“Me dejaron una parte de placenta y se pudrió en mí”
Gabriela Chonlong, 29 años, tuvo a su hija en el Hospital del Sur Enrique Garcés. La niña fue diagnosticada con una enfermedad que nunca tuvo, pero salió estable del lugar. Pero un mes después, Gabriela regresó al hospital por emergencia porque encontraron una parte de placenta en su cuerpo. Pese al mal olor que salía de ella no tuvo un diagnóstico oportuno y quedó con secuelas. Su testimonio retrata una vez más la atención indolente de la salud pública.
12 de noviembre del 2018
REDACCIÓN PLAN V
Ocurrió hace un año y medio cuando estaba embarazada. Me estaba haciendo atender en el centro de salud pública de Conocoto. Allí me dijeron que podía realizarme el parto humanizado (una atención que permite a la mujer decidir sobre la posición para dar a luz y el acompañamiento de un familiar). Eso era algo bueno para mí porque había escuchado mucho de esa opción para estar con mi pareja.
A las 38 semanas fui a la medianoche hasta el centro de salud porque estaba con contracciones. Pero había muchos partos. Vi una chica gritando en medio del pasillo por los dolores. Creí que tal vez no era el momento y me fui. Pero a la 01:00 rompí fuente y volví. Me hicieron el tacto y solo me había dilatado dos centímetros, y que tardaría mucho más. Pero estaba preocupada porque había roto aguas y tenía una infección. Dijeron que no era peligroso. Pero me mandaron al Hospital del Sur Enrique Garcés.
Me llevaron en ambulancia. Cuando llegué al hospital, nos atendió una persona y nos dejaron en el pasillo con cuatro señoras embarazadas. Me cogieron una muestra de sangre. La enfermera ni siquiera se puso los guantes, hasta se le regó mi sangre. Estaba con mi pareja y le comentamos que nos habían dicho que allí podíamos tener un parto humanizado porque yo había leído y estaba informada que podía tener este tipo de partos en cualquier centro de salud. “Ah, pero usted viene con cesárea”, me dijeron. Les dije que podía dar parto normal, pero que ellos debían decirme qué hacer. Finalmente dijeron que iba a tener parto normal, pero no humanizado. No dejaron entrar a mi pareja.
Gabriela estuvo siete días en el hospital Enrique Garcés. Vio insalubridad y recibió mala atención.
Llegaron decenas de pasantes y un doctor. Me preguntaron varias veces lo mismo. Todos se rieron alrededor mío, nadie lo toma con la seriedad y el amor que uno necesita. Después de 9 horas, mi hija nació. Fue el 5 de mayo de 2018. Tanto insistir dejaron entrar a mi pareja. Pero mientras intentaba darle el seno, mi hija se desplomó a los cinco minutos. Estaba morada. Me dijeron que estaba bien y se la llevaron. Me pasaron a la sala recuperación y en ese momento comenzó todo.
Me dijeron que pasarían a mi hija en una hora para alimentarla. Pasaron tres horas y no me la llevaban. Un doctor vino y me dijo: ‘señora su hija nació con el Síndrome de Arlequín. Nació medio morada y medio rosada, no sabemos por qué. Esto nunca se ha dado en el hospital. Su bebé está estable, le vamos a dar noticias después’. El Síndrome de Arlequín era una enfermedad horrible, mortal. No tuve contacto con mi hija. No me explicaron lo que estaba pasando.
"Las colchonetas solo las podíamos poner a partir de las 19:00 para que nadie vea. Era una supuesta ayuda para la madre, porque no podíamos estar allí. Pero es inhumano. No me trataron como una mujer".
Al tercer día recién me dijeron que debo darle de tomar el seno a mi hija cada tres horas. No me habían dejado entrar porque yo estaba con infección. Y por otro lado también a mi hija le había dado infección. Le dieron leche de tarro y muchos medicamentos. Entonces fui a donde ella estaba. Le había dado hipoglicemia, pero no tenía el Síndrome de Arlequín. Me ayudaron con la lactancia. Ya estaba mejor, estaban por darnos el alta. Cuando me dijeron que a mi hija le tenían que hacer fototerapia porque tenía ictericia provocada por todos los medicamentos que le dieron a la bebé. Cambiaban el diagnóstico como si fuera chiste. Me quería ir a mi casa porque compartía el baño con seis personas, un lugar sucio todo el tiempo, lleno de hongos, las duchas llenas de sangre. El baño se tapó y no lo limpiaron en dos días. Todas con bebés recién nacidos y con riesgo de infecciones.
Me mandaron al octavo piso con mi hija. Debía dormir allí para darle de lactar. Dormí en una colchoneta en el suelo con la misma bata y sin poder bañarme. Las enfermeras nos desalentaban porque decían que no sabíamos alimentar a nuestros hijos. Nos golpeaban la ventana y decían: “¡ya denles de comer!”. Pasamos sin cobijas. Las colchonetas solo las podíamos poner a partir de las 19:00 para que nadie vea. Era una supuesta ayuda para la madre, porque no podíamos estar allí. Pero es inhumano. No me trataron como una mujer, sino como cualquier cosa que botan en el suelo. Había una señora en las mismas condiciones cuya bebé había nacido con soplo en el corazón y no le atendían.
Todos los días mi familia llegaba, pero un día les pusieron en código rojo. Es decir, personas que no podían entrar. Luego dijeron que solo podía entrar una persona. En la fototerapia, la bebé solo está con el pañal y un antifaz. Si ella mueve su antifaz esa luz le puede llegar a los ojos y le puede dejar ciega. Estuve muy preocupada. Estuvimos siete días en el hospital.
‘Se pudre algo en mí’
Del hospital salí hinchada. A los ocho días fui al centro de salud de Conocoto para hacerme el control del postparto. Esas indicaciones me las dieron los pasantes del hospital. Quien me dio el alta fue un chico del octavo nivel de la Universidad Central. En el centro de salud me dijeron que estaba bien, pero que tenía un mal olor. “Tienes que cuidar la higiene. Tienes que cambiarte la toalla higiénica más a menudo”, me dijeron. Seguí las indicaciones, pero mi sangrado era más abundante con el paso de los días. Y el olor se fue haciendo más profundo. Es tan íntimo todo esto, que te digan algo así, daña tu autoestima.
Pasó un mes y dos días. Le dije a mi familia que me sentía mal. Aún seguía caminando como en el embarazo. Estaba en la lactancia con mi hija y cuando me levanté hubo un chorro de sangre gigantesco. Manché todo mi cuarto y baño. Mi mamá me llevó de urgencia al centro de salud. Me metieron un espéculo y me dijeron: “usted no tiene nada”. “¿Pero si me acabo de desangrar?”, les contesté. Me dijeron que vaya a mi casa y para el dolor que tome dos pastillas de paracetamol. No tomé esa pastilla.
Al siguiente día me pasó lo mismo. Fui al centro de salud y me dijeron que me haga un eco. Allí el doctor del eco me dijo que tenía un poco de placenta. Era mi primera hija y no tenía idea lo que me estaba pasando. La doctora del centro de salud vio el eco y me dijo: “Esto no es suficiente. Tienes que corroborar con la doctora”. Al siguiente día me hicieron un eco para corroborar el otro eco. Me dijeron: “sí, usted tiene restos de placenta. Le vamos a mandar esta hojita para que les diga en el hospital Enrique Garcés que ellos mismos le curen, porque aquí nosotros no le atendimos, qué pena, no podemos hacer nada”. Hablé hasta con la trabajadora social para ver si me cambiaban de hospital, pero me dijeron que no.
Entré al quirófano. Salí muy estresada porque ya iba dos días y no había visto a mi hija. Me dolía el recto. Eso gritaba.
En el hospital entré por emergencia. Les dije que habían cometido una negligencia médica porque tenía un pedazo de placenta dentro de mi cuerpo y se está pudriendo. Me tomaron los signos vitales y me enviaron a ginecología. Llegué muy enojada porque me tocó dejar a mi hija con mi familia. No sabíamos qué iba a pasar. Los doctores me dijeron después que la placenta, a los 8 días, se pudre y se mueren las personas.
Confirmaron que tenía restos de placenta. “Pero no es nada grave, no se preocupe”, me dijeron. Pero tenía mal olor. Para entonces ya olía como a perro muerto. A las 22:00 me hicieron un legrado. Me hicieron un tercer eco para corroborar los dos anteriores. “Parece que no es placenta, parece que usted es el caso de que se hace una placenta sobre otra placenta”, dijo un doctor. Pero no era posible porque en mi familia no hay casos de gemelos.
Entré al quirófano. Salí muy estresada porque ya iba dos días y no había visto a mi hija. Me dolía el recto. Eso gritaba. Me hicieron un tacto y luego dijeron que no tenía nada. En la historia clínica me pusieron que estaba muy “álgida”. Me llevaron a la habitación, no pude dormir. Sentía que algo estaba mal dentro de mí. Llegaron los doctores a las 08:00 del siguiente día. Le dije a una doctora que me dolía todo el cuerpo, algo está mal, y ella dijo: “a ver ponga de parte, no se me esté quejando”. Para ella yo me quejaba de la nada.
Vino un postgradista que estaba de turno y me preguntó si estaba bien. Le dije que me dolía demasiado por dentro. Me envió a hacerme otro eco. En ese examen yo ya no podía sentarme. Me mandaron en una silla de ruedas. Vi a un doctor con 20 pasantes riéndose de su vida, mientras estábamos tres personas que nos sentíamos muy mal. Quise levantarme, no pude, y allí vomité. El doctor vio y dijo: “venga, venga”. “Hasta acá se le huele, huele mal. Pero usted está bien”, dijo. Me quiso tocar el estómago, pero no pudo porque me dolía increíblemente. “No tiene líquidos, pero tiene todos los órganos distendidos. Esto está mal”. Me subieron al cuarto y la postgradista le dijo al doctor que yo estaba mal.
En ese momento me dijeron que me iban a medir el gas que tenía dentro del cuerpo. Aunque no podía sentarme y ni respirar del dolor, me sentaron y me inyectaron. Me llevaron a los rayos X, que eran de mejor calidad. Y finalmente llevaron a todos los doctores para que me vayan a ver en el cuarto.
Me dijeron que tenían que hacerme una operación laparoscópica de emergencia. Llamaron a mi mamá. No podía respirar, me pusieron oxígeno, se me bajó la presión y tenía mucha fiebre. Encima nadie me podía sacar la leche. En un momento tuve dos pasantes tocándome los senos para sacarme la leche. Todo esto lo enfrenté sola. Esta ha sido la peor experiencia de mi vida.
Salí de la operación. Mi útero se había podrido. Una pared del útero estaba necrosada porque la placenta se había pegado al útero. En el momento del legrado me hicieron un hueco en el útero. Todo lo podrido se había metido en mi cuerpo y tenía infección. No podía dormir por el frío. No me dieron cobijas. Pero también hubo una enfermera muy buena y ella me dio fuerzas para que me reponga porque tenía una hija de un mes. A mi bebé le había dado rotavirus que lo cogió en el centro de salud. En el hospital me cayeron piojos por dormir en el piso en esa colchoneta.
Hoy puedo decir que estoy bien. Por suerte yo tenía un grupo de WhatsApp de mamás y les conté esto. Una amiga me dijo que lo que mejor que podía hacer era contar mi historia para que no le pase a otras mujeres.
Me levantaba cada dos horas para los controles y para sacarme la leche. Mi hija se enfermó más, le dio infecciones, porque yo no la estaba cuidando. Ella se acostumbró al biberón y tuve que hacer re lactación. Mi mamá y hermana tenían que dormir al lado mío para cuidar de mi hija. No podía caminar, no podía volver a trabajar. Yo esperé que la doctora que me dejó la placenta me diga “lo siento”. Me pude haber muerto y eso no me parecía justo. Una de las doctoras nos pidió disculpas y mi familia estaba muy sentida. Me dejaron una marca de 30 centímetros en el abdomen. Incluso se les acabó el hilo para suturar y se me hizo una laceración. Mi familia no pudo ni estar en la sala de espera. Para rematar me dijeron: “¿no necesita un sicólogo?”. Les dije: “no, solo necesito a mi familia”. Tampoco me dijeron que el postoperatorio era lo más horrible.
Hoy puedo decir que estoy bien. Por suerte yo tenía un grupo de WhatsApp de mamás y les conté esto. Una amiga me dijo que lo que mejor que podía hacer era contar mi historia para que no le pase a otras mujeres. Por suerte mi nena está saludable, pero quedaron secuelas. Ya no creemos en la salud pública. Puede ocurrir un accidente, pero el médico que te hace el control debe decirte qué hacer y no solo decir que tienes mal olor porque no te bañas. Una doctora me dijo que no podía tener hijos dos años. Además, me lastimaron el recto. Aún no sé lo que me vaya a pasar.
Vi que en el hospital hacen lo que pueden, pero los médicos se olvidan que somos personas. La misma doctora que me dijo no me queje en el hospital la encontré en una consulta privada y allí fue muy amable. La gente no puede estar allí solo por el sueldo. Las personas en el centro de salud de Conocoto deben madrugar a las 05:00 para alcanzar uno de los 30 turnos. Este lugar acoge a todos los pacientes del Valle de los Chillos.
Gabriela y su hija de seis meses. Espera que su testimonio ayude a evitar situaciones similares. Foto: Luis Argüello
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