martes, 22 de septiembre de 2015

Y Correa vuelve a ser buena gente…

Por José Hernández

¿Han oído últimamente las sabatinas presidenciales? Se parecen a ciertos diarios: son insustanciales. Sirven para sopesar las líneas estratégicas de un gobierno que, ahora sí, confronta serios problemas. Y como Rafael Correa sabe que, ahora sí, tiene que gastar capital político, ha decidido hibernar. Se ve claramente en las medidas económicas anunciadas que no diseñan una verdadera estrategia para encarar la crisis. Hay, no obstante, movidas políticas que muestran que el correísmo está replanteando su estrategia global:
  1. Estrechar los nexos con su base política.
  2. Mirar el gobierno con retrovisor.
  3. Resucitar la rectificadora pero sin que los electores lo noten.
  4. Someter al Presidente a un nuevo makeover.
  1. Estrechar los lazos con su base política: por aquí empezó el correísmo cuando ya no pudo negar la crisis económica. Le resultaba urgente evitar, sobre todo en sus bases, el efecto de dispersión y angustia que dispara la inestabilidad económica. Ese fue el mayor objetivo del cacareado diálogo nacional. Ese y no oír a los disidentes. El Presidente admitió este fin de semana, en el enlace 442, lo que tanto ha negado Pabel Muñoz: las reuniones solo buscaban demostrar que el gobierno tiene la razón. Y lo logró, según dijo. Los interlocutores del gobierno pudieron comprobar que las leyes de la plusvalía y herencias solo afectan a los especuladores y, en forma alguna a la clase media y a los más pobres. Lo que dice el Presidente es que esos mensajes, evidentemente propagandísticos, ahora sí fueron entendidos. El correísmo cree haber tranquilizado, con plata pública, al núcleo fuerte de sus electores. Y de paso haber logrado anclar su única línea de propaganda política para la campaña 2017: ellos representan a los pobres que luchan contra los ricos. En ese plano resulta revelador el intento del Presidente para hacer creer que los multimillonarios Bill Gates, Warren Buffet y hasta Jackie Chan piensan dejar estudios a sus hijos pero ni un centavo. Van a regalar –dijo– toda su fortuna. Lo pueril no riñe con lo simplón.
  1. Mirar al gobierno con retrovisor: la crisis ha obligado al Presidente a hablar del gobierno en pasado. El Presidente, en ese plano, no teme torcer el cuello a la realidad histórica. Si se toma, por ejemplo, un mapa del Ecuador de antes de 2006 y se compara con uno de ahora, se puede ver que la red vial no ha cambiado tan radicalmente como lo dice el Presidente. Han sido renovadas ciertas vías y eso no se discute. Lo novedoso no es el síndrome de Adán que atraviesa el discurso presidencial. Es comprobar que el correísmo no tiene hacia dónde moverse y corre en una baldosa con una enorme lupa que apunta hacia atrás. Correa reescribe en directo las memorias (tantas veces evocadas) de lo que cree que hizo su gobierno. Esta es quizá la mejor prueba del agotamiento político del correísmo.
  1. Resucitar la rectificadora pero sin que se note: Correa ha tenido que engullir culebras creadas por él mismo. Decir por ejemplo que la economía, administrada por él, iba tan bien que resistía un barril de petróleo a 20 dólares. Ahora cambia de discurso, pero no lo promociona en cadenas y sabatinas. Dos ejemplos: la apertura al sector privado (nuevo intento) tras reconocer que el Estado ya no tiene plata para ser el motor de la economía real. Segundo: su felicitación implícita a la banca privada por haber contraído el crédito. Hace unos meses, él amenazaba a los mismos banqueros con obligarlos a abrir nuevas líneas o ampliar las existentes. Sin reservas y con la convicción plena de que los electores no quieren que se caiga la dolarización, el Presidente parece satisfecho de que la banca proteja las reservas para evitar una crisis monetaria que pudiera poner en riesgo la dolarización. El gobierno da esos giros hacia la realidad-real pero evita que el gran electorado note que la rectificadora empezó a funcionar. No hay reconocimiento alguno de que los dogmas correístas han puesto a la economía en una situación de extrema vulnerabilidad. Correa endosa esas consecuencias a la “mala suerte”… Es decir, al azar. A nadie.
  2. Someter al Presidente a un makeover: ¿han visto cómo sonríe el Presidente? Desde que llega a la sabatina, hasta que se va. No se enoja. No aprieta los dientes. No señala con el dedo. No instruye a sus inquisidores o al Fiscal para que persigan. Araña, claro, a Guillermo Lasso y a su amigo Alberto Acosta… No es el Papa quien logró el milagro. Es el mercadeo político cuya lógica, en la actual coyuntura, se resume en pocas palabras: si no tiene qué ofrecer, por lo menos ponga buena cara. Ah, y también declárese buena gente. Correa es disciplinado: eso hace. Y eso dice. Que él es buena persona. Él y los suyos. Que nunca han engañado a nadie. Que solo piensan en el bien público. Que han hecho todo con buena fe. Que nunca han perseguido a nadie. Que todos le creen… Lo dice sin temer perder su credibilidad!
En el enlace del sábado pasado incluso dio la impresión de no saber si hay detenidos por las últimas marchas. Pero, para justificarlos, dijo que había más de un centenar de policías heridos. Se mostró conciliador con los que manifiestan. Esta vez les otorgó que lo hacen legalmente… aunque sin legitimidad.
El libreto que se ensaya en este momento es ese: la mano izquierda presidencial ignora lo que hace la derecha. Él se declara buena persona mientras la Secom levanta un juicio mancondiano a Fundamedios, para cerrarla. Él se declara buena persona aunque su gobierno sea de una opacidad administrativa que da lugar a las peores aseveraciones sobre corrupción y nuevos ricos a granel. Sonreído, buena gente y un hombre lleno de buena fe y de amor por los pobres: Correa ha emprendido la tarea de rehacer su virginidad política. Y la de su gobierno.
Buena persona… es el makeover que el gran publicista que es Vinicio Alvarado (eso dijo el sábado) está ensayando para inventarse el candidato de 2017… A ver si pega.
Retorno al inicio: el enlace sabatino se ha vuelto insustancial porque el correísmo se halla en plena migración política. Eso explica por qué hace subastas miserables (su bici llegó a 10 mil dólares que pueden ser comparados con los 1200 millones de dólares botados en la Refinería del Pacífico) y también chistes (algunos sexistas) mientras evita hablar de los grandes problemas que encara el país. Correa pretende volver a ser un rostro amable mientras sus jueces y sus inquisidores trabajan en las alcantarillas. El 2017 bien merece un libreto más.

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