Correa cebó a los terroristas del norte
La guerra a la cual hacen frente la Policía y las FF.AA. en el norte, catapultó al presidente Moreno ante las cámaras. Dos veces ha salido ante el país para reaccionar ante los atentados criminales que han herido o matado a soldados ecuatorianos. Lo ha hecho con un discurso fogoso como si se tratara de apagar un incendio y pasar a otra cosa. Pero no es así. Las salidas del Ejecutivo prueban, en forma dramática, que su gobierno está improvisando una respuesta en una zona que es un verdadero polvorín desde hace más de una década. Y su discurso es inapropiado: no se trata de una reacción terrorista ante una acción del Estado. Es la reacción terrorista por la intromisión del Estado en una zona que desde hace años los narcoterroristas consideran suya.
La guerra declarada a los grupos irregulares, porque la declaró César Merizalde, jefe del Comando Conjunto, no se encara con discursos fogosos. Ni la figura presidencial puede ser utilizada cada vez que un carrobomba o una emboscada atenta contra la vida de los ciudadanos en uniforme. La guerra que los narcotraficantes declararon al gobierno puede ser larga y dolorosa para el país. Las experiencias de Colombia y de México pueden ser ilustrativas y provechosas y el gobierno debería solicitar asesoría en ese campo. Esas tragedias enseñan que el gobierno, en primer lugar, tiene que trazar una estrategia que involucre a todas las instituciones y que sea múltiple: política, social, judicial, militar, informativa, internacional, interinstitucional, de inteligencia…
La amenaza que hacen pesar los grupos de narcotraficantes necesita coherencia institucional, mandos centralizados y una estrategia adecuada. De poco sirve, por ejemplo, colmar la zona de militares –muchos inexpertos frente a este tipo de riesgos–, convertir sus regimientos en verdaderos fortines o poner a fuerzas especiales a requisar en los retenes. Eso no asegura ventaja alguna contra grupos terroristas en contra de los cuales se requiere una enorme labor de inteligencia. El capitán Edwin Ortega lo dice mejor en su cuenta de Twitter.
La amenaza que hacen pesar los grupos de narcotraficantes necesita coherencia institucional, mandos centralizados y una estrategia adecuada. De poco sirve, por ejemplo, colmar la zona de militares –muchos inexpertos frente a este tipo de riesgos–, convertir sus regimientos en verdaderos fortines o poner a fuerzas especiales a requisar en los retenes. Eso no asegura ventaja alguna contra grupos terroristas en contra de los cuales se requiere una enorme labor de inteligencia. El capitán Edwin Ortega lo dice mejor en su cuenta de Twitter.
El gobierno de Lenín Moreno está ante la imperiosa necesidad de recuperar el tiempo perdido. No sobra que, por cuerda separada, pida cuentas a los actores que durante largos años guardaron información, no actuaron y tampoco alertaron al país sobre lo que estaba ocurriendo en la frontera norte.
Rafael Correa sabía. Sabían ministros suyos como Miguel Carvajal y Javier Ponce. Y seguramente sabían los ministros de la Política, de Defensa y de Seguridad Interna y Externa que los sucedieron. Sabían los comandantes de las Fuerzas Armadas y de la Policía. Sabían los fiscales cuyos representantes en esas zonas viven bajo amenazas desde hace lustros. Y los jueces que en 2009 ya pedían que para ciertos casos se buscaran mecanismos que les permitiera administrar justicia sin tener que arriesgar su vida. Jueces sin rostro, por ejemplo.
Rafael Correa sabía. Sabían ministros suyos como Miguel Carvajal y Javier Ponce. Y seguramente sabían los ministros de la Política, de Defensa y de Seguridad Interna y Externa que los sucedieron. Sabían los comandantes de las Fuerzas Armadas y de la Policía. Sabían los fiscales cuyos representantes en esas zonas viven bajo amenazas desde hace lustros. Y los jueces que en 2009 ya pedían que para ciertos casos se buscaran mecanismos que les permitiera administrar justicia sin tener que arriesgar su vida. Jueces sin rostro, por ejemplo.
La guerra que se vive en el norte (Manabí es otro polvorín) es una de las página más tétricas del correísmo. Y nutre las peores sospechas sobre su tolerancia, pactada o asumida, con una organización criminal como fueron las FARC. Durante su gobierno, el Estado correísta en su conjunto sabía no lo que se incubaba en el norte sino lo estaba realmente ocurriendo. Con Correa se agravó lo que venía pasando desde años antes de que llegara a Carondelet. La inacción de su gobierno permitió que los factores y los actores del narcotráfico –que son en alto grado desestabilizadores y corruptores– se instalen en la zona. Y que en esa empresa criminal se integren delincuentes nacionales, en un entorno en el cual la pobreza no permite distinguir, a muchos, entre lo que es delito y lo que no lo es.
Correa dejó una bomba al país. Que obliga al gobierno de Lenín Moreno a crear un cuarto de crisis donde políticos, miembros de la fuerza pública y sus servicios de inteligencia, la Fiscalía, la Judicatura y los responsables de las zonas directamente afectadas trabajen en una misma dirección. En situaciones parecidas en otros países, los políticos han encarado la situación unidos y conscientes de que el gobierno de turno, para ser eficaz, debe pensar con cabeza fría y evitar la espectacularidad. El Presidente debería invitar a las fuerzas políticas, a todas, a asumir un compromiso a su lado, frente a la amenaza que ya suma soldados muertos y heridos.
Correa dejó que el país perdiera el Norte; Moreno tiene ahora que liderar la tarea de recuperarlo.
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