Por: Diego Ordóñez
En el atropellado y maratónico show sabatino, en medio de ese
aire de impunidad, muchas cosas se dicen, y muchas de aquellas que expanden la
convicción presidencial que su rol es ejercer la jefatura sobre todas las
funciones del Estado; las tradicionales, las creadas por la novelería de
Montecristi; y obviamente sobre las entidades que se adornan en las leyes que
las han creado con la retórica de la “autonomía”. Ochoa, el primer censor de
pensamiento, de opinión e información, como era obvio suponer no ha escatimado
riesgo ni sinrazones para tornar eficaz la bien llamada “ley mordaza”. Y el
jefe, según su espontánea y nada republicana acepción de jefe de Estado,
tampoco en ocultar el alineamiento jerárquico.
El 15 de febrero de
este año en la tarima de los sábados (me recuerda a la “Kermesse de los
Sábados” sátira de Le Luthiers) Correa recogió como ejemplo una supuesta
rectificación de The Economist de una caricatura que habría ofendido la
sensibilidad de judíos. A las 3 horas y 31 minutos de incansable parloteo
(dicho esto no para estimular una besatina –burda emisión de besos- sino como
constancia de fidelidad) afirmó para contrastar que “…mandamos a rectificar una
caricatura”, en referencia a la decisión del autónomo Ochoa.
No fue tácito, sino
expreso el uso de la primera persona de plural. ¿Mandamos? ¿Quiere decir que
Ochoa y Correa ejercen juntos el cargo? ¿O qué Correa le dijo a Ochoa que lo
envíe? Varias veces requerí al señor Presidente explique el alcance de lo que
dijo, porque es evidente que contiene una afirmación que potencia la duda de la
independencia de las decisiones, tan duras
y costosas, tomadas por el superintendente del humor, de opiniones y de
toda clase de dichos en medios de comunicación. Recordé esto, por las multas a
El Extra, a Ecuavisa y la humillante requisa –no a la persona sino a la razón-
contra Alfredo Pinoargote.
En el caso de El Extra, las defensoras virulentas de una
ética feminista muy similar al moralismo franquista o a la rigidez del pudor
victoriano, lograron elevadas multas por exhibir potrancos físicos con la
anuencia, gusto y disposición de su poseedora. Todo en nombre de la
superioridad moral que pretende imponer una estética y una ética violenta
contra quienes quieren exhibir y ver, sin reparos ideológicos, cuerpos en
cueros.
En la orden a Pinoargote que se disculpe confluyen nuevamente
los actores en la misma cruzada. En la entrevista que motiva la sanción
–incluye multa a Ecuavisa- no existe ninguna, en absoluto, expresión de odio o
convocatoria en contra de “maricas” o “gays” y “negros “ o “afroamericanos”.
Pinoargote, con motivos con los que me identifico, protesta por el intento de
estandarizar lenguaje y pensamiento con el manipulado argumento de
discriminación.
Lo sorprendente es que
todas estas abrumadoras sanciones se han enderezado contra medios y personas
que son –con cobardía y afectación- agredidos los sábados. De ser vilipendiados
sin espacio a rectificación – como hemos sido varios- ahora sujetos de
sanciones económicas y humillantes órdenes de disculparse por una soberana e
intocable opinión –así debería ser-
¿Mandamos a rectificar la caricatura? ¿O también mandamos a
que Pinoargote se disculpe? ¿O que El Extra sustituya sus portadas con postales
de madres carmelitas? ¿Quién manda entonces?
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