra
acción que los humille y satisfaga la prepotencia y vanidad del poder turno…
Los inquisidores surgen para defender el dogma, el
pensamiento único, el partido hegemónico; se consideran guardianes de la moral,
la fe, la corrección, las buenas costumbres, el orden establecido, árbitros
supremos del bien y del mal.
“Nueva historia universal de la destrucción de libros” es una
investigación del venezolano Fenando Báez (Océano, 2013), una obra que resume
de forma amplia una parte de la historia universal de la infamia: la
destrucción del pensamiento y la puesta de candados al debate y la libre
circulación de ideas. En ellas son actores principales la Inquisición, el
nazismo y más regímenes de terror, los censores de la religión, la ideología,
el sexo… Es un recuento de la destrucción de libros y bibliotecas, desde la de
Alejandría hasta la catástrofe en Bagdad en 2003, cuando el 14 de abril
quedaron reducidos a cenizas más de un millón de libros en la Biblioteca
Nacional, y 10 millones de registros del periodo republicano y otomano ardieron
en el Archivo Nacional.
Es pavoroso comprobar que las formas más perversas de
destrucción de la memoria de los pueblos no son obra del agua, el polvo, los
hongos, las polillas o la devastadora acción del tiempo, sino de la
intervención humana: las guerras, el fanatismo, la intolerancia, la censura, la
falta de libertad, la acción de los inquisidores…
Cosechan tempestades los vientos que siembran obstáculos para
la libre circulación de ideas, rompen en público diarios, persiguen a quien
hace una seña que disgusta al poderoso, crean mordazas para la prensa, castigan
con prisión y multas millonarias por un artículo de opinión al autor y los
directores del medio, obligan a rectificar su dibujo a un caricaturista…
La pequeñez de mira inquisitorial quiere imponer ahora
conductas éticas a un diario con multas, rectificaciones y pedidos de
disculpas. Y hasta se elige en juez de las palabras políticamente correctas:
por cuenta de una abusiva aplicación de la inconstitucional Ley de
Comunicación, la Supercom obliga a Alfredo Pinoargote a pedir disculpas al
pueblo afroecuatoriano y a la colectividad de diversa orientación sexual por
tres o cuatro palabras dichas en un comentario dentro de su programa Contacto
Directo de Ecuavisa, palabras a las que atribuye intenciones discriminatorias.
Esas acciones inquisitoriales son los espurios primeros
frutos de la Ley de Comunicación; y suman evidencias de que esta lesiona las
garantías constitucionales y los tratados internacionales en materia de
libertad de expresión. Qué vergonzoso papel con el cual quieren hacer méritos
ante el poder los inquisidores.
La pequeñez de mira inquisitorial cree que el castigo, la
multa, las retractaciones son formas de imponer la ética
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