Cuando ceder espacios a la oposición es la mejor estrategia
Hay ocasiones en las que ceder espacio político a la oposición resulta más beneficioso que asumir por la propia mano una posición de poder. Aunque este principio de gobernabilidad puede lucir contra intuitivo, en realidad propicia equilibrios políticos, cooperación social y, en definitiva, aviva la convivencia democrática. Además, recurrir a dicho principio puede evitar (o al menos reducir) la conflictividad política interna.
Ceder espacio político a la oposición, por tanto, no debe ser visto como una señal de debilidad sino más bien como una forma de mantener el poder de forma inteligente. En algunas ocasiones, la omisión de dicho principio de gobernabilidad lleva a que, en el afán de ganar terreno en lo político, se termine afectando lo poco o mucho que se ha alcanzado. La designación de la presidenta de la Asamblea Nacional es un caso ilustrativo de un gobierno que, en la búsqueda de afianzarse en el poder, termina erosionando los pocos espacios alcanzados.
Por un lado, la designación de Elizabeth Cabezas aviva las diferencias y tensiones ya existentes en el interior del movimiento de gobierno. De hecho, la nueva presidenta de la Asamblea Nacional no sólo abre un nuevo frente de disputa por la hegemonía de AP (el que ella misma dirige) sino que a la par transmite a la facción manabita en el gobierno la señal de que su designación debe ser entendida por ellos como un revés político. Como reacción, la carta de negociación de la facción costeña de AP será la posibilidad de ir a las próximas elecciones seccionales bajo el auspicio exclusivo de sus propios movimientos (o incluso en alianza con otros partidos). Esta tensión estará presente a lo largo de los próximos meses y seguramente se intensificará en la medida que el calendario electoral se vaya acercando.
Adicionalmente, la designación de la nueva presidenta de la Asamblea Nacional llevará a que las diferencias con la facción del ex titular de la legislatura y sus aliados se hagan más explícitas. No es casual que muchos asambleístas oficialistas se hayan abstenido de votar por su destitución. Por si esto fuera poco, haber conducido a Elizabeth Cabezas al espacio que ahora ocupa revela que la línea de AP más cercana al Presidente Moreno carece de una representación sustantiva en la legislatura. La mayoría de cuadros políticos a los que se identifica con la primera etapa de la Revolución Ciudadana están en Carondelet y sus alrededores pero adolecen de un articulador en la Asamblea Nacional. Ese actor estratégico pudo ser Miguel Carvajal, pero al renunciar a su curul, el gobierno perdió allí un vínculo clave. En dichas circunstancias, permitir que un opositor moderado como René Yandún acceda a la presidencia de la legislatura habría permitido al gobierno zanjar sus diferencias internas de forma más ordenada, asumiendo los costos políticos de dicha decisión de forma compartida entre las facciones ya existentes.
Por otro lado, la designación de la nueva presidenta de la Asamblea Nacional abrió paso a que la relación ejecutivo-legislativo asuma las dinámicas depredadoras de antaño, con el agravante de que el movimiento oficialista carece de los recursos políticos y materiales para enfrentarlas. En efecto, el gobierno nacional debe tener claro que la coalición articulada para la designación de Elizabeth Cabezas no implica acuerdos programáticos en torno a una agenda legislativa, tampoco participación directa en el gobierno y mucho menos responsabilidad compartida. Desafortunadamente, cada una de las leyes enviadas se aprobará con mayorías de distinto color y de distinto tamaño. “El voto no se da al por mayor sino al detal, así se puede extorsionar más a los gobiernos”, decía un viejo adagio de la política de los ochentas y noventa. Ese guión, con ligeros cambios de estilo y algunos actores nuevos, será el que se repita al menos hasta que se acerquen las elecciones seccionales pues “en campaña no hay peor diatriba que ser llamado gobiernista”.
Así, gobernar cómodamente desde la legislatura, sin asumir cargos visibles, sin tomar responsabilidades, apoyando determinados proyectos de ley a cambio de espacios que permitan articular la maquinaria electoral o la provisión de aceite que luego permita poner en funcionamiento la maquinaria electoral, será el libreto de la oposición. En dichas condiciones, entregar la presidencia de la Asamblea Nacional a un opositor equilibrado como René Yandún, por ejemplo, habría facilitado la relación del Presidente Moreno con la legislatura. Figurativamente, dicha decisión habría presionado a la oposición a asumir las responsabilidades políticas a las que históricamente han rehuido (pues la candidatura de Mae Montaño se da casi sobre el momento mismo de la votación, cuando todo estaba consumado). Sea por error de cálculo político, ingenuidad o por ambas razones, lo cierto es que el gobierno nacional pudo ganar mucho más si cedía el espacio de la presidencia de la Asamblea Nacional a la oposición.
Aunque siempre será posible para el gobierno enmendar los acuerdos que están tras la designación de la presidencia de la Asamblea Nacional, hacerlo implicará sangre, sudor y lágrimas. En política ni los votos ni los almuerzos son gratis. Desandar lo andado cuesta, y en ocasiones cuesta bastante. La historia reporta casos de presidentes que, en el intento de evadir las cláusulas leoninas de este tipo de acuerdos políticos, han terminado sus períodos de forma abrupta. Sin embargo, y más allá que un principio básico de gobernabilidad como es la cesión de espacios a la oposición ha sido desatendido, allí radica precisamente la oportunidad para que Elizabeth Cabezas asuma el reto de jugarse políticamente, demuestre sus destrezas y presione a la oposición para que asuma las responsabilidades que tradicionalmente han eludido. Ofrecer una salida viable, con los menores costos políticos posibles para el gobierno y el país, es el gran desafío al que ahora mismo se enfrenta la nueva presidenta de la Asamblea Nacional.
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