martes, 22 de septiembre de 2015
El tesoro
Simón Pachano
Se asegura que los niños, los borrachos y los locos dicen la verdad. El líder dijo una gran
verdad la semana pasada. Aseguró que su credibilidad es el mayor tesoro de la revolución.
Quizás le faltó precisar que no solamente es el mayor, sino el único. Ciertamente, hay que
hacer justicia y recordar que esa verdad ya era conocida antes del sinceramiento de la
mañana sabatina. Muchas personas a lo largo de los últimos ocho años la señalaban como
la gran fortaleza de todo el proceso. La diferencia con la confesión propia es que esas otras
miradas consideraban que el peso que iba tomando el liderazgo individual era a la vez su
gran debilidad. Como buenos agoreros del desastre, advertían que si en algún momento
llegaran a cambiar las condiciones, especialmente las económicas, la debilidad se
impondría a la fortaleza.
Ese momento ha llegado. En el panorama inmediato se juntan amenazas externas e
internas que ponen a prueba el modelo basado única y exclusivamente en las virtudes de
una persona. Las externas están ya aquí bajo la forma de caída de los precios del petróleo,
revaluación del dólar, devaluación en los países vecinos, frenazo de la economía china,
potencial erupción del Cotopaxi y fenómeno de El Niño. Las otras, las internas, son un
coctel explosivo conformado por las manifestaciones de descontento, el evidente
desconcierto gubernamental frente a una situación que nunca previeron, la inexistencia de
una organización política sólida, la carencia de cuadros de recambio y el engorroso
problema de la sucesión presidencial (que incluye el procesamiento de las reformas
constitucionales). Juntas, las amenazas internas y externas, configuran un escenario que
no puede ser enfrentado exclusivamente con la fórmula mágica del tesoro de la revolución.
El problema, por lo que se ha visto hasta el momento, es que no han descubierto ni
quieren descubrir otra fórmula. El empecinamiento en la reelección indefinida es el grito
desesperado de quienes saben perfectamente –y lo supieron siempre– que más allá del
líder está el fin de todo. Es muy similar al temor de los personajes de la serie Juego de
tronos a cruzar El Muro para incursionar en las tierras plagadas de monstruos o, peor aún,
al pánico por la posible entrada de estos a los dominios de los Siete Reinos. Como en la
serie televisiva, es la comprobación certera del fin de un ciclo. Pero, a diferencia de la
ficción, aquí los fieles custodios del tesoro no quieren aceptar que el trono puede quedar
vacante y se aferran a que el actual ocupante lo sea por siempre y para siempre.
La apuesta por esa fórmula puede ser la peor solución posible para su propio proyecto
político. Las amenazas, especialmente las externas, exigen ajustes de fondo a la economía.
Quien se decida a hacerlos deberá pagar un precio muy alto en términos de credibilidad y
apoyo ciudadano. Incluso, si el ajuste se restringiera al mayor endeudamiento, el sucesor
deberá pagar las consecuencias. Con la fórmula de la reelección indefinida, ese sucesor
sería el actual propietario del tesoro.
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