viernes, 25 de septiembre de 2015

La dictadura del robo

ENRIQUE AYALA MORA

El dictador llegó al poder con la oferta de que superaría el pasado de dominio de la derecha, que había gobernado con represión, que perseguía a los que discrepaban en forma dogmática y excluyente. El dictador propició una Asamblea Constituyente en la cual sus partidarios tuvieron mayoría y dictaron una carta fundamental que se dijo era la más avanzada del continente, con reformas progresistas, derechos y garantías que se reconocían por primera vez. Al inicio de su gobierno, el dictador habló de cambios políticos y llamó a colaborar a personajes radicales y progresistas. Se enfrentó con el clero reaccionario a propósito de las nuevas normas constitucionales. Mucha gente creyó que estaba viviendo en un país distinto, modelo de América Latina. El dictador tuvo suerte, porque su gobierno recibió fabulosos ingresos públicos como nunca antes en la historia. Y los gastó en suntuosas obras, en ceremonias públicas destinadas a exaltar su imagen ante el pueblo, al que se inducía a verlo como el salvador, el destinado a redimirlo. Pero con el tiempo, el verdadero carácter del gobierno fue develándose. El dictador montó un aparato de represión feroz. Persiguió a sus adversarios, especialmente a los periodistas, a quienes se insultaba cotidianamente. Los más distinguidos intelectuales del país sufrieron la reacción gubernamental por el delito de pedir la vigencia de libertades. La libre opinión fue satanizada. La corrupción arreció en forma inédita, patrocinada por el propio jefe de Estado. Cuando los indígenas y colonos se enfrentaron a sus socios de una compañía extranjera que sobreexplotaba los recursos del Oriente, los mandó a dar bala. La principal obra pública, contratada con un cercano colaborador, costó tres veces más de lo presupuestado. De una primera etapa de su gobierno pasó a una segunda y a una tercera, hasta que cumplió ocho años ininterrumpidos en el mando, más que ningún otro en la vida republicana. Entonces, dejó de lado las apariencias y con triquiñuelas constitucionales asumió la dictadura desembozada y se mantuvo en el poder apoyado por los oligarcas, adulando a los militares y reprimiendo al pueblo. El país no lo soportó y se lanzaron a la oposición derechistas, izquierdistas y antiguos colaboradores, que formaron un verdadera “fanesca” política. Los unió el rechazo a la corrupción de la “dictadura del robo”. El dictador pasó a la historia como el peor presidente de todos los tiempos. Pero al fin le llegó la hora al dictador que gobernó entre 1876 y 1883. Ignacio de Veintemilla cayó por la fuerza de una oposición coaligada que unos llamaban “restauración” y otros “regeneración”. Fugó del país forrado de plata a refugiarse en el extranjero. Juan Montalvo, uno de los periodistas perseguidos, lo llamaba “el mudo”, no porque fuera callado sino por cínico.
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