Por Enrique
Gallegos Arends
Voy a extraer de Wikipedia uno más de los
múltiples ensayos que se han llevado a cabo para tratar de definir qué es un
partido político: veamos. “Un partido
político es una entidad de
interés público con el fin de promover la participación de los ciudadanos en la
vida democrática y contribuir a la integración de la representación nacional;
los individuos que la conforman comparten intereses, visiones de la realidad,
principios, valores, proyectos y objetivos comunes, para de una forma u otra
alcanzar el control del gobierno o parte de él, para llevar a la práctica esos
objetivos.”
No pude evitar que me resultara conmovedora
la serie de fotografías publicadas en los diversos diarios del país y las
cadenas de televisión, que mostraban a los líderes de la Revolución Ciudadana -
y antiguamente hasta socialista - después de conocerse los resultados de las
elecciones efectuadas el domingo 23 de febrero próximo pasado. Los rostros
famélicos y desencajados, que quién sabe cuántos ríos de lágrimas habían
derramado antes de ser sorprendidos por la cámara fotográfica, no hacían otra
cosa que ratificar la tragedia más desgarradora que sacude al Ecuador desde su
nacimiento: en este espacio territorial al que llamamos Ecuador no han existido
jamás partidos políticos. Desde el estado Floreano hasta el último ensayo
Correísta los procedimientos y las prácticas se reiteran: un grupo de amigos,
parientes y personas vinculadas a través del sueño de hacer fortuna buscan - o
más bien, se arriman - a una persona que por una u otra razón ha alcanzado una
imagen de liderazgo transferido a las masas a través de determinadas artimañas,
reúnen los fondos requeridos para aceitar la maquinaria que de manera
indispensable tendrá que entrar en funcionamiento ( curas de parroquia,
caciques de barrio, enérgicos y bien adiestrados gobernadores y tenientes
políticos, uno que otro abogaducho de fácil verbo y escritura pomposa ) y el
tren está en marcha. Con los años las tecnologías fueron cambiando pero lo de
fondo siguió intacto: los pueblos no saben ni entienden por quién ni para qué
votaron por esa persona, tampoco saben si su voluntad fue respetada y en el
supuesto caso de que obtengan pruebas de que no fue así no les servirá de nada.
El funcionario que debe acoger y verificar su reclamo lo rechaza con altivez y
no tiene a quien recurrir. Hagamos un poco de historia:
Cuando los militares abandonaron el poder la
última vez, en 1979, (¿será la última?) los politiqueros que padecían de hambre y sed por haber estado casi diez años
fuera del reparto de la torta, llegaron a imponer su sello característico:
Assad Bucaram, herido en su amor propio tras un inteligente trabajo de los
lambones y mediocres que conformaban su Corte, se alió con toda la oligarquía
serrana y costeña que le había impedido el paso (?). Ellos lo hicieron Presidente del Congreso y de
esta manera entregó a sus enemigos del ayer el control de la administración de
justicia. León Febres Cordero a los pocos días de inaugurado el Régimen, en
vibrante discurso en la Cámara, afirmó ante los asombrados ecuatorianos que la
Fuerza del Cambio había fracasado, fracaso hecho patente en menos de veinte
días de administración. Dentro del gobierno roldosista la voracidad demo
popular empuñaba al arranche la entrega de los cargos públicos más significativos
e importantes para su proyecto futuro, para lo cual ya había establecido
sólidos lazos de intimidad y comprensión con nuestros enemigos de la primera
vuelta electoral (Rodrigo Paz, Dunn Barreiro, Aspiazu Seminario y otros).
Roldós, prácticamente solo, careció de la malicia que a un gobernante previsivo
debe acompañar y cuando se dio cuenta del encerrón al que estaba sometido ya
era tarde. Por supuesto, el MPD, cumpliendo las tareas para las que fue creado,
ya se integraba al caos que la oligarquía reaccionaria había puesto en marcha:
la jornada laboral se redujo a cuarenta horas, el salario mínimo se duplicó de
un día para el otro y para destruir el Seguro Social se dictó la ley más
demagógica del planeta: jubilación de la mujer a los 25 años de trabajo, sin
límite de edad y con el 100% del último salario aportado. Estaba clara la
maniobra de la oligarquía: el gobierno de Roldós tenía que fracasar
rotundamente, para que nunca más los ecuatorianos soñaran en desembarazarse de
los límites que la oligarquía y el imperialismo nos han impuesto.
El
caos sobrevino en el Ecuador. Hurtado, León Febres Cordero, Sixto Durán Ballén,
Abdalá, Mahuad, Noboa, Alarcón, Gutiérrez, Palacio, no fueron más que fantoches
que daban la cara mientras nuestro país era saqueado por una gavilla de
bandidos, de adentro y de afuera. Privatizar todos los bienes públicos, a
precio de gallina enferma, era el objetivo de todos los grandes banqueros,
dirigentes de las diferentes cámaras de la producción, formadores de la opinión
pública y todos los esbirros que florecen y se desarrollan en naciones como las
nuestras. Por supuesto, la Embajada Imperial, vigilaba con atenta mirada. No entenderé jamás el fracaso del gobierno de
Rodrigo Borja, el único de los nombrados que a mi juicio había estudiado en
profundidad y entendido las causas de nuestra tragedia como nación. Se preciaba
de haber conformado un partido político moderno, a tono con la realidad del
Ecuador y el mundo, con cuadros preparados y habilitados para asumir sus
tareas, obtuvo un Congreso a su favor, creí y creo en su honestidad personal,
pero gobernó con los más destacados émulos de Rififi. El pueblo lo ha castigado
impidiendo su retorno al Palacio de Carondelet. ¡Dios mío! ¿Es que no hay nadie
que pueda gobernar un país como el nuestro y dejar una huella en la historia?
Después
de un cuarto de siglo de ser regido por mediocres y ladrones de cuello blanco,
cualquiera podía ser Presidente. Chávez en Venezuela había abierto la puerta de
un nuevo sueño: si algún país había sido robado sin discrimen alguno por su
partidocracia corrupta, ese había sido precisamente la patria de Bolívar. Se
decía socialista y antiimperialista. ¿A quién podíamos dirigir los ojos?
Algunas acciones lo manifestaban diferente y no fue extraño que el ensayo chavista
entusiasmara a una gran parte del continente. El mismo coronel Gutiérrez tuvo
la desvergüenza de tratar de fundamentar su candidatura en el nuevo pensamiento
bolivariano y hasta escribió una carta en tal sentido, de una prosodia
desconcertante, por la cual solicitaba a Chávez una ayuda para convertir el
Ecuador en la próxima República Bolivariana. Esa permanente conducta a la que
conocemos como “sapada criolla” es la que motivó a algún avispado a introducir
al economista Correa en nuestra vida pública. Nadie había oído hablar de él
hasta que Palacio le nombró su Ministro de Economía. Un par de acciones
impactantes, bien calculadas, bastaron para calificarle de progresista,
izquierdista y antiimperialista. El adjetivo de socialista fue incorporado un poco
más tarde, cuando ya Chávez le trataba de “este magnífico muchacho”, pese a la
notoria desconfianza que inspiraba en el curtido Fidel.
Visto hoy a la distancia parece difícil creer
que una persona que desde muy niño ha sido formado en escuelas y colegios
confesionales, que ha llegado a ser Presidente de los estudiantes de una
Universidad Católica, que ha sido becado - gracias a su inteligencia y vocación
por el estudio - para ingresar a la Universidad Europea donde se forman los
mejores cuadros demócrata cristianos de Europa y América y que ha obtenido un
Doctorado en Economía en una universidad norteamericana; que, además, los
únicos empleos que ha desarrollado en su vida antes de hacerse supuestamente un
Presidente revolucionario han estado vinculados a organismos del poder
dominante en la economía nacional y mundial, pueda estar comprometido con un
proceso radical de estructuras. De su Hoja de Vida, elaborada por su propio
puño, sabemos que su primer empleo lo obtuvo en CENDES, una dependencia del Ministerio
de Industrias, durante el gobierno de Febres Cordero y el Ministerio de Xavier
Neira. Posteriormente, en 1992, bajo el gobierno de Durán Ballén y Dahik, fue
nombrado en un cargo de relativa importancia: Director Administrativo
Financiero de los proyectos financiados por el BID. (Desde que lo supe me he
preguntado en qué parte de mi anatomía hubiera yo recibido un puntapié si
hubiera osado solicitar un cargo en dicha institución). Posteriormente fue
nombrado profesor en su especialidad, nada más ni nada menos que en la
Universidad en la que se forman los cachorros de la pudiente oligarquía
ecuatoriana. ¿Cómo fue posible que con todo este pasado, de la noche a la
mañana haga confesión de fe socialista y antiimperialista, para aspirar al
cargo más elevado de la nación? Y más aún ¿cómo es que uno de los cuadros más
conspicuos de la derecha ecuatoriana, Carlos Vallejo Arcos, fuera el encargado
de reivindicar su nombre como candidato presidencial?
Acepto mi responsabilidad en la confusión
planteada. Como es una norma de mi vida política, no busqué acercarme al
candidato para que se fijara en mí, pero sí puse mi estación de radio y la
fuerza de mi análisis ante el público que diariamente me escucha para impulsar
su nombre, como parecía de toda lógica, ante la posibilidad de elegir a Álvaro
Noboa. No dejó de extrañarme constatar que en el grupo íntimo que le rodea - y
en su mayoría se ha consolidado con el tiempo - se destacaran y afirmaran
nombres de lo más representativo de la ultra derecha ecuatoriana. Me estremecí
cuando Diego Delgado me exhibió un listado de los aportantes económicos a su
campaña; me entusiasmé con la designación de la Comisión para el estudio de la
Deuda Pública Ecuatoriana, que con tanta valentía encabezó el analista
argentino Alejandro Olmos Gaona, a través de la cual quedó en evidencia la
acción punitiva de la más alta jerarquía del Partido Social Cristiano. Todo
quedó en nada, el Contralor Pólit jugó a la cuca con toda la información que se
recaudó y parece ser que su premio será el de constituirse en Contralor
Perpetuo del Estado Ecuatoriano. Otras comisiones, de supuesto impacto y cuya
conformación los ecuatorianos recibíamos con esperanza, tuvieron igual destino:
la del Atraco Bancario, la de la Comisión de la Verdad, el show incendiario del
ataque colombiano para destruir a la guerrilla de las FARC, el caso de los
denominados Videopatiños, el cual, entre paréntesis, nos obliga a los
ecuatorianos a exigir que exista en nuestra patria un Organismo de carácter
Forense en el cual podamos confiar y no dependa de instituciones que pueden
recibir todo tipo de órdenes. Últimamente se ha puesto de moda la creación de
la Matriz Productiva y que no es otra cosa que la consagración definitiva del
Ecuador a ocupar el papel de sembrador de caña de azúcar y otros productos
agrícolas que sirvan para la potencialización de los grandes monopolios del
mundo. La derrota del gobierno de Rafael Correa en el último proceso electoral
se dio en toda la línea y no tiene sino una sola explicación: a un pueblo se le
puede engañar una vez, se le puede engañar varias veces, pero jamás se le podrá
engañar por siempre. El Gran Show de la Revolución Ciudadana llegó a su fin y
por más esfuerzos que haga el círculo íntimo de brillantes magos de hacedores
de imagen que rodean al líder, la suerte está echada. Lo más seguro es que su
respuesta será violenta, como sucede en Venezuela, pero la medida traerá peores
consecuencias. He leído que cuando un explorador cae en un pozo de arenas
movedizas, y, angustiado, se esfuerza mayormente por salir de él, mayor será la
velocidad con la que el pozo le devore.
Un análisis especial merece el resultado
electoral suscitado en Quito. La derrota de Barrera, un alcalde en funciones
con el mayor respaldo a su engañosa gestión concedido por el 99% de todos los
medios de información, de todo género, que funcionan en nuestra capital, es de
trascendencia histórica y demuestra que nadie puede huir de su pasado por más
esfuerzos que haga por liberarse de él. Barrera, de notable carrera camaleónica,
ha sabido escurrirse en el fétido mundo de la política como pocos han logrado
hacerlo. De guerrillero a dirigente de un naciente Pachakutik, vigoroso,
esperanzador, al que le sacó todo el provecho hasta escurrir la última gota; de
personaje consentido por el Alcalde Moncayo, prácticamente su mano derecha
hasta que apareció el reemplazo, el hasta entonces desconocido Correa, supo
utilizar sus encantos para seducir también a este último, quien lo elevó
durante el periodo que generó la nueva Constitución. Conocedor como era de
todos los intríngulis que acompañaban a esa vergüenza que se llama la
Construcción del nuevo aeropuerto de Quito en Tababela, le hizo cambiar de
opinión sobre el tema al Presidente Correa, quien ya había expresado en
reiterados discursos dentro y fuera del país que la construcción de Tababela
constituía una de las vergüenzas más escandalosas suscitadas en la larga y
triste noche neoliberal que había presidido al arribo de la Revolución
Ciudadana. Esta declaración consta en muchas de sus fogosas declaraciones a los
medios públicos y también en la primera versión de su libro EL ECUADOR: DE
BANANA REPUBLIC A LA NO REPÚBLICA. Se cargó con la Alcaldía de Quito dejándole
con el vestido de novia hecho a su antiguo íntimo y confidente General Moncayo.
Se le fue el tiempo inicial de su mandato en
perfeccionar el asalto de Tababela para que finalizara como a él le parecía
conveniente y empleó otro tiempo igual de precioso en armar otro proyecto que
con el tiempo nos relevará su condición de nuevo asalto: el Metro de Quito. Los
esfuerzos finales fueron vanos y por más que el gobierno nacional le inyectó
todo el dinero necesario para algunas obras de relumbrón, ya fue tarde. Un
político desconocido y según parece fácil de ser entrampado, le propinó una
paliza vergonzante. Cómo sería que ni el inefable Tribunal Supremo Electoral
pudo darle la mano.
Así se dibuja el Ecuador de hoy, a pasos
agigantados hacia la consolidación del gran proyecto de dominación que ha
diseñado para nosotros el capitalismo mundial. Pero de esto hablaremos en otra
oportunidad.
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