Señor Nebot, la troncha está en otras partes
La Asamblea Nacional entró en vacancia hasta el 9 de abril. Su Consejo de Administración ratificó el receso sin importar la urgencia de ciertas leyes y la comparecencia de funcionarios cuestionados. Los legisladores se fueron de vacaciones sin haber siquiera resuelto el tema de sus propias directivas y la composición de sus comisiones.
Esa famosa reestructuración ha dado lugar, en bancadas de la oposición, a reales pruebas de desprendimiento y respeto ciego al espíritu y a la letra de la ley y los reglamentos correístas que, por ser inhabituales en estos tiempos, merecen ser señaladas. Se ha dicho que esa reestructuración es ilegal e inoportuna. Que en vez de discutir de cargos se hable de empleo, de lucha contra la corrupción, de apoyo a las empresas. Con el mismo ímpetu se ha dicho que sacar a los correístas de las presidencias de las comisiones (algunas no trabajan desde hace meses) o del CAL (que socapó todos los intentos de fiscalización) son un “acto de reparto”.
El mensaje político, si se entiende bien, es tan claro como inmaculado: aquellos que ocupan cargos en la Asamblea son miembros de argollas que reparten troncha.
Si esa es verdad, si así es la realidad política en la Asamblea, los parlamentarios de la oposición, del PSC y de SUMA por ejemplo, deberían extremar su reflexión y sus acciones. Y la opinión pública lo agradecería. De dos una: si esos cargos son sinónimo de troncha, ellos están obligados a combatirla con denuedo y cambiar los mecanismos que la generan y que la aceitan. Y deben decir al país en qué hechos concretos de corrupción se traduce ese reparto de troncha. No basta con evocarla, dejar que la imaginación divague y desentenderse mientras, con su aquiescencia, otros se la reparten en su presencia. Conocer de un delito y no denunciarlo es ser cómplice: no basta con lavarse las manos en público.
Si esa es verdad, si así es la realidad política en la Asamblea, los parlamentarios de la oposición, del PSC y de SUMA por ejemplo, deberían extremar su reflexión y sus acciones. Y la opinión pública lo agradecería. De dos una: si esos cargos son sinónimo de troncha, ellos están obligados a combatirla con denuedo y cambiar los mecanismos que la generan y que la aceitan. Y deben decir al país en qué hechos concretos de corrupción se traduce ese reparto de troncha. No basta con evocarla, dejar que la imaginación divague y desentenderse mientras, con su aquiescencia, otros se la reparten en su presencia. Conocer de un delito y no denunciarlo es ser cómplice: no basta con lavarse las manos en público.
También cabe, claro, la posibilidad de que ese discurso no tenga asidero. En cuyo caso, las bancadas que lo recitan están mintiendo y manipulando a la opinión. Para empezar están asimilando cargos de responsabilidad y de organización administrativa de la Asamblea, con reparto de troncha. Y lo están haciendo en forma automática y descarada sin suministrar pruebas de lo que afirman.
Si ese fuera el caso, están repitiendo la fantasiosa construcción discursiva que se dio durante el proceso político que concluyó con el reemplazo de José Serrano en la Presidencia de la Asamblea Nacional. El PSC para votar con los morenistas dijo, y sigue diciendo, que salvó la institucionalidad.
Gracias a esa confesión, que se inventó o repite Jaime Nebot, el país –que no se percató de tamaño peligro– conoce ahora a sus salvadores. Lo curioso es que, para llevar a cabo ese acto histórico, morenistas y otros aliados llevaron a la presidencia de la Asamblea a una señora con muy pocos pergaminos democráticos, con serios cuestionamientos hechos por el propio Augusto Barrera en la Alcaldía de Quito y que, además, fue asesora de Jorge Glas.
Si ese fuera el caso, están repitiendo la fantasiosa construcción discursiva que se dio durante el proceso político que concluyó con el reemplazo de José Serrano en la Presidencia de la Asamblea Nacional. El PSC para votar con los morenistas dijo, y sigue diciendo, que salvó la institucionalidad.
Gracias a esa confesión, que se inventó o repite Jaime Nebot, el país –que no se percató de tamaño peligro– conoce ahora a sus salvadores. Lo curioso es que, para llevar a cabo ese acto histórico, morenistas y otros aliados llevaron a la presidencia de la Asamblea a una señora con muy pocos pergaminos democráticos, con serios cuestionamientos hechos por el propio Augusto Barrera en la Alcaldía de Quito y que, además, fue asesora de Jorge Glas.
Algo no calza en ese discurso que busca posicionar a algunos políticos como seres desinteresados, totalmente inmaculados y prestos a ser incomprendidos, a quedarse, como dice Nebot, totalmente solos. No hay político que no sea interesado, que no quiera halar toda la manta para su lado, que no crea poseer la verdad, que no se crea inmaculado y que no invente coartadas para esconderse tras ellas. El problema no radica en eso: está en querer posicionar esos deseos como los referentes para que la sociedad debata, sobre sus acciones y posiciones, en la esfera pública.
No hay debate cuando el PSC y SUMA, por ejemplo, dicen que repartir cargos en la Asamblea (un hecho obvio para que cualquier organización funcione) es repartir troncha. El debate no está ahí: está en mostrar quiénes están mejor preparados para asumir esos cargos, su hoja de vida, su relación con la ética, su plan de trabajo, su adhesión o distancia con la defensa del interés público. Este ejercicio tampoco lo han hecho CREO, la ID y los partidos o movimientos más inclinados por la reestructuración de la Asamblea.
Que el PSC y SUMA quieren volverse adalides de la ética no solo genera una disonancia con la realidad sino que obliga a examinar la historia y el respeto que han tenido por la legalidad (que hoy les hace defender el statu quo correísta en la Asamblea). En ese viaje el PSC y SUMA (Mauricio Rodas es alumno del socialcristianismo) salen mal parados.
No querer unos cargos en la Asamblea no prueba el compromiso de un partido, el que sea, con la transparencia. Muchos partidos obvian esas negociaciones, de poca monta en el fondo, pero históricamente han querido las adunas, el CNE, la Contraloría, la Fiscalía, las empresas públicas, el Ministerio de hidrocarburos o el de Finanzas… Ahí corresponde decir, parafraseando a Kundera: “la troncha está en otra parte”.
No querer unos cargos en la Asamblea no prueba el compromiso de un partido, el que sea, con la transparencia. Muchos partidos obvian esas negociaciones, de poca monta en el fondo, pero históricamente han querido las adunas, el CNE, la Contraloría, la Fiscalía, las empresas públicas, el Ministerio de hidrocarburos o el de Finanzas… Ahí corresponde decir, parafraseando a Kundera: “la troncha está en otra parte”.
Este tipo de debate planteado por supuestos intachables es otra farsa. La política, que con Rafael Correa volvió a los años sesenta, sigue estacionada en el pasado.
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