martes, 22 de abril de 2014

Rostros famélicos y desencajados



Por Enrique Gallegos Arends
Voy a extraer de Wikipedia uno más de los múltiples ensayos que se han llevado a cabo para tratar de definir qué es un partido político: veamos. “Un partido político es una entidad de interés público con el fin de promover la participación de los ciudadanos en la vida democrática y contribuir a la integración de la representación nacional; los individuos que la conforman comparten intereses, visiones de la realidad, principios, valores, proyectos y objetivos comunes, para de una forma u otra alcanzar el control del gobierno o parte de él, para llevar a la práctica esos objetivos.”

No pude evitar que me resultara conmovedora la serie de fotografías publicadas en los diversos diarios del país y las cadenas de televisión, que mostraban a los líderes de la Revolución Ciudadana - y antiguamente hasta socialista - después de conocerse los resultados de las elecciones efectuadas el domingo 23 de febrero próximo pasado. Los rostros famélicos y desencajados, que quién sabe cuántos ríos de lágrimas habían derramado antes de ser sorprendidos por la cámara fotográfica, no hacían otra cosa que ratificar la tragedia más desgarradora que sacude al Ecuador desde su nacimiento: en este espacio territorial al que llamamos Ecuador no han existido jamás partidos políticos. Desde el estado Floreano hasta el último ensayo Correísta los procedimientos y las prácticas se reiteran: un grupo de amigos, parientes y personas vinculadas a través del sueño de hacer fortuna buscan - o más bien, se arriman - a una persona que por una u otra razón ha alcanzado una imagen de liderazgo transferido a las masas a través de determinadas artimañas, reúnen los fondos requeridos para aceitar la maquinaria que de manera indispensable tendrá que entrar en funcionamiento ( curas de parroquia, caciques de barrio, enérgicos y bien adiestrados gobernadores y tenientes políticos, uno que otro abogaducho de fácil verbo y escritura pomposa ) y el tren está en marcha. Con los años las tecnologías fueron cambiando pero lo de fondo siguió intacto: los pueblos no saben ni entienden por quién ni para qué votaron por esa persona, tampoco saben si su voluntad fue respetada y en el supuesto caso de que obtengan pruebas de que no fue así no les servirá de nada. El funcionario que debe acoger y verificar su reclamo lo rechaza con altivez y no tiene a quien recurrir. Hagamos un poco de historia:
Cuando los militares abandonaron el poder la última vez, en 1979, (¿será la última?) los politiqueros que padecían de  hambre y sed por haber estado casi diez años fuera del reparto de la torta, llegaron a imponer su sello característico: Assad Bucaram, herido en su amor propio tras un inteligente trabajo de los lambones y mediocres que conformaban su Corte, se alió con toda la oligarquía serrana y costeña que le había impedido el paso (?).  Ellos lo hicieron Presidente del Congreso y de esta manera entregó a sus enemigos del ayer el control de la administración de justicia. León Febres Cordero a los pocos días de inaugurado el Régimen, en vibrante discurso en la Cámara, afirmó ante los asombrados ecuatorianos que la Fuerza del Cambio había fracasado, fracaso hecho patente en menos de veinte días de administración. Dentro del gobierno roldosista la voracidad demo popular empuñaba al arranche la entrega de los cargos públicos más significativos e importantes para su proyecto futuro, para lo cual ya había establecido sólidos lazos de intimidad y comprensión con nuestros enemigos de la primera vuelta electoral (Rodrigo Paz, Dunn Barreiro, Aspiazu Seminario y otros). Roldós, prácticamente solo, careció de la malicia que a un gobernante previsivo debe acompañar y cuando se dio cuenta del encerrón al que estaba sometido ya era tarde. Por supuesto, el MPD, cumpliendo las tareas para las que fue creado, ya se integraba al caos que la oligarquía reaccionaria había puesto en marcha: la jornada laboral se redujo a cuarenta horas, el salario mínimo se duplicó de un día para el otro y para destruir el Seguro Social se dictó la ley más demagógica del planeta: jubilación de la mujer a los 25 años de trabajo, sin límite de edad y con el 100% del último salario aportado. Estaba clara la maniobra de la oligarquía: el gobierno de Roldós tenía que fracasar rotundamente, para que nunca más los ecuatorianos soñaran en desembarazarse de los límites que la oligarquía y el imperialismo nos han impuesto.
      El caos sobrevino en el Ecuador. Hurtado, León Febres Cordero, Sixto Durán Ballén, Abdalá, Mahuad, Noboa, Alarcón, Gutiérrez, Palacio, no fueron más que fantoches que daban la cara mientras nuestro país era saqueado por una gavilla de bandidos, de adentro y de afuera. Privatizar todos los bienes públicos, a precio de gallina enferma, era el objetivo de todos los grandes banqueros, dirigentes de las diferentes cámaras de la producción, formadores de la opinión pública y todos los esbirros que florecen y se desarrollan en naciones como las nuestras. Por supuesto, la Embajada Imperial, vigilaba con atenta mirada.  No entenderé jamás el fracaso del gobierno de Rodrigo Borja, el único de los nombrados que a mi juicio había estudiado en profundidad y entendido las causas de nuestra tragedia como nación. Se preciaba de haber conformado un partido político moderno, a tono con la realidad del Ecuador y el mundo, con cuadros preparados y habilitados para asumir sus tareas, obtuvo un Congreso a su favor, creí y creo en su honestidad personal, pero gobernó con los más destacados émulos de Rififi. El pueblo lo ha castigado impidiendo su retorno al Palacio de Carondelet. ¡Dios mío! ¿Es que no hay nadie que pueda gobernar un país como el nuestro y dejar una huella en la historia?
      Después de un cuarto de siglo de ser regido por mediocres y ladrones de cuello blanco, cualquiera podía ser Presidente. Chávez en Venezuela había abierto la puerta de un nuevo sueño: si algún país había sido robado sin discrimen alguno por su partidocracia corrupta, ese había sido precisamente la patria de Bolívar. Se decía socialista y antiimperialista. ¿A quién podíamos dirigir los ojos? Algunas acciones lo manifestaban diferente y no fue extraño que el ensayo chavista entusiasmara a una gran parte del continente. El mismo coronel Gutiérrez tuvo la desvergüenza de tratar de fundamentar su candidatura en el nuevo pensamiento bolivariano y hasta escribió una carta en tal sentido, de una prosodia desconcertante, por la cual solicitaba a Chávez una ayuda para convertir el Ecuador en la próxima República Bolivariana. Esa permanente conducta a la que conocemos como “sapada criolla” es la que motivó a algún avispado a introducir al economista Correa en nuestra vida pública. Nadie había oído hablar de él hasta que Palacio le nombró su Ministro de Economía. Un par de acciones impactantes, bien calculadas, bastaron para calificarle de progresista, izquierdista y antiimperialista. El adjetivo de socialista fue incorporado un poco más tarde, cuando ya Chávez le trataba de “este magnífico muchacho”, pese a la notoria desconfianza que inspiraba en el curtido Fidel.
Visto hoy a la distancia parece difícil creer que una persona que desde muy niño ha sido formado en escuelas y colegios confesionales, que ha llegado a ser Presidente de los estudiantes de una Universidad Católica, que ha sido becado - gracias a su inteligencia y vocación por el estudio - para ingresar a la Universidad Europea donde se forman los mejores cuadros demócrata cristianos de Europa y América y que ha obtenido un Doctorado en Economía en una universidad norteamericana; que, además, los únicos empleos que ha desarrollado en su vida antes de hacerse supuestamente un Presidente revolucionario han estado vinculados a organismos del poder dominante en la economía nacional y mundial, pueda estar comprometido con un proceso radical de estructuras. De su Hoja de Vida, elaborada por su propio puño, sabemos que su primer empleo lo obtuvo en CENDES, una dependencia del Ministerio de Industrias, durante el gobierno de Febres Cordero y el Ministerio de Xavier Neira. Posteriormente, en 1992, bajo el gobierno de Durán Ballén y Dahik, fue nombrado en un cargo de relativa importancia: Director Administrativo Financiero de los proyectos financiados por el BID. (Desde que lo supe me he preguntado en qué parte de mi anatomía hubiera yo recibido un puntapié si hubiera osado solicitar un cargo en dicha institución). Posteriormente fue nombrado profesor en su especialidad, nada más ni nada menos que en la Universidad en la que se forman los cachorros de la pudiente oligarquía ecuatoriana. ¿Cómo fue posible que con todo este pasado, de la noche a la mañana haga confesión de fe socialista y antiimperialista, para aspirar al cargo más elevado de la nación? Y más aún ¿cómo es que uno de los cuadros más conspicuos de la derecha ecuatoriana, Carlos Vallejo Arcos, fuera el encargado de reivindicar su nombre como candidato presidencial?
Acepto mi responsabilidad en la confusión planteada. Como es una norma de mi vida política, no busqué acercarme al candidato para que se fijara en mí, pero sí puse mi estación de radio y la fuerza de mi análisis ante el público que diariamente me escucha para impulsar su nombre, como parecía de toda lógica, ante la posibilidad de elegir a Álvaro Noboa. No dejó de extrañarme constatar que en el grupo íntimo que le rodea - y en su mayoría se ha consolidado con el tiempo - se destacaran y afirmaran nombres de lo más representativo de la ultra derecha ecuatoriana. Me estremecí cuando Diego Delgado me exhibió un listado de los aportantes económicos a su campaña; me entusiasmé con la designación de la Comisión para el estudio de la Deuda Pública Ecuatoriana, que con tanta valentía encabezó el analista argentino Alejandro Olmos Gaona, a través de la cual quedó en evidencia la acción punitiva de la más alta jerarquía del Partido Social Cristiano. Todo quedó en nada, el Contralor Pólit jugó a la cuca con toda la información que se recaudó y parece ser que su premio será el de constituirse en Contralor Perpetuo del Estado Ecuatoriano. Otras comisiones, de supuesto impacto y cuya conformación los ecuatorianos recibíamos con esperanza, tuvieron igual destino: la del Atraco Bancario, la de la Comisión de la Verdad, el show incendiario del ataque colombiano para destruir a la guerrilla de las FARC, el caso de los denominados Videopatiños, el cual, entre paréntesis, nos obliga a los ecuatorianos a exigir que exista en nuestra patria un Organismo de carácter Forense en el cual podamos confiar y no dependa de instituciones que pueden recibir todo tipo de órdenes. Últimamente se ha puesto de moda la creación de la Matriz Productiva y que no es otra cosa que la consagración definitiva del Ecuador a ocupar el papel de sembrador de caña de azúcar y otros productos agrícolas que sirvan para la potencialización de los grandes monopolios del mundo. La derrota del gobierno de Rafael Correa en el último proceso electoral se dio en toda la línea y no tiene sino una sola explicación: a un pueblo se le puede engañar una vez, se le puede engañar varias veces, pero jamás se le podrá engañar por siempre. El Gran Show de la Revolución Ciudadana llegó a su fin y por más esfuerzos que haga el círculo íntimo de brillantes magos de hacedores de imagen que rodean al líder, la suerte está echada. Lo más seguro es que su respuesta será violenta, como sucede en Venezuela, pero la medida traerá peores consecuencias. He leído que cuando un explorador cae en un pozo de arenas movedizas, y, angustiado, se esfuerza mayormente por salir de él, mayor será la velocidad con la que el pozo le devore.
Un análisis especial merece el resultado electoral suscitado en Quito. La derrota de Barrera, un alcalde en funciones con el mayor respaldo a su engañosa gestión concedido por el 99% de todos los medios de información, de todo género, que funcionan en nuestra capital, es de trascendencia histórica y demuestra que nadie puede huir de su pasado por más esfuerzos que haga por liberarse de él. Barrera, de notable carrera camaleónica, ha sabido escurrirse en el fétido mundo de la política como pocos han logrado hacerlo. De guerrillero a dirigente de un naciente Pachakutik, vigoroso, esperanzador, al que le sacó todo el provecho hasta escurrir la última gota; de personaje consentido por el Alcalde Moncayo, prácticamente su mano derecha hasta que apareció el reemplazo, el hasta entonces desconocido Correa, supo utilizar sus encantos para seducir también a este último, quien lo elevó durante el periodo que generó la nueva Constitución. Conocedor como era de todos los intríngulis que acompañaban a esa vergüenza que se llama la Construcción del nuevo aeropuerto de Quito en Tababela, le hizo cambiar de opinión sobre el tema al Presidente Correa, quien ya había expresado en reiterados discursos dentro y fuera del país que la construcción de Tababela constituía una de las vergüenzas más escandalosas suscitadas en la larga y triste noche neoliberal que había presidido al arribo de la Revolución Ciudadana. Esta declaración consta en muchas de sus fogosas declaraciones a los medios públicos y también en la primera versión de su libro EL ECUADOR: DE BANANA REPUBLIC A LA NO REPÚBLICA. Se cargó con la Alcaldía de Quito dejándole con el vestido de novia hecho a su antiguo íntimo y confidente General Moncayo.
Se le fue el tiempo inicial de su mandato en perfeccionar el asalto de Tababela para que finalizara como a él le parecía conveniente y empleó otro tiempo igual de precioso en armar otro proyecto que con el tiempo nos relevará su condición de nuevo asalto: el Metro de Quito. Los esfuerzos finales fueron vanos y por más que el gobierno nacional le inyectó todo el dinero necesario para algunas obras de relumbrón, ya fue tarde. Un político desconocido y según parece fácil de ser entrampado, le propinó una paliza vergonzante. Cómo sería que ni el inefable Tribunal Supremo Electoral pudo darle la mano.
Así se dibuja el Ecuador de hoy, a pasos agigantados hacia la consolidación del gran proyecto de dominación que ha diseñado para nosotros el capitalismo mundial. Pero de esto hablaremos en otra oportunidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario