Por: José Hernández
Director adjunto
El caso Jiménez se puede volver una bomba para el Gobierno.
Se está volviendo. Por ahora es el mayor reto político que tiene porque, por
sus implicaciones, ese caso lo enfrenta a comunidades particularmente
involucradas e interlocutoras de decisiones intrincadas: Ley de aguas, Ley de
tierras, explotación minera…
La semana pasada, Carondelet ensayó una salida: Alexis Mera
dijo que si Cléver Jiménez pedía perdón, él intercedería ante el Presidente.
Era evidente que se trataba de un globo de ensayo. Un hombre cerebral como
Mera, no improvisa de esa manera. Sin embargo, ese globo llegó con una piola
demasiada larga. Y en vez de hacer política, el Secretario jurídico se quedó
–también él– en el terreno confuso de la sicología presidencial. Su jugada no
buscaba desenredar el ovillo sino dar gusto al Presidente que, en la forma de
entender la política, incluye cierto gusto por el perdón ajeno.
Por supuesto, la propuesta de Mera cayó en terreno desértico
y, en vez de despejar el camino, lo acabó de cerrar. El Presidente, ante la
evidencia, lamentó que Mera dijera lo que dijo. Y, para quedarse con la última
palabra –esa es otra de sus particularidades– remató de la peor manera: él,
incluso ante la hipótesis de que Jiménez pidiera excusas, nunca las iba a
conceder…
Correa ya dijo que en su Gobierno han hecho poca política.
Este asunto lo prueba en forma fehaciente. Para él es contraproducente creer
que el síndrome del confesionario reemplaza el juego de la política. En este
caso, con las comunidades indígenas. No es grave que desinfle el balón de
ensayo que lanzó Mera. Lo grave es que si Mera, una persona tan cercana, no
logra ayudarlo a salir de su ensimismamiento, cualquiera imagina lo que podrá
hacer Viviana Bonilla, tan joven, tan inexperta, tan falta de peso político.
Sus asambleístas hubieran podido pensar en una amnistía para
todos los presos y enjuiciados por temas políticos. Eso hubiera establecido
otro clima político tras el 23-F. Tampoco lo harán. El miedo les gana. En
definitiva, la política tiene el sello visceral que imprime el Presidente. Y
los resultados, en el caso de Jiménez y las comunidades indígenas, muestran que
son adversos para él y para el país. No importa: Correa persiste y firma.
Por lo pronto, el caso Jiménez ha dejado sin piso a dirigentes
como Humberto Cholango. Los presos y los enjuiciados han convencido a muchos
dirigentes de que la pasividad o la ambivalencia no son buenas consejeras ante
este Gobierno. De asambleísta por Morona Chinchipe, Jiménez se está
convirtiendo en un símbolo para esas comunidades que, tras ayudar a que Correa
llegara al poder, se sintieron divididas, afectadas y acosadas. El 23-F y el
caso Jiménez les han convencido de que tienen motivos y agenda para instalarse
en una resistencia más activa. Esto es inquietante porque si el Gobierno no
procesa política y tinosamente lo que está ocurriendo, puede haber
consecuencias impredecibles.
Esa resistencia es evidente, por ejemplo, en el hecho que las
comunidades y los dirigentes indígenas hayan decidido no entregar a Jiménez. Es
un gesto político que el Gobierno debiera procesar políticamente. No se trata,
entonces, de la malcrianza supuesta de Jiménez. O de que haya dicho o dejado de
decir. La actitud poco lúcida del correísmo contribuye a que este caso cambie
de naturaleza.
Al pésimo tratamiento político, al deseo de judicializar la
política, se agrega –también en este caso– un mensaje ambivalente del
Presidente: hay multas y multas grandes en las sentencias que le favorecen.
Correa no ha demandado a nadie –como debiera ser en su caso– por un dólar y sin
recurrir a procesos penales. Tanta plata en las sentencias, se trate de $40
millones o de $140 mil, es una señal disparatada si la lanza un Presidente.
Pues bien: los indígenas esta vez la van a usar. Cualquiera imagina el
espectáculo de la vaca loca que recorrerá algunas zonas pidiendo un dólar,
hasta completar los $140 mil, para el Presidente. Correa se expone y esto
obtendrá.
A todo eso conduce la obcecación, el ensimismamiento y creer
que con las vísceras se hace buena política. Nada aprendió el Presidente del
23-F.
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