lunes, 14 de septiembre de 2015

Correa le quiere vender el volcán Pichincha a los empresarios 

Por Emilio Palacio

El miércoles, Alberto Dahik propuso en la UESS una medida no económica sino política para la crisis: Conciliar con la dictadura, a cambio de medidas que beneficien al sector productivo. Foto: El Universo. 
 
Palacio copiaDicen que George C. Parker fue el más grande vendedor de la Historia, porque entre sus logros estuvo haber “vendido” la Estatua de la Libertad y el Madison Square Garden. Acabó en la cárcel de Sing Sing, después de que la policía detuviese a “compradores” suyos que intentaban colocar barreras en el Puente de Brooklyn, para cobrar peaje.
Años después, el ecuatoriano Dante Reyes Moreno “vendió” la Torre del Reloj Municipal de Guayaquil, el Hemiciclo de la Rotonda y una calle de Urdesa. El “Cuentero de Muisne”, como se lo conoció, también acabó en la cárcel. Lo acusaron de homicidio, pero él siempre sostuvo que como arma sólo sabía utilizar el “quiquirimiau”, es decir, sus propias y convincentes palabras. 
Parker y Reyes, sin embargo, “vendían” objetos reales, no quimeras inexistentes. Rafael Correa, en cambio, está intentando venderles a los empresarios de Ecuador un fantasma: la promesa de que “rectificará” sus políticas económicas a cambio de apoyo político. Corrijo por eso el título de este artículo: Lo suyo no es venderles el volcán Pichincha a los empresarios sino algo así como el Tesoro de Atahualpa. Y lo más triste es que para eso ha conseguido el apoyo de un hábil comunicador, Alberto Dahik, que al parecer cree que lo puede utilizar a Correa… sin darse cuenta de que Correa podría utilizarlo a él.
 
Correa tiene su “solución” a la crisis, que no la oculta: desdolarizar 
Algunos sectores de la oposición especulan que Correa llegó al fin de su carrera porque la crisis económica es de tal magnitud que inevitablemente deberá abandonar el poder, quizás incluso por decisión propia.  
 
Los que piensan así probablemente no han visto las noticias de Venezuela, ya que no se han enterado de que un régimen autoritario puede permanecer en el poder incluso con una inflación del 200%, un desabastecimiento del 60% y una caída del PIB del 7%.  ¿El secreto? La maquinita de imprimir billetes, que le permite al estado “pagar” salarios y facturas. 
 
Correa eso lo conoce muy bien, y de allí que no se canse de repetir que sin dolarización él se las arregla. (Al menos en eso ha sido sincero). 
 
El “pequeño” problema es que su fórmula para salir de la dolarización, el dinero electrónico, no ha tenido acogida en la población ni entre los banqueros. 
 
Para superar ese obstáculo, días atrás, la Junta de Política y Regulación Monetaria dictó las regulaciones 105, 108 y 109 (se las puede leer aquí) que modificaron parcialmente el esquema del dinero electrónico: 1) Ahora cada unidad de dinero electrónico deberá tener un dólar de respaldo; 2) esos dólares se guardarán en una cuenta en el Banco Central; y 3) el dinero electrónico ya no será de circulación obligatoria. 
 
A los pocos días, el presidente del Banco del Pichincha, Antonio Acosta, dijo en Radio Democracia que su institución financiera “ahora sí” se incorporará al sistema del dinero electrónico, convirtiendo buena parte de sus dólares (dólares de los depositantes, en realidad) en dinero electrónico, porque con estas resoluciones “sí se puede confiar”.
 
Si Acosta cumple lo ofrecido, y otros banqueros siguen su ejemplo, se habrá despejado el camino para la pretensión de la dictadura: disponer de una nueva moneda convertible (similar al peso argentino de Carlos Menem), diferente del dólar. Entonces, más adelante, derogarán las tres disposiciones mencionadas, autorizándole al gobierno a emitir dinero electrónico sin respaldo, convirtiéndolo en obligatorio, y prohibiendo que abandonen el sistema las instituciones que hasta ese momento se hayan incorporado. 
 
Cuando usted vaya al banco a retirar sus dólares, le devolverán patacones electrónicos; y vaya a quejarse a su abuela, si puede. 
 
La solución de Dahik no es “económica” sino política: negociar con la dictadura 
El miércoles de la semana pasada, Alberto Dahik ofreció una conferencia en la UESS (Universidad de Especialidades Espíritu Santo). Después de analizar las causas de la crisis, propuso una serie de medidas, algunas de las cuales sin duda aliviarían al sector productivo: eliminar el adelanto del impuesto a la renta, eliminar el impuesto a la salida de los capitales, eliminar las salvaguardias a las importaciones. 
 
Pero todo el enfoque del ex vicepresidente estuvo atravesado por una propuesta política: “Buscar una conciliación” entre “gobierno y empresarios” para “cambiar el modelo”, olvidándonos de “sólo protestar, sin ofrecer soluciones”. 
 
Dahik criticó a los que “juegan a la política”, pero sólo para proponer a cambio su propio juego político: Negociar con un presidente inestable y desequilibrado. (Ignoro en qué manual económico encontró una receta así). 
 
Supongamos que Correa acepta la propuesta de Dahik y dicta algunas medidas que alivien las angustias de los empresarios, a cambio de que ellos depongan su beligerancia. No es seguro que lo haga, porque con los dementes nada es seguro; el rato menos pensado, cuando crees que te has ganado su confianza, te escupen en la cara. Pero supongamos que la alianza se hace realidad: Correa habrá conseguido otro de sus propósitos: asegurar su continuidad en el poder, hasta que pueda ponerle fin a la dolarización. Entonces les dará una patada en el trasero a los empresarios y a Dahik, y retomará de nuevo el control absoluto de las riendas económicas. 
 
Correa, de economía no sabe; pero sí sabe utilizar a la gente 
El país está como está porque otro economista brillante, Alberto Acosta, creyó que podría usar a Rafael Correa. Lo vio tan ingenuo, tan infantil, tan ignorante, que pensó que podría utilizarlo para llevarnos a la utopía del Sumak Kawsay. 
 
Ahora le toca el turno a otro economista talentoso, Alberto Dahik, que quizás porque Correa le dio el indulto y le dijo que es “de derecha pero muy inteligente”, se ha convencido de que lo puede utilizar para llevarnos a su utopía neoliberal. 
 
Mucho me temo que más temprano que tarde acabará como el otro Alberto: vilipendiado. Pero eso no es nada; lo peor será cómo acabará el país. 

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