Por: Jeanette Hinostroza
La semana pasada estuve en una Cumbre de Comunicación
Política en Cartagena de Indias y entre los expositores se presentó un joven
argentino que explicó parte de la estrategia comunicacional del Gobierno. Su presentación fue impecable y sus
estrategias muy profesionales, actuales y perfectamente argumentadas. Solo encontré dos problemas: el primero, que
no incluyó entre las estrategias aquella que ordena destruir, desprestigiar y
anular a todo aquel que piense diferente y, el segundo, que al final de su
exposición presentó un video promocional del país con algunas mentiras.
El video hablaba del sueño ecuatoriano, que
incluía la decisión del gobierno de conservar el Yasuní y dejar el petróleo
bajo tierra; el mensaje, muy emocional por cierto, hablaba entre líneas de un
Gobierno con absoluta conciencia del tesoro que estaba en sus manos y la
responsabilidad que tenía de protegerlo.
Lo que el joven argentino tampoco especificó es que el mismo Gobierno se
encargó de destruir ese sueño y lo que en ese video se vendía como un verdadero
tesoro, fue reducido a una simple y fría cifra: el uno por mil.
El radical cambio despertó a la sociedad ecuatoriana, sobre
todo a los más jóvenes quienes se sienten engañados al haber creído que el
Gobierno estaba comprometido con la protección del corazón de la selva. Algunos incluso dejaron su cómoda posición y
salieron a recolectar firmas para convocar una consulta popular y que sea el
pueblo ecuatoriano el que decida si el petróleo se queda bajo tierra o no. La etapa de recolección de firmas termina
este sábado, pero arranca la batalla más difícil, que consiste en lidiar con el
poder político – electoral que amenaza con sepultar una de las pocas
iniciativas realmente ciudadanas de los últimos siete años.
Entre todas las mentiras que se han dicho está que solo se
afectará el uno por mil del Yasuní, teoría que únicamente toma en cuenta un
pequeño radio alrededor de los pozos que
se perforarían en el Bloque 43. Pero la
verdad es que la afectación podría ser mucho
más grande, si se toma en cuenta la experiencia en otros campos
petroleros; al uno por mil del territorio hay que sumarle el impacto por el
ruido que generará el proceso de explotación, la apertura de carreteras, la posible
colonización de la zona, la explotación de la madera, la implementación de la
agricultura, la contaminación de las aguas subterráneas y los derrames de
petróleo, que podrían ser mas graves de
lo que pensamos tomando en cuenta el terreno pantanoso que está sobre los
yacimientos.
El Gobierno solo toma en cuenta al bloque 43 para hacer sus
cálculos, como si ese territorio pudiera aislarse del bloque 31 y de la zona
intangible.
Una estimación más real advierte que el impacto en el Yasuní
podría ser de 41 mil hectáreas, es decir del cuarenta y uno por mil. Las firmas para evitar esta destrucción
pueden estar listas, ¿pero de qué servirá el esfuerzo, si usted o yo nos
quedamos quietos? Hay que moverse, porque el asunto va mucho más allá del
Yasuní, esto tiene que ver con nuestro derecho a ser escuchados y a decidir.
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