sábado, 24 de marzo de 2018

In memóriam



Publicado el 24 marzo, 201823 marzo, 2018 por BLL
[Alberto Ordóñez Ortiz]
Las revolucionarias teorías de Stephen Hawking -recientemente fallecido- plantean con renovado énfasis su decisivo empeño por descifrar los mayores enigmas que envuelven a nuestro universo. Su contribución a ese propósito constituye uno de los más notables aportes que, por su vigor, penetra hondo en esa mistérica dirección que curiosamente, se vuelve más hermética en la medida de su avance. Parecería que después de cada puerta que abrimos aparecen a continuación un infinito número de nuevas puertas. Si se me permite el símil, permítanme denominarlo como el callejón de las puertas infinitas. Basta recordar algunos hechos históricos que nos hablan de ese abrir de puertas, como una constante de la investigación científica: Pitágoras, por ejemplo, en el siglo VI antes de Cristo, había concebido una tierra esférica en el centro de un Universo esférico. Nicolás Copérnico en plena edad media proclamó que era el Sol y no la Tierra, el que se hallaba en el centro del Universo. Giordano Bruno fue quemado por la iglesia por haber sostenido que había un número infinito de mundos. Galileo tuvo que retractarse por ideas similares para evitar la “hoguera bárbara” del oscurantismo dominante de entonces. La postura científica actual es la de que no hay límite cósmico, pero tampoco centro cósmico.
No pretendo descifrarlos, porque no dispongo de los conocimientos, menos todavía de la capacidad científica requerida, pero si dejar constancia de ciertas nociones generales que vale recordarlas en memoria de Hawking, quien, pese a padecer de una esclerosis lateral amiotrófica que ataca a las neuronas -las transportadoras de la inteligencia-, fue capaz de cambiar radicalmente la visión del Universo. Para comunicarse utilizaba un sintetizador que daba a su voz una tonalidad robótica, transmisora de su revolucionario pensamiento que no se detuvo tan sólo en lo científico sino que se extendió a una visión ecológica de corte místico que proclamaba la defensa del planeta y de todo ser, como el primero de los mandamientos. Se debería decir entonces que su voz robótica, tenía más humanismo que las voces de quienes explotan los recursos naturales de manera desenfrenada y por encima del respeto a toda forma de vida que sin duda posible es expresión de lo intocable por sagrado.
La Teoría de los Agujeros Negros planteada por Hawking, partía, inicialmente, de la idea generalizada en la Comunidad Científica de que cuando una estrella de cierto tamaño implosiona, se reducía a un punto infinitesimal que, por su supergravedad era capaz de virtualmente “tragarse” a sistema solares enteros, a galaxias y aún a la misma luz. Sin embargo, es en el 2004 Hawking sorprendió al mundo al sostener que: “los agujeros negros en lugar de absorberlo todo, dejaban escapar campos de radiaciones en los que estarían escritas todas las leyes universales y que serían el sustento que permitiría ahondar y consolidar la “Teoría del Todo”.
La unidad y la armonía cósmica nos permiten vislumbrar que todo es obra de un “Arquitecto del Universo” y que en esa obra que mantiene un profundo sentido de finalidad nos incluye a cada uno de nosotros. (O)

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